CASTELLÓ. “Lo pasé muy mal; había días que llegaba a casa y estaba neutra, no sabía si estaba feliz o triste. Me había acostumbrado a una sensación de estar plof, con la autoestima superbaja. No contaba nada en casa, todo me lo guardaba para mí, al llegar saludaba y me metía en mi cuarto. Y en mi cuarto pasaba todo. Me dicen que era muy cariñosa de pequeña, yo no me acuerdo, pero en ese tiempo he llegado a apartarle la cara a mi hermana cuando ella me quería dar un beso”. Las palabras son de una estudiante que en unos días empezará 4º de la ESO en el IES Francisco Ribalta de Castelló. Su nombre es Diana Ferrer, y cuando habla de “ese tiempo” se refiere a toda su etapa de Educación Primaria. Seis años de suplicio. El tiempo en que, según su propio relato, sufrió acoso escolar por parte de algunos compañeros de aula. Sin que nadie, aparentemente, se diera cuenta. Sin que nadie actuara.
El caso de Diana es un ejemplo -extremo pero no extraordinario- de una realidad que sólo emerge a los grandes titulares de los medios de comunicación cuando el desenlace es trágico o al menos, merecedor de espacio en las páginas de Sucesos. Sin embargo, las aulas, en tanto que espacios de socialización y convivencia, también lo son de conflictividad, de roces más o menos velados, de enfrentamientos soterrados. De aprendizaje de una realidad áspera, tan real como las relaciones sanas que se establecen y se convierten en amistades para siempre. De bromas que van más allá de la cuenta. De esos momentos en que uno o varios pasan de reír con un compañero a reírse de él. De esas situaciones en que a tu nueva amiga, en mitad de una discusión, se le va la mano y te rompe las gafas de un puñetazo.
Esa realidad es la que llevó, hace ya diez años, a la creación de la primera Aula de Convivencia en un centro educativo de la provincia de Castellón, por la que ya han pasado más de 1.300 alumnos en este tiempo. Su trabajo ha reducido la conflictividad y el volumen de expedientes disciplinarios, lo que ha contribuido a la mejora del clima social del centro, a su vez decisivo para las condiciones de la enseñanza.
El IES Francisco Ribalta fue pionero en el uso de esta herramienta contra una creciente conflictividad, fruto del encuentro matinal de “más de 1.000 adolescentes con hormonas revueltas y procedentes de diferentes culturas, entre los cuales cualquier comentario puede hacer saltar chispas: son un material altamente inflamable”. La frase es de Eva Quesada, profesora de Ciclos Formativos -en la especialidad de Intervención Comunitaria- y responsable del Aula desde sus inicios, cuando era profesora del Ciclo Superior de Integración Social. Quesada cuenta con formación en mediación escolar, prevención y control de la violencia en centros educativos, educación para la convivencia y estrategias para afrontar conflictos en la escuela.
El crecimiento de la conflictividad en las aulas, hace una década, llevó al centro a crear la primera Aula de Convivencia en la provincia
¿Cómo surgió la idea? Todo se fraguó en las reuniones del claustro, una década atrás. Quesada percibió que los comentarios de sus compañeros indicaban un cambio peligroso en el alumnado: “hasta entonces los problemas eran de absentismo, pero a nivel conductual empezaron a aparecer situaciones a las que los profesores no estaban acostumbrados. Teníamos entonces además un tema cultural, con un 33% de alumnado inmigrante, con culturas distintas, y había que cuadrar todo eso, cosa difícil porque los profesores saben mucho de sus materias pero apenas nada de cómo afrontar este tipo de situaciones”. Quesada pensó en un nuevo perfil, el de los integradores sociales (Técnicos Superiores en Integración Social), entonces muy novedoso. Y así, con un plan para mejorar la convivencia en el instituto bajo el brazo, se fue a hablar con la directora del centro, Paloma Segura.
“Ella apostó por la convivencia desde sus inicios, fue muy sensible al tema. Es una persona con un talante que no siempre te encuentras: un equipo directivo que apoye y escuche es un gran inicio”. Por su parte, Segura recuerda que vio acertado el planteamiento desde su inicio “porque para nosotros es muy importante prevenir conflictos y atajarlos cuando surjan; además, hay que hacer vera las familias que el paso a Secundaria es complejo. En definitiva, nos pareció fenomenal, empezó Eva a trabajarlo como algo experimental y funciona muy bien. La mejor prueba es cómo fue descendiendo el nivel de apertura de expedientes, lo que fue muy significativo”.
Justo en 2008 se había abierto la puerta a la implantación de las Aulas de Convivencia en los centros, merced al decreto 39/2008 de la Generalitat Valenciana. “Pese a ello, teníamos que hacer encaje de bolillos -recuerda Quesada- poniendo la figura del Integrador Social, para que se visualizara que eran buenos profesionales, fuimos a reivindicar esa figura y al principio nos dábamos contra la pared en Valencia porque no existe un perfil profesional si no existe una necesidad… algo que ahora se está desencallando: afortunadamente, existe un módulo (Apoyo a la intervención educativa) en el que estos profesionales ya pueden ayudar en las aulas, tanto en educación formal como no formal; es ahora cuando empieza a cuadrar todo”.
Por el camino, muchas dificultades: “insistimos mucho al conseller en la figura del integrador social como persona que dirigiese el Aula de Convivencia: nosotros teníamos una joya como Eva, un lujo para nosotros, porque queríamos una figura estable, experta y profesional”, rememora la directora del centro, quien apostilla que en este, como en todos los temas, “los recursos son clave, y la Administración nos apoyó siempre, aunque también es verdad que siempre queremos más. No por ser el Ribalta, sino porque hablamos de un centro con 170 profesores y 1.100 alumnos sólo contando los de la mañana”.
El Aula de Convivencia forma parte del Área de Convivencia del centro, cuya coordinación recae en la profesora Mar Romeo. Completan el equipo los profesores José Bollado (Educación Física) y Víctor Pérez, como Romeo profesor de Inglés y mediador escolar. Son la columna vertebral de un equipo en que los alumnos son también órganos vitales, porque desde el curso 2008/2009 se introdujo la figura del alumno mediador y muy posteriormente, en el curso 2017/2018 la de los alumnos ayudantes. Estos últimos perfiles están presentes en todos los grupos, en todas las clases, y son quienes detectan los casos problemáticos; también cuando su compañero/a afectado/a no tiene fuerzas para contarlo. Ayudan a quienes no se atreven a pedir ayuda. “Son nuestros ojos”, resume Eva Quesada. La figura del alumno mediador no es tan proactiva: su papel es el de efectuar la mediación, ya en el Aula de Convivencia, entre los afectados.
En palabras de Mar Romeo, el Aula es “una superherramienta para cambiar las cosas, en la que se hace una aproximación a los problemas desde el diálogo, la comprensión, la reconducción de conductas de forma amable”. Por su parte, ella sonríe con cierta ironía al definir su papel como “de poli malo”, y es que asume la parte punitiva: gestiona los casos de absentismo, supervisa los expedientes disciplinarios y los internos (casos de menor gravedad), pero también se encarga de los partes, de la gestión del aula de atención de alumnos (a la que se derivan los expulsados, con tareas que deben realizar) y de la organización de una asamblea general de los alumnos de 1º de ESO cada lunes a las 8 de la mañana, en la que durante 15 minutos se realizan charlas, se proyectan videos… todo ello para generar cohesión y que conozcan el instituto. “Digamos que me ocupo de la parte emocional de la Jefatura de Estudios… ah, y además doy ocho horas de Inglés” (ríe).
En este trabajo coral, una de las piezas es el programa VED (Valores, Emociones y Deporte), concebido al servicio de alumnos de 1º y 2º de ESO con problemas de autocontrol y baja motivación hacia el estudio. “En estos casos, engancharlos con deporte y música es algo que funciona”, resume Eva Quesada. A su lado, José Bollado, profesor de Educación Física y cinturón negro de Judo, desarrolla la idea: “el deporte les motiva y puede ayudarles a controlar la agresividad que traen, en algunos casos; a través del ejercicio físico transmitimos unos valores concretos, como el respeto a las normas, al horario, etcétera”. El vehículo para transmitirlos pasa desde el judo “que te obliga a un ritual de entrada y salida con saludos respetuosos, y que impide proyectar puñetazos, fomentando el autocontrol”- hasta deportes coeducativos, como el badminton, donde la diferencia no pasa por la competitividad. “Hemos ido cambiando en función del perfil del alumnado”, explica Bollado, “pero trabajamos con chicos y chicas, y muchas veces, en la fiesta final que realizamos, te sorprendes de cómo el aparentemente más débil es más fuerte en el conjunto de disciplinas”.
Los participantes en VED lo viven como una recompensa. Para participar se saltan una clase “pero no pierden nada, sino que hay ganancia”, explica Bollado, quien subraya que en ocasiones la mejora repercute incluso en su rendimiento escolar. El profesor tiene clara la clave: “el deporte es la sociedad en pequeño, con unas normas, y a través de este programa se motivan y les ayuda a racionalizar su comportamiento, funciona muy bien”.
Con sus propias palabras, un grupo de alumnos que el año pasado cursaron 2º curso ratifica la impresión del profesor. Por ejemplo, Noemí Monfort: “me relaja bastante, cuando estoy enfadada o nerviosa; además, lo que más me gusta es pasarlo bien con mis amigos, así que mientras nos divirtamos todos, me parece bien cualquier la actividad que hagamos”. Por su parte, su compañero David García se fija en otro detalle: “este año me controlo mucho, no me han castigado ningún día, soy un máquina” (risas). Junto a él, Fran Madrid subraya que le encanta jugar a fútbol y el badminton: “vengo porque tengo muchos nervios, me estreso fácilmente, y ahora si alguien se mete conmigo, paso de él”. Finalmente, Virginia Dumán admite que a veces le genera pereza asistir al VED, “pero luego se me quita y al acabar tengo más energía; a mí lo que me pasa es que me enfado muy rápido porque no tengo paciencia”. El caso de Virginia es, según Quesada, un buen ejemplo de cambio académico: “ha puesto mucho de su parte y está sacando muy buenas notas, haciéndolo muy bien”.
Pero más allá de los beneficios para los alumnos participantes, una virtud adicional del Aula de Convivencia -en realidad su clave de bóveda- es permitir a los alumnos mediadores y ayudantes conocer el otro lado de los problemas, implicándose en su resolución. Estos alumnos suelen haber sufrido en carne propia problemas graves, y tras superarlos deciden ayudar a otros compañeros. Es el caso de Ome Errouhia Pozo, a quien se le ilumina la cara al hablar de su experiencia: “yo he cambiado mucho con este programa, me ha influido mucho estar aquí”, dice esta estudiante que va a comenzar 3º de ESO, de familia marroquino-cubana. “El año pasado tenía una conocida con la que empezamos un día en el patio con bromitas, ella me tocó, nos pegamos… y cuando estaba desprevenida le metí un guantazo y le rompí las gafas, al tirárselas. Ella no veía nada sin ellas, y estuvo unos días así. Me lo tomé supermal, pobrecita, aunque acabamos medianamente bien”. La experiencia le enseñó “en primer lugar a reconocer los errores y a ver que lo que haces tiene consecuencias”, y posteriormente, de los casos que ha conocido como ayudante ha aprendido “muchas cosas”.
Alumnos del instituto participan como mediadores y ayudantes para resolver los conflictos entre sus compañeros y fomentar el valor del respeto como base de convivencia
Un año mayor que Ome, Andreea Rosu empezará la próxima semana 4º de la ESO. Confiesa que “desde un principio siempre fui bastante tímida e insegura de mí misma, y era muy impulsiva”. De su paso por el Aula, en la que ahora también es ayudante, subraya el hecho de haberse encontrado “con gente muy buena, que me ha ayudado a construir mejor mi autoestima y alegrarme más de cada momento que vivo, y ahora soy más serena, positiva, y me he dado cuenta de que las amistades que me rodeaban no eran las que yo quería, y ahora estoy, no sé… sintiéndome yo misma”. Se ha descubierto a sí misma una nueva faceta: “me fascina poder ayudar a los demás, porque muchas veces me han pasado cosas y cuando necesitaba a alguien no lo tenía, y saber que ellos sí lo tienen me encanta, soy muy empática… a veces hasta me hace daño la empatía que tengo”.
Alguien que está muy agradecida a esa empatía de Andrea es Diana Ferrer, también de 4º curso y protagonista del inicio de este reportaje. “La conocí y me ayudó mucho, en 1º de la ESO. Tenía que superar lo que había sufrido en Primaria y pasar página, aunque siempre tenía la sensación de que esto era un sueño y que una mañana al despertar, en lugar de venir al Ribalta, tendría que irme a mi antiguo colegio con mis antiguos compañeros. Y encima, en la vida real coincidía con mis agresores, de camino a casa, y eso te afecta”. Además, en el instituto Diana también tuvo un problema, en 2º de la ESO. “Lo resolvimos gracias a Eva y al Aula y ahí aprendí totalmente la lección del respeto mutuo”.
Por su parte, Pablo Porcar iniciará en unos días su último curso en el instituto, 2º de Bachillerato. Él es alumno mediador, y destaca que quien cruza la puerta del Aula de Convivencia “ya es alguien que tiene fuerzas y quiere venir, porque a nadie se le obliga a hacerlo, y mi papel es que esas dos personas que acuden puedan, si no volver al punto inicial de su relación, que a veces no es posible, sí al menos aprendan a respetarse y a entender el punto de vista del otro”. Los alumnos mediadores se forman en unos procedimientos a seguir y los aplican en el Aula. “Y lo bueno, claro, es que se hace entre iguales, no es algo en lo que participe un adulto”, apostilla Eva Quesada. En el caso de Pablo, decidió “intentar mejorar el estado de la gente” tras una experiencia personal: en 1º de la ESO tuvo varios problemas “y cuando venía a solucionarlos me imaginaba que lo iba a pasar mal, pero al hablar te liberabas, te quitabas peso de encima, y me sentía muy bien. Por eso ahora quiero que otros sientan lo mismo”.
Es la misma motivación que guía a Diana. “Yo quiero hacerlo -afirma con un punto de emoción- para que los niños de primer curso sepan que alguien más mayor ha pasado por eso y lo ha superado, aunque yo no lo olvido y no lo voy a poder perdonar, porque me parece inhumano amargarle la vida a alguien hasta este punto. Mira, hace poco se me acercó una niña y me dijo hace poco ‘vas muy guapa, siempre vas sonriendo’, y eso para mí fue guau, me parece maravilloso transmitir bondad y felicidad porque es lo que yo no tuve”.
Eva Quesada ha escuchado sus testimonios con una mirada cómplice. “Aquí todos los días aprendes; los adolescentes me encantan porque entran como niños y salen como personas formadas. No vienen sólo a ser formados, a conocer unos contenidos, sino que es importante formarlos como personas, hacerlos conscientes de que son responsables de sus propias decisiones y de que antes de actuar, deben pararse a pensar en las consecuencias”. El resultado de este trabajo no es tangible, pero a todos conviene reconocer su valor. Por ellos y ellas pasa el futuro de esta sociedad.