VALÈNCIA. Hace once años nos despedimos de Paul Weston y sus pacientes. El terapeuta capaz de entender a todo el mundo menos a sí mismo, inolvidable Gabriel Byrne, se alejaba de nosotros caminando por una calle de Nueva York en las imágenes finales de En terapia (In treatment, 2008-2010). Durante tres temporadas compartimos la consulta del doctor Weston, en una serie que consistía, básicamente, en largas y apasionantes secuencias de diálogos, con dos personas (a veces alguna más) hablando en una habitación; al fin y al cabo, eso es la terapia: la curación a través de la palabra. Y nos enganchó, vaya si nos enganchó. Cada día un paciente, al que seguimos durante varias semanas en su proceso de sanación (o no), y el viernes el propio terapeuta convertido en paciente de su supervisora, Gina, interpretada maravillosamente por la gran Dianne Wiest.
Desarrollada y producida por Rodrigo García (el cineasta hijo de García Márquez y director de Cosas que diría con solo mirarla o Madres e hijas, entre otras), que también dirigió varios episodios, esta es, en realidad, la versión USA de la serie israelí Be’Tipul, creada por Hagai Levi. Y no es la única adaptación. Be’Tipul ha sido adaptada en diecisiete países, como Francia, Países Bajos, Brasil, Croacia, Hungría y, por supuesto, Argentina, con Diego Peretti como terapeuta, y Leonardo Sbaraglia, Norma Aleandro o Mercedes Fonzi entre sus pacientes. Hagai Levi es el creador de The Affair (2014-2019) y de Secretos de un matrimonio, la adaptación de la mítica serie de Ingmar Bergman que se estrenará el próximo 13 de septiembre en HBO.
El de la tercera temporada era un buen final y la fórmula pedía un descanso. Por el camino nos había dejado mucha intensidad, grandes diálogos, buenas historias e interpretaciones memorables como, además de las de Byrne o Wiest, las de Mia Wasikowska, Blair Underwood, Melissa George, John Mahoney o Irrfan Khan. Y es que sin buenos intérpretes es imposible sostener una serie de las características de esta, donde todo se juega en un cara a cara en una habitación cerrada. En su recorrido, En terapia recogió, con justicia, multitud de premios y nominaciones.
Y he aquí que, cuando nadie la esperaba, este año llegó una cuarta temporada. Sin Paul Weston y en plena pandemia. En realidad, no parece un mal momento para reflotar una serie sobre el valor de la terapia, ahora que hace más falta que nunca con todo lo que hemos vivido y lo que nos queda. De hecho, la temporada comienza directamente con una sesión online en pleno confinamiento. La nueva terapeuta es Dra. Brooke Lawrence, interpretada por Uzo Aduba, a quien recordamos en Mrs. America y Orange is the new black. Se mantiene un hilo que une ambas etapas de la serie, al presentarse la doctora como discípula de Weston, cuyo nombre se cita de vez en cuando, aunque no comparece en ningún momento.
Pero, a pesar de que el contexto actual parece favorecer a la serie, estos nuevos capítulos están bastante lejos de la intensidad y el desasosiego que provocaban las historias y los diálogos de las temporadas de Weston. Y tampoco los conflictos y la interacción entre paciente y terapeuta alcanzan su intensidad. Sigue un esquema similar, cada día de la semana un paciente y un día dedicado a la terapeuta.
A esta cronista le resulta difícil de entender por qué se tomó la decisión de que la serie comenzara con una sesión de terapia online, con una pantalla entre la terapeuta y su paciente. No solo establece una distancia entre ambos, sino también con los espectadores, distancia que no contribuye a crear el clima íntimo y personal que requiere la serie. No cabe duda de que este comienzo intenta conectar con el contexto real de pandemia y confinamiento, ya que también el conflicto del paciente tiene que ver con esa situación, pero tal vez hubiera sido mejor dejarlo para el tercer o cuarto capítulo, cuando ya hemos entrado en el espacio de la terapeuta y conocemos su forma de interactuar. Y más teniendo en cuenta que el resto de pacientes no están en una pantalla, sino que acuden a casa de la doctora. También es verdad que los pacientes, online o presenciales, tienen menos interés que los de Paul Weston, aunque se ha añadido una dimensión política muy actual, que supone ahondar en cuestiones de raza o género.
Para quien esto suscribe, la caracterización de la terapeuta y su espacio crean un distanciamiento difícil de salvar y contraproducente en este tipo de relato. Brooke recibe a sus pacientes en una lujosa y carísima casa en Los Ángeles, diáfana y luminosa, con muebles de diseño y grandes ventanales al exterior. Se sienta en una butaca de líneas muy depuradas, pero a todas luces incomodísima, de esas que parecen un mueble de exposición, donde le cuesta encontrar la posición adecuada para charlar con sus pacientes. Viste de forma muy personal y llamativa, con buen gusto y mucho dinero, y luce uno, dos o hasta tres modelos distintos en cada capítulo, sin repetir ni uno. Y son 24 capítulos.
En resumen: la ambientación y el vestuario se dan de patadas con el meollo de la serie, que es, como en la terapia, la construcción de un espacio común de intimidad y conexión entre terapeuta y paciente. La propia interpretación de Udo Azuba se contagia de esta artificiosidad ambiental y aunque en algunos momentos brilla, como la buena actriz que es, especialmente cuando el conflicto se centra en su personaje, en la interacción con los demás resulta poco veraz. Sobre todo en esos dificilísimos contraplanos que han de reflejar la escucha atenta mientras el paciente habla, y donde es tan fácil sobreactuar o resultar forzado, contraplanos que Byrne y Wiest bordaban. En cualquier caso, Azuba ha sido nominada para el Emmy por este trabajo, así que no todo el mundo opina esto.
Y un último problema. Brooke no acude a un colega supervisor para su terapia, como hacía Weston, sino que le visita su mentora de Alcohólicos Anónimos. Antes, con Paul y Gina, estas sesiones seguían las mismas reglas que el resto y permitían, no solo entender más al personaje central y su bagaje, sino también los entresijos del proceso terapéutico y sus límites; el desafío que supone, tanto para el paciente como para el terapeuta; la importancia de la palabra y el lenguaje. Las escenas entre Paul y Gina resultaban apasionantes y sus sesiones eran una de las grandes fortalezas de la primera etapa de la serie.
Por el contrario, la presencia de la supervisora de Alcohólicos Anónimos introduce un modo de rendir cuentas, un tipo de tratamiento psicosocial que tiene muy poco que ver con el que aplican Brooke y Weston. Y así, vemos a la terapeuta siendo juzgada desde una posición moralista que ni ella ni Weston ni Gina adoptan jamás, y que molesta bastante, porque no es ese el enfoque de la terapia, y tampoco ha sido nunca el punto de vista de la serie.
Si ya han visto las tres temporadas de En terapia, es probable que esta cuarta les decepcione. Si no la han visto, comiencen desde el principio y visiten la consulta del doctor Weston. Aviso: esto no es psicología positiva, ese placebo neoliberal, y los terapeutas no son coachs ni animadores. La serie es dolorosa como la propia terapia, porque el conocimiento de uno mismo llega buscando y ahondando en las raíces del conflicto. Ah, y si no disfrutan de los relatos centrados en gente hablando, olvídense. Si están bien hechos, a mí me encantan. Y este lo está. ¡Paul, vuelve!