La derecha conservadora avanza en Occidente porque lo tiene claro: dan a la gente un sentimiento de pertenencia y unos enemigos que los unen: banderitas, virgencitas, putos-inmigrantes-violadores... Les dan algo sencillo: blancos y negros, metafóricamente. Y literalmente. Los progresistas, sin embargo, hablan y hablan y discuten por cada pequeña cosa, a veces en términos muy abstractos. Grises claritos contra grises oscuros. Al Frente Popular de Judea me remito, menos ridículo que las últimas negociaciones entre PSOE y UP. La gente se queda helada escuchando las discusiones bizantinas de la izquierda con lo calentito que se está en la derecha, arropado por otros como tú que defienden lo mismo que tú e insultan a los mismos malos que tú quieres insultar y los progres no te dejan.
Ya se ha hablado bastante de la ultraderecha. Creo que está todo dicho al respecto y es bastante obvio, así que haré algo que me parece más útil: autocrítica desde la izquierda. Porque si la cosa sigue así de mal entre los partidos progresistas, ante la falta de alternativa la derecha seguirá creciendo. No soy politólogo ni sociólogo ni nada parecido, pero hay ciertas contradicciones sobre las que me gustaría llamar la atención.
Siendo muy simplista, creo que hay dos problemas fundamentales que están alejando a la gente del progresismo: las discusiones por los matices y el desarraigo que genera el pensamiento individualista en comparación con el conservador, siempre dispuesto a crear equipo para luchar contra otro equipo. ¿Acaso a alguien le gusta jugar solo?
El pensamiento progresista tiene su centro en el respeto de los derechos y las libertades individuales. Los progresistas nunca llevan bien las reglas, los credos, las fronteras, los símbolos identitarios y la autoridad porque los ven como los agentes de opresión hacia esos derechos personales. Su empatía con los diferentes (con los derechos fundamentales de los diferentes) hace que defiendan a cualquier persona sea cual sea su clase social, raza, género, religión… sobre todo a los desfavorecidos por el sistema, a quienes desean ayudar a escapar de sus limitaciones materiales.
El problema de esto, que está muy bien, es que los progresistas tiene históricamente como utopía un mundo sin fronteras, una comunidad de iguales que abarque la Tierra, una comuna global feliz. Pero las comunidades, para funcionar, necesitan reglas, credos, fronteras, símbolos identitarios y jerarquías. En fin, todas esas cosas que defienden los conservadores. Que les hacen sentirse parte de un grupo. Y necesitan enemigos. Muchos enemigos con cualquier excusa: clase social, raza, género, religión... Y aquí empieza el problema. El pensamiento progresista pone el énfasis en los derechos personales y el pensamiento conservador lo pone en los deberes hacia el grupo. Crear una comunidad que no sea coercitiva y excluyente es bastante difícil. Sobre todo si es grande. Generar un sentimiento de unidad sin símbolos ni sacrificios por el bien del orden, es casi imposible. Quiero creer que no imposible, pero todo un reto para la izquierda. El movimiento feminista ha conseguido más o menos hacerlo y por eso ha triunfado. El color morado, algunos lemas y un enemigo: el patriarcado. Si no se les va la olla con las discusiones por los matices, el exceso de celo y las guerras intestinas, puede ser un gran ejemplo para otras luchas.
Es verdad que durante gran parte del siglo XX la izquierda generó un verdadero sentimiento de comunidad con un destino común: había símbolos (la internacional, banderas), había un enemigo común (la burguesía capitalista), había un credo (el marxismo)… Por desgracia este movimiento acabó en dictaduras horribles que poco tienen que ver con la libertad personal que los progresistas defienden en su día a día. De hecho es casi su antítesis.
En fin, a lo que voy. Los progresistas nunca van a conseguir entenderse del todo entre ellos. Son demasiado individualistas. El terreno económico es el único en el que la derecha les gana a individualismo. En todo lo demás, la izquierda defenderá al individuo por encima de la comunidad: los derechos del ser humano por encima de unos sistemas opresores (políticos, religiosos, jurídicos, administrativos…) que siempre dejan víctimas. Y como lleva mal eso de autoridades y jerarquías y se pasa más rato haciendo el idiota con los matices que remando hacia algún sitio, pues así nos va.
Círculos hacia ningún lugar.
Desarraigo.
Y poca autocrítica.
Yo soy una persona de izquierdas: creo que debemos luchar porque la comunidad no perpetúe los roles y privilegios de los que mandan y por una meritocracia real que nos dé igualdad de oportunidades, claro, me parece fundamental. Pero si no nos enfrentamos a ciertas contradicciones nunca vamos a seguir avanzando. En estos tiempos que corren observamos el mundo con una miopía que nos hace ver los árboles sin ver el bosque. Los casos individuales lo ocupan todo y no somos capaces de darnos cuenta, primero: que el orden de la comunidad es también necesario por el bien común y no se puede cambiar todo de un plumazo sino poco a poco. Segundo: que un matiz es solo un matiz. Que a veces hay que dejar los matices para más tarde, aunque duela, y luchar por los objetivos que nos unen.
En fin, que algo habrá que hacer, ¿no? Porque las discusiones por todo hacen que demos vueltas y más vueltas y la gente se aburre de escucharnos. Y porque este desarraigo de no creer en nada y no poder ponerte ningún símbolo en el salpicadero del coche es cada vez menos atractivo para nadie. Y no hablo de hacernos conservadores e ir a los toros a defender las tradiciones de nuestra gran nación. Hablo de enfrentarnos con humildad a todas las contradicciones y estupideces que nos paralizan y no nos dejan avanzar.