El confinamiento ha sido un test para casi todo. Una parada obligatoria que nos ha hecho enfrentarnos a demasiadas cosas que estaban ahí pero no veíamos debido al estrés y las inercias del día a día. Una de estas cosas es la educación. Maestros y profesores han tenido que improvisar plataformas, actividades y estrategias nuevas para impartir clase desde casa. Este cambio drástico ha puesto en evidencia ciertas debilidades del sistema educativo que voy a intentar explicar sin pretensión de agotar el tema. Son solo algunas reflexiones a vuela pluma (y sin organizar demasiado) que deberíamos tener en cuenta a la hora de mejorar un sistema que desde hace años -debido al cambio de paradigma de la era digital y a la falta de consenso de los gobiernos-, hace aguas.
Durante el confinamiento, los profesores hemos asistido estupefactos a las trampas más pueriles por parte de algunos alumnos. De pronto, niños que apenas sabían expresarse y con graves problemas ortográficos entregaban trabajos perfectos elaborados por sus padres, primos, profesores de repaso, copiados de internet o comprados a extraños en páginas web como milanuncios.com donde se ofrecían trabajos de la ESO por encargo. Exámenes orales online donde se escuchaba claramente la voz de la madre chivando las preguntas o controles escritos con tiempo limitado donde los alumnos se pasaban las respuestas, sin darse cuenta, por ejemplo, que los exámenes de cada uno eran diferentes, por lo que las respuestas estaban todas mal. Copia-pega sin siquiera leer el enunciado.
Podríamos pensar que la culpa es de algunos alumnos (insisto: algunos, no la mayoría) que pretenden aprobar mediante la picaresca, aprovechando la coyuntura. Pero la culpa es principalmente de un sistema educativo que los ha hecho irresponsables. He visto cosas que no creeríais: a madres ir al instituto a protestar porque su hijo ha saltado la valla en hora lectiva, a padres denunciando a docentes porque el niño se han escapado durante una excursión, a familias chillando al profesor de Educación Física por una lesión de la estudiante. La idea generalizada es que los centros educativos son centros de vigilancia similares a las cárceles donde el alumnado debe ser supervisado y controlado en todo momento. Se ha generado la falsa idea de que niños y adolescentes son irresponsables y, por lo tanto, la responsabilidad de sus actos es de los vigilantes. Resumiendo: los padres creen que sus hijos son estúpidos. Toda la sociedad cree en realidad que niños y adolescentes son estúpidos incapaces de ver una valla y no saltarla. Animales salvajes que intentarán escaparse durante las excursiones. Cortitos de mente incapaces de discernir las consecuencias de sus actos.
¿En serio son nuestros hijos estúpidos? Así lo dice la ley, responsabilizando a los profesores de sus actos. Incluso muchos padres y madres los responsabilizan de sus notas e ideas. ¡Es que le tienen manía! ¡Es que los adoctrinan, pobres, viva el pin parental! Por eso les ayudan a engañar a un sistema del que desconfían o, al menos, los excusan: pobres, que no se traumaticen repitiendo curso, que no se traumaticen porque el profesor es de una ideología política diferente a la de casa, que no se traumaticen porque el libro habla del Big Bang y yo lo he educado en una fe religiosa, que no se traumaticen porque en Tecnología se han dado un golpe jugando con herramientas, qué pueden saber ellos a sus 15 años, cómo van a saber que con las herramientas no se juega, pobres angelitos agilipollados (eso parecen creer los padres), ¿dónde estaba el profesor para evitar que se golpeasen?¿Por qué no demandarlo?
Un sistema sobreprotector que hace creer a los menores que no tienen la culpa de nada es un sistema que genera irresponsables. Ha llegado un momento en el que ni siquiera se saben artífices últimos de su educación. La mayoría tiene la falsa idea de que va a clase para contentar a padres y profesores. Aprueban para otros en lugar de tomar conciencia de que sus notas están conectadas a su futuro, que los aprobados o suspendidos son solo para ellos. El sistema les muestra que son secundarios en el proceso de aprendizaje. Los vigilados para que no hagan algo mal; los castigados si suspenden y premiados si aprueban; los tontitos que necesitan ayuda para hacer trabajos, ¿por qué no dársela?¿Por qué no chivarle el examen oral tras la cámara? Si apruebas te compraré una bici. ¿Por qué no decirles: si apruebas serás todo lo que quieras ser?
Hay países donde las escuelas son lugares de enseñanza y ni siquiera hay vallas o vigilantes. Donde al niño, desde pequeño, se le hace saber que si se escapa de clase es su responsabilidad, que si no se esfuerza no aprenderá y que si no estudia lo suficiente no podrá estudiar la carrera que le gusta. Hay países del mundo (los escandinavos por ejemplo) que no creen que sus hijos sean absolutamente estúpidos. Y esos niños maduran antes y asumen las riendas de su educación desde el colegio. Son autónomos y resolutivos. Esta es otra de las cosas que el confinamiento ha puesto en evidencia: los menores pueden ser autónomos. ¡Oh, qué sorpresa! ¡Pero si saben hacer cosas solos! ¡Pero si no hace falta mascarles la comida y darles papillita!
La enseñanza es más bien aprendizaje. Son los alumnos los que aprenden. El profesor debe guiarlos pero nunca podrá enseñarles si ellos no quieren aprender. Y la falta de autonomía es un problema en este proceso de aprendizaje pues les hemos hecho creer que siempre deben depender de otros. Padres escribiendo whatsapps a compañeros para que le digan los deberes porque sus hijos son despistados y nunca se lo apuntan. Madres rellenando sus matrículas de Universidad no sea que se aclaren. Profesores apuntándoles los deberes en las agendas por si ellos no lo hacen… Pero de pronto el Coronavirus: la necesidad de organizarse, de buscar la información, de tomar decisiones… Los hemos soltado de la mano y resulta que no eran tan tontos, que eran capaces de encontrar su camino solos.
Otra cosa que ha mostrado el confinamiento es que la educación no está en mano de los profesores únicamente. Toda la comunidad debe estar implicada y remar en la misma dirección. Durante estos meses de encierro, la comunicación entre profesores, alumnos, padres, tutores, directiva, delegados de curso… ha sido más fluida e interesante que nunca. Todos hemos trabajado juntos, conscientes de la necesidad de hacerlo para que las cosas saliesen bien.
Unos padres que critican abiertamente a los educadores delante de sus hijos solo consiguen que los niños no se fíen del profesorado. Si ponen en duda su autoridad, dan permiso veladamente para las faltas de respeto. Si se quejan por contenidos que chocan con sus ideas (sean políticas, religiosas, éticas…) no solo fomentan el pensamiento único, sino que están impidiendo que sus hijos sean críticos, elijan y creen su personalidad a partir de lo que se quedan y de lo que desechan. Porque eso es ser adulto: saber que el mundo está lleno de gente con ideas diferentes, pero tener las propias. Saber que hay gente que cree en Darwin aunque yo crea en la Biblia o el Corán. Saber que hay gente que cree en la Rey aunque yo crea en la República. Y dar opiniones no es adoctrinar. Adoctrinar es hacer que tus hijos solo escuchen lo que tú crees que deben escuchar. No dejarles madurar en sus ideas al contrastarlas con otras diferentes. Creerlos de nuevo estúpidos, incapaces de escuchar opiniones diversas y ser críticos con ellas.
Dos últimas observaciones. Primero: hemos visto que los nativos digitales no lo son tanto. Son nativos digitales sociales. Dominan las redes sociales y los videojuegos pero no saben adjuntar un archivo, subir un trabajo a Drive o incluso escriben el email en el asunto en lugar de en el cuerpo del mensaje. Parece que el curso que viene tendremos que empezar a enseñarles ofimática básica antes que nada.
Segundo: debemos fomentar la creatividad y la criticidad más que la memorización y las tareas de rutina. Los trabajos durante el confinamiento han mostrado el lado creativo de muchos alumnos que alejados de la manita del profesorado se han dejado llevar por sus intuiciones y han brillado cuando en clase eran grises. Todos no encajan por igual en las normas del sistema y hay pocas oportunidades para desarrollar ciertas cualidades. ¿Cuántos genios sacaban malas notas? El sistema educativo está diseñado para un estudiante estándar. Y enfocado, cada vez más, a la utilidad y el mercado laboral. La idea común es que hay asignaturas marías y asignaturas serias que te harán prosperar. Por eso, si dibujas bien y vas mal en matemáticas te apuntarán a repaso, no a clases de dibujo. La idea común es que la Universidad es para ganadores y los ciclos formativos son para perdedores. Y por eso Bachiller se llena de niños frustrados que intentan cumplir los sueños de sus padres cuando serían mucho más felices aprendiendo una profesión o dedicando su vida a lo que enseña una asignatura maría. ¡Pero si eso no tiene salida, estudia algo de provecho!
También hemos visto la falta de conciencia crítica ante lo que leen. Memorizar es cada vez menos importante: todo está a un golpe de clic. Pero ser crítico con lo que se lee y capaz de encontrar información fiable empieza a ser un problema mayor en este mundo de fake news y clickbaits. Un problema que las inercias del pasado no dejan atajar: en Lengua Castellana, por ejemplo, se dedican gran cantidad de horas a actividades tan inútiles (por el excesivo nivel de profundización) como la sintaxis o la morfología. Por que siempre se ha hecho así. No hay otra excusa para perder tanto tiempo en una actividad tan mecánica y que prepara tan poco para la vida real que la costumbre.
La labor del docente tiene sus pilares fundamentales en el cariño y la capacidad de motivar al alumnado para que desee aprender. Como he dicho, cada vez creo menos en la capacidad de “enseñar” y más en la capacidad de “aprender”. Es verdad que hay mejores y peores profesores, pero eso no es un impedimento para que un buen alumno siga sacando excelentes notas. Los profesores debemos transmitirles pasión por nuestra asignatura. Yo no recuerdo los poemas que recitaba en clase mi profesor de EGB pero recuerdo la pasión con que los leía. Y yo quise leer poesía para sentir esa pasión. Así ahora intento transmitir a mis alumnos pasión, ganas, motivación más que nombres propios y fechas que olvidarán rápidamente y que pueden recordar mirando el móvil de su bolsillo.
La parte más bonita del confinamiento ha sido el final de curso. Felicitaciones y agradecimientos de padres y madres, así como emotivas despedidas de los alumnos. La educación es una actividad donde la parte humana es muy importante. Se crean vínculos muy fuertes y está bien que así sea. Que haya cariño y respeto. Porque nada puede salir mal si hay cariño y hay respeto. Y eso a veces se nos olvida.
Espero que todos tomemos nota y al año que viene empecemos a cambiar el sistema desde dentro, porque si esperamos a que lo hagan los políticos...