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La encrucijada  / OPINIÓN

Las otras lecciones de Estados Unidos

10/11/2020 - 

La mano se desliza sobre el teclado, empujada por la necesidad de situar a Trump en la vista y sobre la pantalla. De recordar los innumerables adjetivos con los que se ha calificado su personalidad, trayectoria y actividad política. Sin embargo, hay algo que lo impide: ha perdido, pero el apoyo recogido ha sido de más de 70 millones de votos, el 48% del total. ¿Cómo resulta posible que, aun siendo una genuina representación de lo más deleznable, creador de odios y agitador de confrontaciones, cerca de la mitad de la sociedad americana le haya mostrado su confianza? Sí, hablamos de Estados Unidos, el país próspero, creativo, líder científico, vanguardia innovadora, cabecera económica, dotado de uno de los mejores, -quizás todavía del mejor-, capital humano del mundo.

La pregunta está envuelta en una atmósfera que concierne también a los europeos. No se trata de una cuestión ajena a la realidad que nos ciñe. La pandemia ha desdibujado algunos relatos dominantes del pasado reciente; aun así, subsiste la conciencia de que nuestro enlace histórico con la Ilustración se ha oxidado. Basta revisar los resultados electorales de varios países o las cifras de delincuencia de odio alemana y francesa para apercibirse de que los Trump circulan por las autopistas europeas.

¿Qué está encogiendo las conciencias cívicas de nuestras sociedades para que esta consecuencia resulte posible? ¿Qué está excavando nuevos pozos en los yacimientos de la ira, el resentimiento y el odio? Las respuestas más cualificadas quizás vendrán en tromba durante los próximos meses y años, pero apuntemos una modesta reflexión personal. 

Estamos labrando un cambio de época. No sabemos todavía si la Historia la calificará como la Revolución del Conocimiento, de la nueva multipolaridad internacional o de las nuevas divisiones sociales. Lo que sí conocemos es que, de esta nueva época, forman parte la masiva incorporación de la mujer al trabajo y su exigencia de derechos a la igualdad real. Forma parte el mayor crecimiento de la población humana y, pese a las enormes diferencias aún existentes, la reducción de la pobreza más destructiva. Forma parte la traslación del crecimiento económico y del nuevo conocimiento hacia el área asiática del Pacífico y el Índico, con sociedades en las que la democracia no existe o en las que ha germinado con debilidad, dando lugar a comunidades más atentas a los bienes de consumo que al consumo de la libertad. De la nueva etapa forma parte el acero amenazante del cambio climático; pero también se integra en ella el objetivo de que los sacrificios a adoptar sean, en todo caso, para los demás; no basta la confirmación científica: el negacionismo es la forma actual de lo que, en otros tiempos, fueron las herejías, una fe distinta pero igual de roqueña.

A la nueva etapa le pertenece la explosión de la formación que, en las sociedades más avanzadas, empuja el número de universitarios a proporciones superiores al 40% de la población total, mientras que, en otras, su dimensión demográfica les permite destilar algunas de las mentes más brillantes del planeta: logros positivos que no deberían ocultarnos que el saber puede ser semilla de nuevas trincheras sociales. 

Corresponde también a este nuevo tiempo la explosión de las ciudades y el retroceso de la ruralidad hasta límites insospechados hace medio siglo. Un distanciamiento que no sólo es demográfico, sino de efectivo acceso al conocimiento: por más que la fibra óptica o el 5G se extiendan, el conocimiento precisa de descifradores y éstos se concentran, progresivamente, en las grandes ciudades. Pertenece al nuevo tiempo, finalmente, la agudización de los movimientos migratorios; por más que algunos protagonistas internacionales mantengan la retórica de exportar la riqueza allá donde es inexistente, lo que se contempla es la presencia de muros, de vallas, de patios traseros.

Los anteriores son ejemplos de que estamos deslizándonos hacia una de esas alteraciones que añaden un nuevo capítulo al índice de la Historia. Una generación de modificaciones que afectan en diversa medida al statu quo de los seres humanos. Unas transformaciones que no se visibilizan al mismo tiempo ni con la misma intensidad en todos los lugares, pero que responden a una sucesión de ritmos y consecuencias que exigen adaptaciones de las personas. Unas adecuaciones que bien pueden asumirse por el individuo, mediante sus propias capacidades, o bien requieren de apoyo externo, ya sea público o privado. 

Una de las principales tareas de las sociedades en la nueva etapa consiste en identificar los colectivos sobre los que cada cambio recae con mayor intensidad. Una tarea de diagnóstico que podría conducir a la plasmación de planes de acompañamiento, de modo que la percepción final de los efectos causados tienda hacia la neutralidad, esto es: a la creencia no manipulada de que la posición ahora ocupada se sitúa en el espacio delimitador del statu quo inicial o en una plaza aún más favorable del ascensor social.

En ausencia de los anteriores moduladores no debe sorprendernos que parte de los seres humanos se refugien en aquello que su subjetividad acoge como base de seguridad y confianza. Pueden ser los fanatismos, el odio a las intervenciones del Estado, el rechazo visceral a los intelectuales, la xenofobia, la reinterpretación del pasado como un tiempo de superioridad moral e intelectual o la lectura emocional de los hechos, por objetivos que éstos sean. Una olla de reacciones y acciones perfecta para druidas que, como ha hecho Trump, la cuidan y alimentan de lemas auto-referenciales, síntesis mitológicas actualizadas y descalificaciones de alto valor térmico.

Que Biden haya ganado es una buena noticia. Mayor aún lo sería que aprendiésemos de los errores cometidos por quienes quieren conservar interpretaciones superadas y evitásemos caer en las de quienes creen que la nueva etapa se afronta, sin más, invocando mantras que prometen un nuevo y espontáneo paraíso tecnológico. Perfilemos antes todo aquello que obstaculiza la autodeterminación personal y lo que, llevado por el rancio sabor de la inercia, la ignorancia y la mediocridad, acogota la capacidad de autocrítica y reacción de las organizaciones públicas y privadas. No siempre lo pequeño es hermoso ni lo nuevo un fetiche insuperable. Atención al narcisismo u oportunismo de los nuevos lenguajes: pueden prometer cielos imposibles y cosechar nuevas frustraciones.

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