Castellón Plaza conversa con Santiago Posteguillo, Marta Querol y Santiago Álvarez sobre las dificultades de escribir novela histórica, sobre el hecho de que haya quien la considere más un producto (en su sentido peyorativo) que una obra y sobre los métodos que utilizan para llegar al objetivo
VALÈNCIA. Construir una ficción sobre hechos históricos contrastados puede llegar a ser un trabajo realmente complicado. Es lo que hacen los autores de novela histórica, documentarse hasta la saciedad acerca de un periodo concreto, construir personajes con mentes ajustadas a su época, dotar a los mismos de inquietudes que en muchos casos no corresponden con la realidad actual. Y siempre con algo en mente: que resulte enriquecedor y entretenido a quien lo lea.
Umberto Eco confeccionó la historia de un misterioso criminal en una abadía italiana del siglo XIV en El nombre de la rosa. Jean M. Auel describió la soledad de una niña indefensa en pleno periodo Paleolítico a lo largo de las páginas de El clan del oso cavernario. Marguerite Yourcenar contó la vida y la muerte del emperador romano Adriano por medio de una estructura epistolar en Memorias de Adriano.
Los autores de novela histórica se valen de recursos con los que acercar el pasado a nuestro mundo de manera atractiva. Para ello estudian una época hasta el más mínimo detalle, pues de otro modo la historia no sería congruente. Se enfrentan a multitud de dificultades y a periodos extensísimos de trabajo hasta que consiguen crear algo sólido.
Culturplaza ha querido consultar a algunos de ellos para hablar de las dificultades de escribir novela histórica, del hecho de que haya quien la considere más un producto (en su sentido peyorativo) que una obra y de los métodos que utilizan para llegar al objetivo. Ellos son el ganador del Premio Planeta Santiago Posteguillo, la finalista del mismo galardón Marta Querol y el escritor y organizador del certamen Torrent Històrica Santiago Álvarez.
Hay algo que suelen tener muy presente los autores de novela histórica a la hora de escribir: llevar mucho cuidado con la información que dan al lector. Muchas novelas del género se hacen pesadas porque se asemejan más a manuales de historia que a una novela propiamente dicha. Santiago Álvarez, escritor de novelas como La ciudad de la memoria y El jardín de cartón, y organizador del festival de novela histórica por excelencia en la ciudad (Torrent Històrica); explica que hay muchos novelistas que son profesores universitarios o licenciados en Historia que suelen estar más pendientes de la historia que de la ficción contada. “Se pasa por alto que, al fin y al cabo, lo que están escribiendo es una novela”, indica.
Álvarez opina que la novela histórica no debe hacer pedagogía, sino ficción, y que para ello, “hay una serie de mecanismos necesarios para que funcione”. El mecanismo de Santiago Posteguillo es adaptar los clásicos a un lenguaje narrativo actual. “Es lo que hizo Tolkien en El señor de los anillos -comenta-. Se basó completamente en el Beowulf, una de las obras clásicas de la literatura anglosajona escrita en inglés antiguo”. Para conseguir esto, Posteguillo se vale del lenguaje cinematográfico en sus novelas: “Dinamizo mucho la acción. Nada de párrafos extensos. Datos contados a través del diálogo, cruces de escena, cortes en el momento álgido de la narración…”.
Marta Querol también opina que la narración debe ser muy dinámica. Explica que muchas veces hay novelas históricas con decenas de notas a pie de página, y que eso “rompe totalmente los puntos de filo de la historia”. Ella, para compaginar esa narración veraz de hechos históricos con la ficción, da mucho peso en sus libros a las vivencias y las emociones de los personajes. En la primera parte de su trilogía Los Lamarc, transcurren años comprendidos entre los 30 y mediados de los 60. Hace hincapié en la importancia de los detalles: “Hay que tener un afán claro para que el lector se crea tu historia. Y para ello, desde el uso de un mocho en un año determinado, hasta la posibilidad de que existiesen telefonillos, todo, debe estar contrastado”.
La apuesta mediática y la sobreproducción de novelas históricas han acabado erosionando la imagen del género, al que en muchas ocasiones se suele acabar tachando de vulgar o poco literario. Sobre este tema, los autores de novela histórica también tienen bastante que decir. En primer lugar, Marta Querol explica que “es absurdo pensar que existe algún libro que no sea un producto. Todas las editoriales y autores quieren que sus libros se vendan. Decir lo contrario es una tontería”. Además, sin ánimo de menospreciar a otros géneros, opina que la novela histórica conlleva un trabajo adicional: “Necesitas muchísima información técnica, muchísima documentación si quieres hacerlo bien. Hay una labor previa al ejercicio de escribir que quizás en otros géneros no sea tan grande”.
Acerca de esa necesidad adicional de documentarse, Santiago Álvarez piensa que es una de las diferencias claras con otros géneros y que es precisamente esa ingente cantidad de información que el autor posee la que le lleva en ocasiones a “enamorarse de ella y querer contarlo todo, dándole más peso al contexto histórico que a las emociones de los personajes”. Y por otro lado, el organizador de Torrent Històrica opina que en los últimos años ha habido elementos que “han arrebatado características a la novela que le daban virtudes que no tienen otras artes”. Habla de la inmediatez del mundo actual: “Los estantes de novedades de las librerías invitan a comprar los libros más entretenidos y fáciles de leer”. Es ahí donde, según él, radica el gran problema de la novela actual: “Hoy en día, muchos libros intentan imitar el mundo de Netflix o del cine, y eso es algo muy difícil de abarcar para la literatura. Si coges un libro y después la serie, en cuanto a acción va a ser casi siempre mejor la serie. Eso no ocurre si el escritor tiene las armas adecuadas”.
¿Cuáles son esas armas? Santiago Posteguillo habla de las cuatro soluciones a los problemas que, según sus palabras, se enfrenta un escritor de novela histórica: “Ser muy selectivo con la información que incorporas, escoger las fuentes más veraces (porque muchas veces, al ser muy antiguas, se contradicen unas a otras), rellenar los vacíos históricos (pues hay muchas épocas de las que no se sabe nada) con ficción que encaje y encontrar explicaciones verosímiles ante situaciones históricas que sean ilógicas”.
Si Posteguillo lo tiene tan claro es porque, además del contexto histórico, los personajes a quienes da vida en sus novelas también existieron en la realidad. Ese hecho le obliga a tener que ser muy precavido y minucioso al darles forma. Por otra parte, sobre esa condición de producto que se puede llegar a achacar a la novela histórica, el autor de la Trilogía de Trajano indica que “hay quien confunde lo exitoso con lo vulgar y lo malo”. Pone un ejemplo muy ilustrativo: “Muchas veces, cualquier obra de arte es en sí misma un producto. Shakespeare y Lope de Vega llenaban los teatros hasta los topes, y no por ello eran vulgares. El tiempo es quien dictamina qué permanece en el canon literario y qué no”.
Hay quien opina que la novela, tal y como la conocemos, está frente a un antes y un después. Quizás las descripciones largas y enrevesadas y las situaciones cocidas a fuego lento ya no tengan el mismo recibimiento que hace dos o tres décadas. Rafa Lahuerta, escritor de Noruega, ya decía hace unos meses a este diario que “esa escritura ha quedado arrasada por la modernidad”.
Marta Querol opina que “siempre habrá gente que siga saboreando ese tipo de literatura”, pero que cada vez es más minoritaria debido a lo que ella llama “lectores impacientes”. Según indica, por causa “del sistema educativo y la integración de las tecnologías en la vida, los lectores -sobre todo los jóvenes- buscan en la lectura ponerse muy rápido en situación. Todo tiene que pasar muy rápido. Antes, en una novela tenías que esperar treinta o cuarenta páginas para sumergirte en la trama. Ahora, tanto los lectores como las editoriales piden que ocurra algo muy gordo al principio”.
Posteguillo cree que esa modernidad de la que Lahuerta hablaba no es mala, ni mucho menos. Acerca de la inmediatez que sobre todo buscan las generaciones jóvenes, indica que “se ha desarrollado una velocidad mental en los muchachos que en su exageración conduce a la dispersión, pero desde un punto de vista positivo puede ser muy útil. En esencia -indica-, poder mantener cuatro conversaciones por Wathsapp a la vez no es malo, sino todo lo contrario. Significa que la mente se ha desarrollado de una manera más ágil”. El escritor suele decirle a sus alumnos que “si a esa rapidez vertiginosa le añaden de vez en cuando la paz y la reflexión de la lectura reposada, tendrán mentes mucho más completas”.
Santiago Álvarez reafirma las palabras de Querol y Posteguillo. Considera que “el lector contemporáneo ha ido cambiando a otro tipo de voz”. Dice que es lógico, puesto que la literatura “compite con las pantallas” y que, por lo tanto, “hay que encontrar nuevas formas de interesar al lector sin ser insustancial para que la novela histórica no vaya decayendo”.
Habla de una posible solución: “La hibridación de géneros. No es algo nuevo. Lo hizo Umberto Eco en El nombre de la rosa, por ejemplo. Y ahora Salamandra ha publicado un libro llamado 1794 (de Niklas Natt Och Dag) que cuenta la historia de un investigador privado en Estocolmo del siglo XVIII. Hibridar da brillo a una novela. Es una buena forma de innovar”.