La crisis desatada en 2008 trajo grandes transformaciones económicas y sociales a nuestro territorio. Y también políticas.
Si la Transición asentó nuestro sistema democrático sobre un bipartidismo imperfecto, en el que las mayorías correspondían a dos grandes partidos que, en gran parte de las ocasiones gobernamos con mayoría absoluta, los efectos de la crisis llevaron aparejados la irrupción de nuevas fuerzas políticas que alteraron el mapa y la aritmética electoral. El pluralismo partidista había llegado para quedarse.
En mayo de 2015 esta nueva realidad política se hizo patente en la Comunitat Valenciana. Al mismo tiempo que el bloque progresista obtenía una mayoría amplia de respaldo ciudadano, se evidenció la necesidad de un acuerdo entre diferentes fuerzas políticas (PSPV-PSOE, Compromís y Podem) para dar el pistoletazo de salida al primer gobierno del Botànic que encabezaría un socialista, el president Ximo Puig, con Mónica Oltra en la Vicepresidencia.
Esta pluralidad de partidos suponía una auténtica revolución en la manera de hacer política. Partidos con proyectos diferenciados, que electoralmente habían competido en las semanas previas, debían cambiar el chip para convertirse en aliados que impulsaran unitariamente políticas públicas de transformación social.
No eran pocos los voceros de la derecha que auguraban un final catastrófico del gobierno botánico. Cabalgando a lomos de la consigna “Tripartito ruina” dirigentes populares se frotaban las manos a la espera de un epílogo desastroso que les permitiera recuperar el Palau de la Generalitat. Los ejemplos en Galicia y Cataluña les servían de coartada para aventurarse en pronósticos propios del mejor discípulo de Nostradamus.
Afortunadamente, ninguna de estas profecías se cumplió. El gobierno del Botànic arrancó con fuerza esa primavera del 2015 viendo revalidado su apoyo ciudadano en las elecciones del año 2019. El Botànic no iba a ser flor de un día.
Hasta la fecha, han sido seis años de políticas públicas progresistas que han mejorado sustancialmente la vida de los valencianos. Sin ánimo limitativo, en la lista de éxitos encontramos la aprobación de seis presupuestos de manera consecutiva en tiempo y forma, la eliminación del copago farmacéutico, la vuelta a la universalización de la sanidad pública, la mejora de la calidad educativa (mayor número de profesores y eliminación de barracones), el avance en la progresividad fiscal y el incremento de nuestra robustez empresarial.
Pero además de las políticas públicas, con el gobierno del Botànic nació una realidad intangible en el comportamiento y en las relaciones entre los socios, concretada en una manera de hacer política que ha superado los límites de nuestra autonomía. Este concepto intangible ha recibido varios nombres, especialmente afortunados son “la vía valenciana” o “el oasis valenciano”. Una forma de hacer y relacionarse que ha sido puesta como ejemplo en otros territorios, con especial relevancia en el caso del Gobierno de España, en el que el propio Presidente Sánchez ha hablado de gobierno “a la valenciana”.
Una realidad basada en la normalidad democrática y el buen funcionamiento de las instituciones. En la que, sin estridencias, los socios ceden en sus pretensiones partidistas para alcanzar puntos comunes de acuerdo que ejecuten políticas públicas transformadoras. No hay ganadores, no hay perdedores. Solo importa una cosa, el bienestar de la ciudadanía. Evidentemente hay discrepancias, pero existe un desacuerdo acordado que siempre permite avanzar.
Esta semana hemos vivido un “terremoto político” en diferentes comunidades autónomas. Todas ellas tienen un denominador común. Están gobernadas por la derecha apoyándose en el fascismo. No es nuevo que la derecha no entienda la discrepancia política y esto se ha traducido en gobiernos inestables, presididos por el tacticismo electoral, donde prima el interés partidista sobre el de la ciudadanía. Las consecuencias saltan a la vista.
Por ello, es oportuno poner en valor lo que con tanto esfuerzo ha costado construir en la Comunitat Valenciana. Por ello, es necesario seguir trabajando en ese proyecto común de transformación y justicia. Por ello, deseo una larga vida al Botànic.