Subidos a la quinta ola vemos venir la sexta después del verano. La peste china engorda su saco de muertos y contagiados en el mundo. Los políticos y los científicos improvisan mentiras para tapar su incompetencia. Pero cada vez resulta más difícil creerles. Hay algo que no cuadra
El hermano de la vecina de mis padres ha pillado el virus. Está ingresado en el hospital con pronóstico grave. Sospecha que se contagió en un hipermercado, pero no tiene la certeza. Le habían administrado las dos pautas de la vacuna. Desconozco cuál.
Me pregunto qué pensará ese hombre mayor, tumbado en la cama del hospital, con la vida pendiendo de un hilo. La cabeza le dará vueltas, a buen seguro. En su situación, yo también estaría desconcertado. ¿Por qué me ha tocado a mí? ¿Cuál es la eficacia real de las vacunas? ¿Están jugando con nosotros? ¿Hay algo cierto en lo que nos cuentan?
“Han sido tantas las mentiras e incongruencias de los políticos y los científicos, que parece razonable desconfiar de lo que nos dicen”
Si uno se asoma a la prensa, sólo encontrará ruido y furia. Desde el inicio de la pandemia, desde aquel encierro ilegal que no provocó las protestas de los profesionales del antifascismo, más preocupados en boicotear conciertos de rock duro, todo ha sido confusión e incertidumbre. Los gobernantes, asesorados por los modernos hechiceros de la tribu (los expertos), sólo han dado palos de ciego. Saben que el monstruo está descontrolado e ignoran cómo meterlo en cintura.
Unos y otros, los políticos y los científicos, improvisan argumentos increíbles y fantásticos, por lo general contradictorios con los esgrimidos la semana anterior, lo que acentúa el miedo de una población ya de por sí aterrorizada. Sólo un ejemplo: la jefa del BCE nos dice ahora que el dinero en efectivo no contagia el virus después de amenazarnos con lo contrario durante meses.
He leído también que se han superado los doscientos millones de contagiados y el número de víctimas se aproxima a los 4,5 millones en el mundo, según las cifras oficiales y por tanto falsas. Los contagios y los muertos son muchos más. En España el Gobierno pinocho sólo reconoce 82.000 fallecidos, cuando deben rondar los 130.000.
Los que aún no nos hemos contagiado somos escrupulosos en el cumplimiento de las normas. Quizá en exceso. Llevamos la mascarilla, guardamos la distancia de seguridad, nos hemos vacunado, hablamos bajito en el metro. Nuestro respeto, compañero del miedo, ha sido acrítico por temor a parecer insolidarios o ser tachados de negacionistas como el caído y decaído Miguel Bosé.
Hemos tragado con casi todo pero, a la vista de lo sucedido, comenzamos a plantearnos si la pandemia —cuya existencia es innegable— es compatible con la plandemia denunciada por Victoria Abril, entendida como el uso político y económico de la peste china. Y parece que sí lo es. La pandemia oculta un plan para transformar la economía mundial en beneficio de los leviatanes tecnológicos, y al tiempo reforzar las políticas represivas de los gobiernos de apariencia democrática.
Con el pretexto de la expansión de la variante delta, las farmacéuticas Pfizer y Moderna aconsejan una tercera dosis y aprovechan para anunciar una subida considerable en los precios de las vacunas. Sus accionistas están de enhorabuena.
Resulta curioso, ¿no? Como súbdito obediente me puse las dos dosis en junio. Cumplí. Y ahora, surfeando sobre la quinta ola, dudo de que haya servido de algo. Inmunólogos como Alfredo Corell advierten de que infectarse con la variante delta después de vacunarse será “muy probable”. Y nos aclara que el diseño de las vacunas está pensado para reducir la gravedad de la enfermedad y evitar ingresos hospitalarios, no para inmunizar. ¿Cómo? ¿He leído bien? ¿Qué fue de la inmunidad de rebaño?
Todo esto da que pensar. Ninguna pieza encaja. Someter a la población a una tercera dosis, con el impacto que esto puede tener en la salud (porque se trata de inocular veneno para vencer a otro veneno peor) refuerza la tesis de que nos están utilizando como cobayas. Entretanto, la OMS, tan indulgente con las tropelías de la tiranía china, mira hacia otra parte.
Lejos de mí que penséis que soy negacionista, pero tampoco quiero que me tomen por estúpido. No me trago las píldoras de los papanatas de la televisión. Llevamos más de año y medio de pandemia, y han sido tantas las mentiras y tantas las incongruencias de los políticos y los científicos, que parece razonable desconfiar de lo que nos dicen.
Algunos de vosotros, no demasiados, pensaréis como yo. Os lo agradezco. Pero la mayoría —ese rebaño al que se le niega ahora la inmunidad prometida— seguirá creyéndose todas las mentiras oficiales. El discurso del miedo funciona. Si les piden ponerse la tercera, la cuarta o hasta una quinta dosis, lo harán sin rechistar.
Tampoco se opondrán a que después del verano les exijan llevar un carnet en la boca para entrar en un bar o un estadio. No habrá protestas como en Francia o Inglaterra. Pero esto es sólo un aperitivo. Lo próximo será marcarnos como reses. Para eso aún queda tiempo, aunque no demasiado, porque este plan, para ser efectivo, debe ejecutarse con celeridad.