Homenaje a una desconocida parte de unas cartas compradas en un mercadillo
VALÈNCIA. “Navajas, 23 de julio de 1957. Ayer por la noche nos fuimos al cine mi hermana y yo, y Tonín nos acompañó. ¡Si vieras qué contento se puso cuando le dije que se venía al cine! Y luego el pobre se aburría como una ostra, me decía, mamá esta película no me gusta, ¿cuándo se termina? Y es que vimos Locura de amor. Pero se portó como un hombre, no me hizo hablar ni se durmió, luego nos tomamos una Pepsi-Cola y quedó tan contento”. Carmen Muñoz dedicó estas líneas a su marido, Antonio, durante un verano que él pasó de rodríguez en València. La misiva acabó en un fajo de cartas a la venta por 20 euros en un rastro de antigüedades. Allí dio con ellas en 2015 la actriz Cristina Correa, y fue tal el pudor que sintió al hacerse con su correspondencia, que le asaltó la necesidad de rescatar la memoria de esta mujer anónima. El resultado es la obra de teatro documental Homenaje a una desconocida, programada del 25 al 28 de abril en la Sala Carme Teatre.
“Me dio pudor que aquello estuviera vendido en un mercadillo. me imaginaba mis cosas vendidas. Así que pensé en darle valor. Rescatando la vida de Carmen, de alguna manera, rescatamos la vida de todos”, explica la intérprete, guionista del programa de televisión El hormiguero, quien junto a la actriz y directora de la compañía Teatro de La Catrina, Desirée Belmonte, ha dado empaque escénico a la vida de gente sencilla.
Correa reconoce que leer la correspondencia de alguien tiene un punto de placer culpable. Y en esta clase de hallazgos se han basado otras iniciativas artísticas como el corto documental El último abrazo (Sergi Pitarch, 2014), en el que se reconstruye la vida del autor de dos cartas de suicidio escritas en 1946. O la pieza de teatro de objetos documental La máquina de la soledad, en la que Shaday Larios y Jomi Oligor, rescatan las memorias escondidas en correspondencia recuperada en rastros de México y España.
“Existe una especie de morbo con los escritos particulares, porque es algo íntimo escrito para que lo lean dos personas. Pero no los compré para fisgar, sino al pensar que aquella pareja ya había fallecido y creer que iba a encontrar información de cómo era la vida entonces”.
En principio, reparó en unas postales de hoteles de los años cincuenta. En su mayoría, del Sheraton. Junto a las tarjetas había fotos de una pareja, un hombre y una mujer en la playa. Eran materiales reunidos por un hombre que se dedica a vaciar pisos gratis y vender los objetos que encuentra. Le ofreció unas cartas que no tenía expuestas. Y la actriz decidió tirar del hilo. Junto a Belmonte empezó a investigar a fin de componer la biografía de Carmen Muñoz.
La pareja se escribía dos cartas al día. Según Correa, llevaban un ritmo de whatsapp para la época, pero nada que ver con el nivel de la escritura actual: “No es sólo que ya no tengamos paciencia, sino que no sabemos escribir. Las cartas de Carmen y Antonio son poesía pura”.
Cristina y Desirée, que es investigadora de lenguajes escénicos asociados al teatro documental autobiográfico, visitaron el pueblo donde veraneó su desconocida durante dos años e intentaron localizar a su familia. Finalmente, unos vecinos del piso en el que vivieron en València les facilitaron el contacto de sus hijos. Y para su sorpresa, les revelaron que Carmen estaba viva en una residencia de La Eliana. ¿Qué hacía entonces su vida privada expuesta en un mercadillo?
Todo ese proceso de indagación y descubrimientos se ha filtrado al montaje: “Lo hemos planteado como teatro documental epistolar. Nuestro deseo ha sido contar algo desde la verdad. A los objetos que teníamos les hemos ido añadiendo lo que nos ha ido sucediendo durante este viaje personal. La conclusión es que cualquier vida merece la pena ser contada”.
Cristina y Desirée averiguaron que, sobrepasados los 50 años. Carmen había estudiado pintura y formado un grupo de artistas. El resto de sus amigas artistas se sigue reuniendo cada miércoles en Federal Café. Les contaron que llegó a exponer en México y Alemania, y que en paralelo, su marido se hizo crítico de arte cuando ella empezó a formarse. Hasta los 94 años vivió sola.
Con todos esos materiales, el tándem creativo realizó una instalación en el festival Cabanyal Íntim. La propuesta reunía los diálogos extraídos de las cartas, vídeos de entrevistas y objetos del periodo en que las postales fueron escritas, con botella de Pepsi antigua, tebeos de los que habla con sus hijos, un bolso de cocodrilo que le pidió a su marido que le comprara en Nueva York, unos guantes de nylon…
Aquella obra inicial se ha ampliado ahora a través de un formato de teatro contemporáneo, con proyecciones, vídeos y el relato del viaje emocional de las protagonistas al investigar la vida de Carmen: “Este proyecto parte del deseo de no olvidar, de poner conciencia en la importancia de la vida de cada uno y de las experiencias y los recuerdos que la forman y nos forman, aunque esos recuerdos acaben vendiéndose por unos pocos euros en un mercadillo”.