A los cincuentones les quieren hacer pagar que vivieron relativamente bien, en un país seguro y próspero, hasta los cuarenta años. Están en el punto de mira de las empresas, que tiran de ellos para reducir las plantillas. La generación del ‘baby boom’ se enfrentará a una vejez sin red
Podría hablaros de la moción de censura en Murcia, alentada por los liberales castrados de Ciudadanos (Inés, recuerda que Roma no paga a traidores), y de las próximas elecciones en Madrid. Podría hablaros de nuestro caballo de Troya, llamado Podemos, infatigable cuando se trata de dañar a España de la mano de separatistas y filoterroristas, o del tinte de pelo de Matías Prats. Podría hablaros de estas y otras cosas, pero no lo haré porque no quiero aburriros con semejantes cantinelas.
Voy a hablar de los cincuentones, tema que no me es ajeno porque soy, fatalmente, uno de ellos. Si sabes quiénes fueron Fofó y Germán Coppini, tú eres de los míos.
“Los cincuentones están en el punto de mira de las grandes empresas. La gente de mi edad es la primera en ser despedida”
La otra tarde, mientras comía, muerto de frío, en la terraza de un bar de mi pueblo, escuché una conversación reveladora de la hecatombe laboral del país. Un comensal le decía al otro que habían despedido a un amigo suyo, después de trabajar treinta años en la empresa. “Le va a quedar una buena indemnización”, apuntaba. “¿Qué edad tiene?”, preguntó el otro. “Creo que 55”, le respondió. “Pues lo tiene crudo. A ver quién te contrata a esa edad”, comentó, y cambiaron de tema.
En efecto, el amigo del comensal lo tiene muy crudo. Los cincuentones están en el punto de mira de las grandes empresas —y no tan grandes—, que sueltan lastre para adaptar sus plantillas a la reducción de ingresos. La gente de mi edad es la primera en ser despedida. Si tienes suerte, puede quedarte una buena indemnización, dos años de paro y, después, a verlas venir. Ningún empresario te contratará porque te consideran una pieza de museo: un ser más analógico que digital, renuente a reinventarse, rígido de mente y espíritu, y sospechoso de criticar las decisiones de la empresa cuando atenten contra los derechos laborales.
Por estas razones eres, cincuentón despedido, un cadáver laboral. Casi tanto como el joven Casado en la política española. Te aconsejarán que entres en la página del antiguo Inem —si no la han jaqueado de nuevo— a consultar los subsidios para mayores de 52 años. Solicítalos y ármate de paciencia. Tu decisión reforzará la España peronista que se está alumbrando en el horizonte republicano.
Yo, que soy egoísta y carezco por completo de los valores del buen demócrata, reservo mi escasa solidaridad para los compañeros de generación. Por eso escribo este artículo, para defender que somos aún personas en plenitud de facultades para trabajar y dar mucho amor y ternura. Tenemos experiencia y nos sobra vitalidad.
Pero esto, bien lo sé, es predicar en el desierto, un canto que inevitablemente conducirá a la melancolía. Sólo si eres un político maniobrero y astuto, podrás estar tranquilo cumpliendo años en la poltrona. Fijaos en el iaio Ribó y en el abuelete Biden, dos vejestorios progresistas que, además de compartir la manta de cuadros, trabajan por la justicia social y la defensa del multiculturalismo. Así se entiende que el mundo occidental haya entrado en barrena.
Me gustaría apuntarme a la funesta moda del pensamiento positivo. Pero no puedo. Yo quemaría todos los libros de autoayuda y mandaría a los coach a la Siberia de Putin, y obligaría a leer la Biblia, en especial el Antiguo Testamento, deliciosamente salvaje, y a Marco Aurelio. Viendo lo que se nos avecina, uno no encuentra razones para ser optimista. Es como si a mi generación le quisieran hacer pagar la primera mitad de su vida, esos cuarenta años de paz y relativa prosperidad que les debemos a Juan Carlos I y al general que lo puso en el trono. Hasta 2008 tuvimos una biografía y, a partir de entonces, hemos tenido otra, con el viento en contra y diluviando a días.
Antes lo comenté. Los killers del Ibex 35 piensan en nosotros para aligerar sus plantillas. El kilo de cincuentón cotiza a la baja. Pero no sólo eso: este Gobierno, o el que le suceda, cambiará las reglas del juego para recortar las pensiones. Y les estaremos agradecidos porque los que vienen detrás cobrarán menos o nada.
Tanto pelear para nada. Además, los de la generación baby boom hemos cuidado de los padres, como ellos cuidaron de nuestros abuelos. Sentimos esa obligación moral de hacerlo. Cabe exponer la siguiente duda: en el caso de tener hijos, ¿creéis que ellos actuarán de la misma manera? En un mundo en que los viejos son vistos como un estorbo, en donde casi nadie tiene tiempo para lo importante, la mayoría de nosotros acabará en una residencia si tenemos dinero para pagarla. De no tenerlo, el Estado acudirá al rescate proporcionándonos la pastilla azul para una muerte dulce.
Ahora que lo pienso, creo que me ha salido un artículo tristón y algo cenizo. La intención era buena pero… Mi propósito era reivindicar a los que estudiaron la EGB, pero me he excedido en mi fatalismo. Tal vez debería haber hablado de un asunto más trivial, por ejemplo, el tinte del pelo de Matías, del que siempre he admirado su capacidad de adaptación al medio televisivo desde sus tiempos jóvenes en Estudio Estadio. Cumplió los cincuenta y supo reinventarse. Aprendamos de él.