VALÈNCIA. Aunque tengamos la mayor oferta de ocio de la que jamás haya gozado la humanidad, todavía es posible obtener un poco de aburrimiento y, por consiguiente, de sus frutos. La semana pasada, verano, calor, tumbado tranquilamente por la noche sin ganas de ver nada en particular, volviendo a zapear desde hacía ni se sabe la cantidad de años, me encontré en La2 con un documental extraordinario. Su título, Los que quisieron matar a Franco, de José Ramón da Cruz, y Pedro Costa Musté. Un trabajo ya bastante antiguo, de 2006, pero que reunía una información no especialmente difundida. De la oposición a la dictadura conocemos todos los pactos, que comenzaron en los años 40 y llegaron a poner de acuerdo a monárquicos, anarquistas y socialistas; sabemos los giros estratégicos del PCE y su proclama por la Reconciliación Nacional en los 50, pero el magnicidio es una figura que absorbió Carrero Blanco. Los intentos contra Franco nunca tuvieron un gran papel protagonista.
El documental sirve de homenaje a un relato de Max Aub, La verdadera muerte de Francisco Franco, sobre las charlas conspirativas eternas que tenían los exiliados españoles en los cafés mexicanos, y también reúne los hallazgos de la investigación de Eliseo Bayo en 1976 Los atentados contra Franco. Los entrevistados, que tuvieron relación con los intentos de atentado, por su parte, hablan de que el asesinato del caudillo serviría para "acelerar la Transición" o acabar con la dictadura. Sin embargo, eso nadie lo puede saber, entra en el terreno de la historia ficción, donde toda conclusión que procede de una premisa falsa es siempre verdadera. En Portugal, Antonio de Oliveira Salazar murió en la cama y la dictadura siguió adelante. Aquí, la obsesión de los franquistas, con el apoyo expreso y documentado de Estados Unidos, era consolidar el franquismo sin Franco. Empresa en la que fracasaron, pero quién sabe si un exitoso atentado de ese tipo igual se lo hubiera permitido. Todo lo que pasó en los 70 fue, de hecho, accidental.
Elucubraciones estériles al margen, todos estos testimonios si de algo sirven es para mostrar la suerte que tuvo Cerillita durante toda su carrera. Ya cuando estaba en Canarias, apartado de la península por el gobierno de la República, se prepararon atentados contra él a la vista del 18 de julio. Uno de ellos, coordinado por dos cabos, que luego fueron asesinados por falangistas. No se logró detener la sublevación en África por esta vía y, como es sabido, la Italia fascista envió los aviones necesarios, por mediación de Alfonso XIII, para que Franco cruzara el Estrecho. Ahí empezó realmente la guerra.
Durante el conflicto, pudo haber funcionado un intento realizado a través del periodista de The Times, Kim Philby, que trabajaba para la inteligencia británica, pero era en realidad un agente soviético. En los años 30 cultivó una personalidad cercana al fascismo y concertó una entrevista con Franco en Salamanca. Ahí se planeó su atentado, pero tampoco fue posible. Tras ganar la guerra, en 1941, falangistas que venían de combatir en la División Azul se encontraron a su regreso con que el régimen era una burocracia burguesa y no la revolución nacional-sindicalista que esperaban y por la que habían luchado en Rusia. Un infiltrado dio parte de sus discusiones para acabar con el caudillo también con un atentado. Poco después, cuando los que perdieron la guerra fueron los nazis y fascistas, para muchos monárquicos dentro del régimen no había mucho futuro con el caudillo y estaban preparando "su salida o su futuro", explica un anarquista en el documental. Enrique Marco Nadal, secretario general de la CNT en la clandestinidad, tuvo contactos con aristócratas que querían servirse de los libertarios para el magnicidio. Su detención lo echó todo al traste.
También aparece Santiago Carrillo entrevistado, en su caso, para hablar de la invasión del Val d'Arán en 1944 a manos de los guerrilleros de la Unión Nacional Española. Su versión es que hubo que retirar a los soldados que habían penetrado en Catalunya y asentado sus posiciones durante diez días porque estaban en inferioridad de fuerzas y serían cercados por Moscardó y sus hombres. Otras versiones que no se citan hablan de marcha atrás por orden de Stalin con la aquiescencia de las potencias democráticas en un reeditado Comité de No Intervención.
Sin embargo, los anarquistas no dejaron de planear atentados. Otro fue en cacerías en Ciudad Real. Cuando iba, se apoyaba en hasta cien escopeteros de los que se tenía buen cuidado de que no pertenecieran a familias de rojos, algo que era prácticamente imposible. El plan era que uno atentase en estas circunstancias y que tanto él como toda su familia pudiera huir del país. El que les motivaba, recuerda que les decía: ¿te imaginas otros siete años de Franco? Era 1945. Quedaban treinta más.
Hubo más planes en La Muela, en Calatayud, con el grupo anarquista Los Maños, de Weceslao Jiménez Orive. El plan era disparar a Franco cuando fuese por la carretera nacional Madrid-Zaragoza. También en Barcelona, para la Feria de Muestras, donde hubo ya gran presencia internacional. No obstante, José Torremocha, secretario general de la CNT, se queja en este documental, en una entrevista realizada poco antes de su muerte, de que todo se les iba en palabras: "Las palabras nos perdían". Otras veces eran las circunstancias. Domingo Ibars tenía listo un atentado con bomba en una visita de Franco a Barcelona, pero no se atrevió a llevarla a cabo por la cantidad de niños que había en el lugar donde tendría que producirse la explosión. Cuando fue detenido por la policía, le cayó encima una condena ejemplar. En el penal de Ocaña, parte la hizo en celdas de aislamiento. Un libertario asegura que ahí dentro acabó hablando con los ratones. Cuando recobró la libertad, compañeros del sindicato le consiguieron un puesto de acomodador en un cine. Vivió anónimamente hasta que el libro de Bayo le convirtió en una pequeña celebridad de nuevo e iba la gente a verle.
Otro gran personaje de esta retahíla de conspiraciones fue Laureano Cerrada Santos, anarquista y falsificador, natural de Miedes de Atienza, Guadalajara. Pensó en atentar en la bahía de La Concha en San Sebastián y para ello llegó a comprar un avión. Modificaron el aparato para colocar una trampilla desde la que lanzar una bomba a Franco mientras veía las traineras. El avión despegó, pero no está claro por qué fracasó la intentona. Hay versiones contradictorias. Una dice que dos cazas interceptaron al aparato y tuvo que dar media vuelta, otra que al piloto le venció el miedo y una más que había demasiadas embarcaciones alrededor del caudillo y hubiese sido una masacre.
Después de que Estados Unidos apuntalara el régimen, siguió habiendo intentos. Uno en El Valle de los Caídos. Antonio Martín, un anarquista, colocó una bomba cuyo objetivo era desviar la atención de la policía mientras se preparaba un atetado mayor. Después, fue otra vez en San Sebastián, tras recorrer con el Azor la costa desde el Pazo de Meiras, circulaba por carretera hasta el palacio de Aiete. En la carretera, se colocaron explosivos, pero la batería se estaba acabando y el coche no llegó a pasar. Se accionó la bomba por seguridad, para que no le estallase a alguien que pasase por ahí, y la prensa dio la noticia como si hubieran sido petardos. Dos años después, se intentó tres cuartos de lo mismo en El Puente de los franceses, en Madrid. Hasta en la final de Copa, en el Santiago Bernabeu, hubo un amago de atentado. Con pila de mayor duración, se sabía dónde aparcaban los vehículos la comitiva, pero esta vez hubo un fallo de coordinación. El envío con los explosivos llegó meses más tarde. Los trajo un joven militante anarquista escocés, Stuart Christie. Cuando llegó, le estaba esperando la Brigada Político-Social.
Al final del documental, llega el debate indirecto entre los protagonistas y nuevas dosis de conspiranoia. Para los anarquistas, todos estaban confabulados contra ellos. No solo no les ayudaron en este tipo de planes, sino que les delataron. Uno llega a asegurar que la Transición se hizo contra la CNT, no contra el franquismo. Carrillo, por su parte, cree que ninguno de esos intentos llegó a ser realmente serio. El narrador, al menos, sí deja una conclusión palmaria: "se había confirmado que los deseos no son suficientes para transformar la realidad".