Un crimen real puede servir como objeto de reflexión sobre los fallos del sistema judicial, los servicios sociales y el peligroso populismo político en Francia, como así ocurre con el caso de la violación y asesinato de la joven Laëtitia, ficcionada en esta miniserie, disponible en Filmin. Pero también navega peligrosamente entre los mimbres del morbo y la carnaza de la que se alimentan medios de comunicación, televisiones y la propia serie
VALÈNCIA. Una fría mañana, cerca de la localidad francesa de Pornic, en el distrito de Saint-Nazaire, apareció una scooter tirada en el suelo junto a un zapato. El vehículo, encontrado frente a su casa, pertenecía a una joven de 18 años llamada Laëtitia Perris, una camarera que vivía en una familia de acogida junto a su hermana gemela Jessica.
Así es como arranca la miniserie de seis episodios, basada en un caso real y mediático, disponible en Filmin. La búsqueda de la joven se convirtió enseguida en un asunto nacional. El propio presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, aprovechó la popularidad del caso para meter cizaña públicamente contra el sistema judicial francés, provocando que salieran a la calle a protestar más de 8.000 magistrados.
Aquella noche Laëtitia fue secuestrada, violada y asesinada, asunto macabro pero no el único que dibuja la serie. La policía no tardó mucho en encontrar al asesino, un conocido hombre violento llamado Tony Meilhon. Fue más difícil encontrar el cadáver, desmembrado y esparcido en dos lugares distintos.
Mientras la policía reconstruye el caso, la serie profundiza en la vida de las dos hermanas gemelas desde su infancia. Hijas de un padre maltratador y una madre débil y enferma, pasaron su niñez bajo la protección de los servicios sociales franceses, hasta acabar en una casa de acogida con 12 años. Su biografía es tan importante en la serie como lo es el salvaje crimen, porque será ese punto de vista de la historia el que dé pie a la reflexión y a la crítica. El sistema, que debía protegerlas cuando eran unas niñas, no funcionó desde el minuto uno. La violencia cotidiana, casi invisible, a la que se vieron abocadas desde chiquillas, no fue nunca detectada.
La miniserie está basada en el libro de Ivan Jablonka Laëtitia ou la fin des hommes, publicado hace un lustro y traducido a doce idiomas. Detrás de la cámara se encuentra el documentalista, ganador de un Oscar por An Ideal Guilty (2002), Jean-Xavier de Lestrade.
Paradójicamente Laëtitia o el fin de los hombres no cuenta con el consentimiento de la familia de las niñas, un detalle que llama poderosamente la atención porque, pese a su loable intento de realizar una crítica al sistema judicial y a los servicios sociales franceses, parece que se olvida del respeto hacia las víctimas de carne y hueso. Para ello, la serie se escuda en que se trata de “una historia de ficción basada en hechos reales”, pero la realidad es que se desarrolla en la misma localidad en la que ocurrió de verdad y usa los nombres reales de los implicados en la tragedia.
Sus padres biológicos, aunque fueron apartados de la educación y custodia de las gemelas, poseen la patria potestad. Es por ello que, cuando se arrancó la fase de casting, protestaron ante la opinión pública, recopilando, eso sí, apenas 2.000 firmas: “Hoy, sin nuestro consentimiento, sin ni siquiera haber hablado previamente con la familia, el Sr. Jean-Xavier De Lestrade, documentalista, prepara una miniserie sobre el caso de nuestra sobrina, hermana e hija. Jessica, la hermana gemela de Laëtitia, lucha todos los días por salir adelante en la vida sin su hermana, pero la televisión y los medios se ocupan de recordarla lo que ha vivido, como si para ella fuera fácil olvidarlo”.
Aunque en esta ficción seriada dan algunas pinceladas críticas sobre el tratamiento morboso en los medios de comunicación con este tipo de casos, adolece en ese sentido de espíritu autocrítico, al escudriñar, sin tapujos, en la vida, no solo de una persona asesinada, sino de una hermana que trata de vivir su vida y empezar de nuevo.
Con intención de sacar rédito político, Nicolás Sarkozy, por entonces presidente de la República, también aprovechó el tirón mediático del caso para sumarse a la causa. En una rueda de prensa cuestionó públicamente las deficiencias del aparato judicial. El asesino de Laëtitia había sido condenado hasta en quince ocasiones, una de ellas por violación a un compañero de celda. Meilhon, en el momento del crimen, se encontraba en libertad bajo fianza, pero hacía tiempo que había escapado del control de la justicia. El servicio penitenciario no había sido capaz de dar con él, debido a la falta de personal. “Cuando se deja salir a un individuo de la cárcel, como el presunto culpable, sin asegurarse que se la hará seguimiento, se está cometiendo una falta grave”, dijo el presidente de Francia, prometiendo sanciones.
El cuerpo judicial se rebeló ante sus afirmaciones e inició una huelga de dos días por todo el país que terminó en una gran manifestación. Los jueces padecían sobrecarga de trabajo debido a que en los últimos años se habían hecho fuertes recortes en el sistema judicial y cada vez contaban con menos personal y medios técnicos.
Por estas razones, Laëtitia o el fin de los hombres puede ser un interesante documento sobre los errores en cuanto a la protección de la infancia, pero refuerza la idea de que los medios de comunicación, las televisiones y los políticos aprovechan este tipo de casos para hacer, más que nadie, carnaza.
Crusing, intercambio de parejas, meditación y examinar el propio ano con un espejo, esos eran los principios raelianos de amor y sabiduría, que se extendieron en la Francia de los 70 y 80. La secta, sin embargo, fue famosa por intentar clonar seres humanos para alcanzar la inmortalidad. Un documental explica la figura de su líder, Marcel Vorilhon (Raël) que aseguraba haber sido abducido por unos alienígenas, los elohim, entre quienes se encontraban Cristo, Mahoma, Buda y Moisés