MURCIA. El momento en el que cada uno es consciente de lo efímero de la existencia nos remite inevitablemente a una enorme sensación de vacío. Hay cosas que son imperecederas, que están ahí desde siempre, como el mar, las montañas, pero el ser humano tiene fecha de caducidad y esa revelación es siempre dolorosa, incluso terrorífica. Es algo que descubrirá Jacinto a los doce años al entender que el sentido de la vida está siempre unido al de la muerte.
Es una de las poderosas reflexiones que desprende la ópera prima de la portuguesa Catarina Vasconcelos, La metamorfosis de los pájaros, un cruce entre memorias propias extraídas de su familia y una exuberante exploración plástica de la naturaleza y de los sentidos que se convierte en un impactante cóctel telúrico y metafísico.
La película nace de los propios recuerdos almacenados de su familia y del impacto que supuso para ellos la muerte de su abuela a muy temprana edad. Ese sentimiento de pérdida se apoderará del relato al mismo tiempo que se despliega todo un mosaico de voces que van pasándose el testigo de generación en generación hasta llegar a ella misma y los impulsos que le llevaron a realizar esta búsqueda de sus raíces.
A través de ese relevo de voces nos introducimos en un relato poliédrico en el que se mezcla la recreación del pasado con un territorio a medio camino entre la ensoñación y la poesía, arraigado a medio camino entre el suelo, lo tangible, y lo etéreo, las sensaciones.
Se nota de una manera poderosa que la directora procede del mundo del arte. Muchas de sus imágenes están concebidas casi como lienzos en los que encontramos naturalezas muertas, juegos de espejos, figuras surrealistas y elementos procedentes de la performace o la instalación o referencias a Sorolla que nos adentran en un espacio entre lo plástico y lo cinematográfico.
Son muchas las ideas que se concentran en esta sugerente ópera prima, quizás demasiadas, ya que nos lleva sin descanso de una imagen que contiene un sinfín de significados a otra. Desde la soledad, el peso de la ausencia, a culpabilidad o la entrega. Sin embargo, el propio título de la película nos da una idea de que uno de los aspectos fundamentales tiene que ver con el paso del tiempo, con la transformación de los cuerpos a través de él, del ciclo de la vida y las necesidades que se tienen en cada momento: de protección en la infancia y de libertad en la etapa adulta pasando por la nostalgia y los recuerdos como tabla de salvación.
En ciertos aspectos, La metamorfosis de los pájaros se asemeja a la búsqueda íntima que también emprendió Núria Gimenez Lorang en My Mexican Bretzel, pero mientras que esta utilizaba imágenes de archivo para articular el relato, Vasconcelos alterna los registros y compone un puzle repleto de vericuetos en el que se aprecia de manera más explícita la naturaleza híbrida de un proyecto que se expande en muchas direcciones sin cerrarse ninguna puerta, sin restricciones, con una libertad casi kamikaze a la hora de probar nuevas texturas y posibilidades. Sin embargo, en ambas encontramos intacta la fuerza de la fabulación a la hora de utilizar los mecanismos de la ficción para introducirnos en las huellas físicas, pero también espirituales, de nuestros seres queridos.
“Los misterios se esconden en los detalles”, se dice en un momento de la película. Y, en ese sentido, La metamorfosis de los pájaros está repleta de mensajes subliminares a través de objetos que generan una respuesta evocadora. Recuerdos de familia, reliquias, fotografías, cartas, grabaciones, junto a recreaciones ficcionadas de un pasado suspendido o imaginado.
Podríamos decir que estamos ante una obra que funciona como un poema visual en el que resulta tan importante lo que muestran las imágenes como lo que dicen unos textos de carácter existencial. Es una película muy bella, especial, que fluye de una manera tan orgánica como mitológica. Un viaje en el que se funde lo concreto y material con lo inaprensible, con la idea de lo eterno y la inmensidad.
Se estrena la película por la que Pedro Martín-Calero ganó la Concha de Plata a la mejor dirección en el Festival de San Sebastián, un perturbador thriller de terror escrito junto a Isabel Peña sobre la violencia que atraviesa a las mujeres