VALÈNCIA. “Anoche se ha estrenado en el Teatro español la tragedia de la señora Avellaneda titulada Saúl. Solo viéndolo puede formarse una idea del bellísimo conjunto que se ofreció á la parte más escogida de la sociedad madrileña, la cual recompensó con repetidos aplausos el mérito de la obra, su feliz ejecución, la propiedad del decorado y el lujo de los trajes (sic)”. En 1849 se publicaba en prensa esta nota, una información sobre el estreno en el Teatro Español, que hasta ese mismo año se había llamado Teatro del Príncipe, de la nueva obra de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Hoy la imagen de la autora sigue en la sala, aunque no en el salón de retratos ilustres, sino en la entrada de peluquería y maquillaje. Es la de la dramaturga Tula, tal y como era conocida en sus círculos íntimos, una de tantas historias de mujeres que han peleado por un mundo más igualitario, aunque la historia no haya sido justa con ellas. Su caso, sin embargo, es curioso. En su Cuba natal, que pronto dejó para venir a Sevilla, el Teatro Nacional lleva su nombre, un nombre que en España es desconocido para muchos.
Esto mismo le pasó a la dramaturga Lola López quien, durante un viaje a La Habana en 1995 para representar Libración, se topó con la existencia de una Tula que la cautivó. “Nunca había oído hablar de esta dramaturga. Creí que era un inmenso agujero desconocerla tanto a ella como a su obra y cuando inicié mi doctorado con Josep Lluís Sirera la propuse como trabajo de investigación”, explica la creadora. En ese momento se configuró una relación entre una y otra que hoy se materializa en el espectáculo Tula divina caótica Tula, que lleva la compañía Hongaresa, fundada por López, a la Sala Matilde Salvador este 11 y 12 de marzo. El proyecto no parte tanto de una recuperación de su obra sino de una reconstrucción de su carrera y su biografía a partir de fragmentos de algunas de sus piezas y poemas, un “ambicioso” collage que “hemos cosido con extractos de su vida”, explica Lola López.
Gertrudis era una mujer en un mundo de hombres, un talento indiscutible que, para ser aceptado en los círculos de la alta cultura, tenía que ser 'justificada'. Ella era ella, sí, “pero lo era sin duda por un error de la naturaleza”, expresaba Zorrilla, que no concebía el ingenio en cuerpo de mujer. Tanto es así que, tal y como recoge Marina Mayoral Díaz en su texto ‘El concepto de la feminidad en Zorrilla’, no considera a Gertrudis una mujer propiamente dicha. Así lo expresaba Zorrilla: “A mí, no viendo en ella más que la alta inspiración del privilegio ingenio, no se me ocurrió siquiera que debía las atenciones que la dama merece del hombre en la moderna sociedad”. Este es solo un ejemplo de los muros con los que se topó la autora, que no se acobardó a pesar de que más de uno la mirara por encima del hombro. “Ella no aceptó quedarse en la sombra, quería ser una profesional”, expresa Lola López.
Es por esto que siempre -o casi siempre- firmaba con su nombre real. Solo en ocasiones específicas lo sustituyó: una por un seudónimo, por cierto, también en femenino (La peregrina) y solo con nombre de varón (el de sus hermanos) para acceder a concursos en los que no se aceptaban mujeres, certámenes en los que, tras ganarlos, rápidamente se apresuraba a desvelar su identidad real. “Tras recibir dos premios bajo los nombres de sus hermanos en sus primeros textos, escribió una carta desvelando que aquellas obras las había escrito ella. A partir de entonces siempre firmó con su nombre. Su deseo y su convicción era vivir de su profesión como el resto de hombres”. Esta pelea constante marcó su carrera, una batalla que lideró hasta el final de sus días pues, para evitar la pérdida de su obra, la donó a la Real Academia Española, academia que, por cierto, la rechazó por ser mujer.
Su obra y, también, su espíritu toman forma de nuevo en Tula divina caótica Tula, pieza que recupera fragmentos de algunas de sus más aplaudidas obras, como la tragedia Baltasar -”es tan buena como Calígula de Albert Camus”, defiende López-; la comedia Oráculos de Talía o el melodrama Leoncia, que presenta a una mujer enamorada de un joven, una idea que, imaginarán, chocó a más de uno. La representación, además, está punteada de música, de la mano de un Javier Lázaro que interpretará en directo tres canciones de la época. El leitmotiv es la primera habanera compuesta en el siglo XIX por Sebastián Iradier, contemporáneo de Gertrudis, La paloma. Este tema universal ha sido grabado por los músicos Elizaveta Mironova (piano), Aida García (chelo), Luisa Moya (violín), J. S. Chapi (percusión), Isabel Latorre (acordeón) y Antonio Picazo (saxofón). Un collage de música, escenas y poemas para volver a escuchar -o hacerlo por primera vez- las palabras de Tula.