VALÈNCIA. Ya está. Ya hemos salido. Quien más, quien menos ha visto a algún familiar o amigo. Hemos dejado de saludarnos en los balcones o a través de la pantalla del ordenador para mirarnos cara a cara, mascarilla mediante. También hemos comprado nuestros primeros libros (¡benditas librerías!) y, los más ansiosos, ya han saboreado su primera caña en una terraza de bar. A mí, os confieso, me está constando pillarle el tranquillo a la Fase 1. Me siento como Truman, voy con miedo a que, si cruzo el límite de mi kilómetro de paseo, acabe descubriendo que la luna de València es en realidad de cartón piedra.
Entre tanto hombre enmascarado todavía espero que uno de ellos se descubra como el Juan y Medio de esta pandemia, me dé un ramo de flores y me señale los lugares dónde han estado escondidas las cámaras todo este tiempo. Inocente, inocente. Porque, a pesar de que las calles siguen ahí, la ciudad funciona a medio gas. No es lo mismo mirar que palpar. Toca cumplir con los deberes, faltaría más, pero no puedo evitar que la extraña normalidad llene mi mochila de dudas. Sobre el presente. Sobre el futuro. También sobre estos artículos, que empecé escribiendo como diario de un ‘encierro cultural’ que yo ya no sé si va para adelante o para atrás.
No sé.
Llamo a A. por teléfono y acabamos hablando sobre cómo creemos que nos ha afectado el confinamiento. Todavía no ha acabado y ya queremos conclusiones. Divagamos un rato y acabo apuntando en un papel una de la palabras que más repetimos durante la conversación: necesario.
En los días siguientes me sorprendo repitiéndola con varias personas, charlando sobre lo que era necesario antes y ahora parece irrelevante, discutiendo con aquellos que hacen cosas que yo considero innecesarias. Lo que dentro de poco algún iluminado de las charlas motivacionales bautizará como ‘nueva necesidad’. Y cuántas más veces digo la palabra, más dudas. ¿Soy yo necesario? ¿Es necesario lo que hago? ¿Seré necesario en la ‘nueva normalidad’? Y, entretanto, nuevas palabras me vienen a la cabeza: el concepto de utilidad, solidaridad, etc.
En estas semanas de encierro no somos pocos los que hemos hecho un viaje introspectivo, una análisis sobre nuestro papel en la sociedad, en un conjunto que, según dicen en la tele, no volverá a ser el mismo. Y digo yo que, puestos a cambiar, es necesario que vayamos a mejor, ¿no? Pero luego llega la Fase 1 y ves que el escenario es diferente... pero no tanto. Y que el cafre sigue siendo cafre. Y así con el insolidario, el rabioso y el gruñón. Viene el desconfinamiento y con él la decepción. Porque ni salir es la fiesta que nos habíamos imaginado (aunque algunos se la estén pegando a costa de otros), ni supone la refundación de una sociedad que no va a cambiar de un día para otro.
Y yo ya no sé ni lo que necesito.
Bueno, sí, que venga Juan y Medio acabe con el chiste.