Criarse en la periferia es una experiencia que define lo que uno es, un aprendizaje no normativo en el que la vida se presenta como un mosaico de decisiones similares a un salto al vacío
Es un mundo en el que todos hemos habitado, pero el recuerdo es sustancialmente distinto: el barrio puede ser el paraíso perdido, el escenario de guerras de globos de agua.y después de las primeras experiencias con el cuerpo ajeno -tetas, culos, coños o pollas adolescentes-, el territorio de los descubrimientos sexuales cuando uno no conocía todavía el funcionamiento de sus genitales pero intuía que algo pasaba ahí, que lo que había escuchado de boca de los más precoces tenía que albergar algo de verdad, y por eso luego, de vuelta en casa, extendía las Interviús y se frotaba hasta ese instante de conexión con el otro lado, ese impasse en el que el cuerpo se convertía en un vehículo que tenía como destino la madurez, el mareo, la incertidumbre, el sentirse parte del capítulo de la vida adulta y del abandonar para siempre la edad de la fricción ingenua, del aspirar a formar parte del cosmos orgásmico de los mayores. Dicen algunos que sintieron la llamada de la sexualidad con la esquina de una mesa o con una escena de una película que los padres nos supieron censurar a tiempo, qué más da, lo cierto es que la pulsión estaba ahí y que el escenario de este teatro de los deseos era el barrio, el parque, la urbanización ambigua donde las familias más prósperas acogían a los amigos de los hijos menos afortunados. El barrio es el teatro de los deseos de todos, de los más harapientos y de los prósperos, de los que ostentan la corona del reino de una planta baja y de aquellos cuyos padres pueden alardear de un sueldo eterno de funcionario.
El barrio es el estadio en el que juegan los que tienen una oportunidad y los que no, el campo de los desarrapados y de los aristócratas: en el barrio se equiparan los de buena cuna y los hijos del mercado, los más espabilados, los que averiguaron antes que nadie los mecanismos del placer visionando con paciencia las señales codificadas del porno cuando el porno no era todavía la sustancia elemental de eso que llamaríamos internet -hay un dicho que dice que si existe hay porno sobre ello-. No todo el mundo ha vivido en un barrio pero los que lo han hecho lo llevan consigo incluso cuando lo han abandonado y se han incorporado al bloque marmóreo del centro gentrificado. Es sencillo abandonar las costumbres de siempre y adoptar una higiene postural estándar, una pose todoterreno que sirva tanto para un cumpleaños como para un happening -ya nadie dice happening-, para una inauguración de esas en las que hay un patrocinador que ofrenda cervezas y en las que los asistentes saludan a otros asistentes y todos juegan el juego de la apariencia. El barrio a veces evoluciona y se convierte en otra cosa: hay negocios, comercios al por mayor, prostitutas anunciadas en portales gestionados por emprendedores que obtienen beneficios de la sed de sexo de pago. El barrio es un ecosistema en peligro de extinción, un poblado zíngaro de otra época: ahora los barrios son no lugares abandonados o zonas eternamente emergentes.
Por suerte hay quien extrae de los barrios la materia necesaria para construir un libro, un paisaje literario como el de La última vez que fue ayer de Agustín Marquez, un mosaico de instantáneas que el autor explica tal y como sigue:
-¿Dónde has crecido?
-Agustín Marquez (autor de La última vez que fue ayer (Candaya, 2019): -He crecido en un barrio parecido al de la novela; de hecho, cuando me planteé escribir la novela una de las máximas era que no fuese autobiográfica, pero si puede decirse que hay algo autobiográfico quizás sea el barrio.
-En tu libro el barrio se presenta como un territorio familiar y violento, un lugar que casi podemos oler a través de la página. ¿Por qué, de dónde surge esa sordidez?
-Los barrios periféricos eran así, lo que ocurre es que muchas veces lo recordamos, o queremos recordarlos, con nostalgia, como una especie de paraíso en la tierra, donde todo era mejor que hoy día. No era así, los barrios eran lugares violentos, pero no solo en el aspecto más físico, sino también en el psicológico. Ahora bien, también eran un espacio familiar, donde de alguna forma los que vivían en un él eran una especie de megafamilia.
-¿Cómo se ejerce esa violencia psicológica en los barrios?
-La violencia que ejercen los barrios está relacionada con el porvenir que ofrecen y que acabamos adoptando como nuestro.
-En ocasiones el escenario y los personajes de tu libro se acercan a un extremo de la caracterización que los convierte casi en protagonistas distópicos. ¿Nacieron, o se hicieron así?
-Algunos surgieron tal como se presentan, otros se han ido formando a medida que he ido corrigiendo la novela. Los protagonistas principales nacieron y los secundarios se fueron formando. De todas formas es como me gusta escribir, tener un mínima idea fija de estructura y personajes, y que luego la escritura me vaya sorprendiendo y en ocasiones poniendo zancadillas.
-El atropello es un accidente que se sufre en tu libro, y es cierto también que en los barrios se producen muchos atropellos. ¿Qué posibilidades tiene uno de salir ileso de sus esperanzas si se queda demasiado tiempo en el barrio?
-Quedarse en el barrio no es algo que de por sí produzca desaliento, quedarse en la esperanza sí. Siempre he dicho que la esperanza es positiva si va acompañada de acción, ahora bien, la esperanza de ver si nos toca la lotería me parece peligrosa.
-¿Cuáles son los límites de un barrio?
-Los límites físicos los marcan las fronteras urbanísticas, los limites sociales los marcan las políticas urbanísticas. A los límites físicos de los barrios, a priori, no tiene sentido enfrentarse, pero sí a los límites sociales. No me refiero a un enfrentamiento contra algo, sino a un enfrentamiento con el anhelo de superar, e incluso a veces esquivar esos límites.
Candaya publica esta historia que se proyecta desde un volumen de relatos para convertirse en la narración íntima de la búsqueda de una casa a la que poder volver