Para mucha gente, hablar de la Historia en términos “políticos” es un despropósito. La Historia, para ellos, es “simplemente relatar lo que ocurrió, nada más”. Como si nos pudiésemos poner de acuerdo en eso. No nos ponemos de acuerdo ni en lo que está pasando ahora mismo delante de nuestras narices, vamos a hacerlo con cosas que ocurrieron hace cientos de años. Porque ocurrir, igual que ahora, ocurrieron millones de cosas, tantas que es imposible conocerlas todas. Alguien –el historiador- tiene que filtrarlas, separar las relevantes de las irrelevantes, y luego intentar hilvanarlas mediante una teoría más o menos coherente. Y las interpretaciones siempre son políticas, porque estamos hablando de personas, sociedades, estados, y la forma de organizarse todos ellos. Pocas cosas más políticas que esas.
Luego, además, muchas cuestiones históricas se cruzan con guerras culturales del aquí y ahora. En el caso español, por ejemplo, tenemos la pregunta sobre el origen de nuestra democracia. ¿Cuál es? Como “1978” (o 1977, o 1975, esto varía según interpretaciones) suena un poco pobre y tardío, y a todos nos gustaría poder presumir de una tradición democrática mayor que nos iguale al resto de países de nuestro entorno, es natural buscar otros referentes. En la izquierda el referente tradicional siempre ha sido la Segunda República, pero últimamente hay una tendencia cada vez más fuerte por parte de la derecha a situar dichas raíces en el periodo de la Restauración. Un periodo “impecablemente democrático”, pues ya habría sufragio universal (aunque solo masculino, solo desde 1890, y controlado vía caciquismo desde el estado de tal manera que ningún gobierno perdió nunca unas elecciones), pero que sobre todo representa mucho mejor los valores y preferencias de la derecha actual: la confesionalidad del estado (con libertad de conciencia, eso sí), un papel reforzado de la monarquía, un gobierno que solo responde ante el rey y no puede ser depuesto por las Cortes (para tener “las manos libres”)… todo ello cosas que hoy quizás ya no se venderían tan bien, pero que se presentan como el precio a pagar por el bien supremo: la estabilidad. La Restauración dura desde 1874 hasta 1931, y su Constitución promulgada en 1876 aguanta hasta 1923, 4 años más de lo que lleva la de 1978. Y ciertamente parece más tranquila que el periodo posterior, pero la estabilidad se puede lograr de dos formas: solucionando problemas… o escondiéndolos. La Restauración era más de lo segundo, y la dictadura de Primo de Rivera fue su forma de seguir por esa vía cuando se agotó la “vía legal”. Pero reprimir los problemas solo significa que tarde o temprano acabarán volviendo a salir con más fuerza aún. Que es lo que finalmente acabó tumbando a la Restauración. Luego la República heredó de golpe y porrazo los problemas irresolutos de 40 años… y tuvo que llevar el sambenito de “no haber resuelto sus problemas”.
El caso es que, como parte de este lavado de cara de la Restauración, el ayuntamiento de Madrid dirigido por el PP ha autorizado la colocación de una estatua en homenaje al centenario de la Legión Española, fundada en 1920, en los últimos estertores del turnismo. Una estatua de seis metros de altura y veinte toneladas de bronce, de la que han tenido que decir en seguida que “no tiene connotaciones franquistas”. Bueno: aparte del detalle de que Francisco Franco era el segundo al mando de la Legión cuando la fundó Millán-Astray, que llegó a ser su comandante, que la Legión constituyó el núcleo del Ejército de África durante la Guerra Civil, y que la estatua estará situada frente al Palacio Real y en la plaza de Oriente, donde el franquismo convocaba a sus fieles para afirmar que “si ellos tienen ONU, nosotros tenemos dos” y cada 20-N suele haber un acto organizado por grupos de ultraderecha… ¡no se entiende que Salvador Amaya, su escultor, haya tenido que aclarar que “es un monumento para los que aman España, más allá de su ideología”! También se ha dicho que se quiere honrar el papel de la Legión en las misiones de paz, pero el legionario representado no tiene pinta de buscar mucha paz. Porque la Restauración, entre otras cosas, fue un régimen imperialista, colonial y esclavista: sostuvo la institución de la esclavitud en Cuba hasta 1886 (en Puerto Rico la abolió la Primera República), siendo de los últimos que la abolieron oficialmente, intentó mantener a Cuba unida a España mediante una odiosa guerra contra la insurgencia en la que se desangró la juventud española (y muy especialmente los pobres), y cuando perdió Cuba intentó compensarlo mediante un protectorado en el norte de Marruecos, del que se beneficiaron principalmente las concesiones mineras y por el que tuvo que desangrarse otra generación de jóvenes españoles. Era precisamente el enorme desprestigio de esta política colonial el que llevó a fundar la Legión: un cuerpo de voluntarios para no tener que mandar soldados de reemplazo, y que desde el principio destacó por su absoluta brutalidad contra los nativos. Un legionario, en perspectiva histórica, no es un casco azul: es un soldado colonial.
Sí es cierto que el siglo XIX español en general no goza de buena prensa, y que una revisión más general del periodo no estaría de más. Pero eso es porque ha tenido que pagar el pato de resolver la gran pregunta de nuestra historiografía: ¿por qué sucedió la Guerra Civil? Y la respuesta, pactada informalmente durante la Transición, pero enormemente persuasiva y que llega hasta hoy, es que sucedió porque era inevitable, como culminación de desarrollos que llevarían en marcha todo el siglo XIX. Bien, ¿es falsa esta respuesta? Más que verdadera o falsa, lo que hay que considerar es lo tremendamente conveniente que le resultó a todo el mundo en ese momento. Al ser declarada “inevitable”, la cuestión de la culpa se volvía irrelevante. Y además casaba perfectamente con las historiografías respectivas del franquismo y de la oposición democrática: los unos, porque veían en el siglo XIX un periodo de decadencia continua (España en 1800 es una potencia con el imperio más grande del mundo, y en 1898 lo ha perdido todo y ha sido desclasada a país de tercera) que requería de algún tipo de reacción; los otros, porque veían el periodo como uno de atraso, solucionable mediante una “modernización” que nos igualara con Europa. Pero mantener a continentes enteros subyugados no tiene nada que ver con la grandeza, y la supuestamente “moderna” Europa explotaba imperios coloniales inmensos y organizó dos guerras mundiales en el periodo de nuestra Guerra Civil.
Todo esto puede parecer una interpretación política, pero es que la Historia es eso. Y se está perdiendo con la transformación de la Historia en una ciencia. Es decir, en un conjunto de conocimientos observables del que se extraerían leyes generales, con muchos papers y peer reviews y todo eso que asociamos a La Ciencia. Esto puede sorprender a quienes siempre la vieron ahí, buscando verdades objetivas. Pero no tiene nada que ver. Podríamos determinar científicamente qué desayunó Julio César cada día de su vida, eso sería una verdad objetiva… que no nos dice nada sobre su relevancia histórica. Es como contar las apariciones de las letras “E” y “W” en El Quijote (227.582 veces la una, y dos veces la otra, ambas para nombrar al rey godo Wamba) y pretender usar ese dato objetivo para explicar su importancia literaria. La Historia, antes que ciencia, forma parte de las Humanidades, donde no se trata de establecer leyes generales como la de la gravedad, sino de conocernos a nosotros mismos. Algo que generaciones anteriores tenían muy claro, y por ello escribían Historia como fábula moral. Y si había que retocar los detalles para que la moraleja quedara clara, se hacía. No hay que llegar a tanto, pero sí deberíamos ser conscientes que no hay tal cosa como una estatua sin ideología detrás.
Para juzgar nuestro presente, a veces es útil imaginarse cómo lo verán los historiadores del futuro. Es posible que ni usted ni yo lo veamos, pero voy a aventurar que el periodo actual en el que nos encontramos será denominado algún día por los historiadores como Segunda Restauración Borbónica (y creo que quienes ahora intentan vendernos la Primera como algo deseable, lo hacen precisamente por eso). Y el paralelismo con la Primera no será casual, sino intencionado. Paradigmático de un país que se dedica a embotellar problemas durante 40-50 años (Primera y Segunda Restauración, o Tercera si también incluimos a Fernando VII en 1814), para posteriormente sumirse una década en el caos cuando todos estallan a la vez.