VALÈNCIA. Especialmente en la prensa sensacionalista anglosajona, pero también en la nuestra, se ha hecho hincapié a lo largo de los años en los famosos que, por lo que sea, han acabado mal una vez retirados de las respectivas profesiones que les hicieron célebres. Es una constante la del héroe en horas bajas, interesa su desesperación y habrá quien disfrute el morbo de ver al ídolo caído, al que le iba bien y al final le va de pena.
En 1966, Manuel Summers rodó un documental histórico en la cinematografía española que seguía ese espíritu, pero lo suyo más que un espectáculo, era una denuncia. Su película analizaba el fenómeno como algo triste, era una muestra de la poca memoria que tenía aquella sociedad en algo aparentemente banal como la cultura del espectáculo. El trabajo resultante se llamó Juguetes rotos y está cargado de emotividad, paradojas y cargas de profundidad.
Tal y como contó la hermana del director años después, la motivación de este documental surgió porque Summers fue coleccionista de muchas cosas, pero, de niño, sobre todo lo era de cromos. Por eso, cuando abordó la situación de Guillermo Gorostiza, ex jugador del Athletic de Bilbao y del Valencia, inició las imágenes con las de un niño que era su alter ego. Un chaval al que su profesor le quita los cromos en clase y le intenta aleccionar criticando a los futbolistas. El niño, sin embargo, no escucha y solo piensa en "La bala roja", el apodo de Gorostiza, natural de Santurce. Su ídolo.
Una "bala roja" que era azul, porque, tal y como contó en la entrevista que le hizo Summers, cuando llegó la Guerra Civil, fue voluntario en los tercios requetés que lucharon contra la República. "Había que defender lo que teníamos que defender", explicó. Irse a la guerra, en la que todos sus hermanos fueron también voluntarios, hizo que se arruinara la ferretería que tenía la familia, por eso al final de su vida estaba tan mal.
En la guerra murió uno de sus hermanos con 20 años, la mayor desgracia que sufrió, reconoce. En las imágenes, aparecía con el nombre del finado una de las lápidas que hubo en las fachadas de las iglesias españolas honrando a los "Caídos por Dios y por España" hasta bien entrados los años 90, según los casos, la vergüenza y el decoro o la ley de Memoria Histórica.
Sin influencias en Madrid
El problema de Gorostiza era que en el momento de la película estaba en un asilo. Se sentía abandonado por todos. Tenía familia, pero decía: "teniendo lo que tengo, no tengo nada". Se quejaba de su situación, porque, según expresaba, él no tenía por qué ir pidiendo asistencia, sino que se la debían: "no tengo que rogar que me den, tengo motivos para exigir".
En referencia al club donde jugó, confesaba: "he pedido una ayuda económica y cualquier cosa que me puedan dar para vivir, sin ser dinero y ni me han contestado". Los motivos los dejaba claros: "en esta vida hay que estar en la salsa, en Madrid pasando la mano al lucero del alba, pasando la mano por el lomo y yo no valgo para eso, porque ya di la cara en la guerra, que he sido voluntario".
Otro ilustre vasco que aparecía, que también fue franquista, era Paulino Uzcudún. Sus declaraciones eran demoledoras cuando recordaba el pasado: "Eso de comer hasta hartarse resulta sensacional. Y más cuando uno recuerda haber pasado hambre. Porque yo la he pasado, amigo". Durante la guerra, también se apuntó voluntario a la represión, pero si por algo fue célebre es por una pelea que nunca llegó a disputarse: por la leyenda del combate entre un púgil franquista y otro republicano durante la misma guerra. El republicano era también vasco, Isidro Gaztañaga Otegui.
Juguetes rotos se centraba en los boxeadores. Sin duda, de todos los que aparecían, el que más conmovía era Ricardo Alís. Tenía dificultades en el habla, se comunicaba con lentitud y él mismo explicaba el porqué torpemente: sufrió un derrame cerebral en una pelea por un puñetazo que le dieron en el lateral de la cabeza.
"Tenía muchos amigos, hoy no tengo a nadie", se lamentaba. "Todo el mundo me admira, pero nada más". Lo peor, la imagen que daba. Él mismo lo reconocía: "cuando la gente me ve por la calle, dice: 'pobre Alís".
El inicio de la película era fulgurante. Empezaba con El gran Gilbert travestido con más de 80 años cantando en un bar. El artista de variedades explicaba cómo vivía solo con los pocos ingresos que conseguía en estas galas. Comía solo verdura y café y se administraba lo mejor que podía desde hacía años. Por ir siempre bien vestido, sin embargo, la gente se pensaba que era rico, pero vivía casi como Carpanta.
Censurada en su época
Lógicamente, la cinta dio trabajo a la Junta de Censura y Apreciación. Tuvo que estrenarse tras pasar por la tijera. Durante años, los espectadores no la vieron completa. A Summers se le criticó y se le apartó de la excelencia cinematográfica cuando se decantó por películas de la serie To er mundo é güeno o las del grupo de su sobrino, Hombres G. Sin embargo, Juguetes rotos, como documental, constituye una obra cumbre de aquella época.
El autor había encontrado que todos los ídolos de su infancia estaban abandonados y olvidados. Buscarlos a todos ellos y entrevistarlos constituía un fresco en el que quedaba retratada la miseria de una época. La España de 1966 ya no era ni la de antes ni la de después de la guerra. En los albores de la sociedad del espectáculo, Summers ya detectó cómo esta devoraba a los hombres, pues también mostraba a los jóvenes aspirantes a figura de alguna disciplina. Esa maquinaria era, además, un reflejo del momento histórico. La amnesia que tanta importancia ha tenido después ya era significativa en aquel momento. No ya por los republicanos, las elites se habían desentendido incluso de los que lucharon de su lado.