“Es un president que ya me gustaría tener en Catalunya, una persona muy entregada a su comunidad, a la gente, al mundo empresarial y económico, y muy sensible”. Así se refería el economista José María Gay de Liébana al ser preguntado por su opinión acerca del president de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, tras su visita a Barcelona la semana pasada.
Una jornada que comenzó con su intervención en el Cercle d'Economia y concluyó con una reunión con el president en funciones de la Generalitat Catalana, Pere Aragonés. Toda una declaración de intenciones.
“Reconstruir puentes”, esa es la máxima. Ahora que Catalunya quiere volver a ser un actor en la política española -votación de los Presupuestos Generales del Estado mediante-, Ximo Puig ejerce de embajador del diálogo con aquéllos que parecen volver a entender que la negociación y el acuerdo son los motores de progreso de los territorios.
Simultáneamente, también ha decidido ejercer el liderazgo de la España periférica. Esa España dinámica y adaptativa, en la que conviven dos lenguas cooficiales, acostumbrada a gobiernos de coalición y que reclama su espacio frente al efecto “aspiradora” de Madrid.
Si el inicio de la década de los 90 constató el triunvirato de poder con sede en Madrid, Barcelona y Sevilla, ahora las cosas han cambiado. En aquellos años, los Juegos Olímpicos y la Expo fueron la ventana al mundo que posicionaron a Barcelona y Sevilla en el mapa internacional de ciudades para tener en cuenta. No en vano, bailar sevillanas se convirtió en el pasatiempo preferido de la élite madrileña, como cantaba Carlos Cano en su Sevillanas de Chamberí.
Ahora este eje de poder ha cambiado. La Comunitat Valenciana ha pedido paso y Ximo Puig ha aprovechado la oportunidad. Muchos observan con atención esa traslación del nuevo poder territorial en el que València tiene mucho que decir.
No es gratuito que las sedes sociales de CaixaBank, Bankia y Banco Sabadell se hayan trasladado a la Comunitat Valenciana. O que Abengoa esté planteándose cambiar su actividad operativa a nuestra Comunitat. Las inversiones requieren de seguridad jurídica e institucional y València se ha convertido en un oasis de “trellat” que encarna su president.
Este liderazgo dista mucho de ser estético o puramente económico. También se observa en los temas de agenda política que resuenan en la Villa y Corte y cuyos efectos copan el debate en el resto del territorio nacional.
Prueba de ello es el debate sobre la armonización fiscal que el Gobierno de Pedro Sánchez, acertadamente, ha hecho propio. Una situación de dumping fiscal inasumible, en la que Madrid con su efecto capitalidad -las principales empresas extranjeras y nacionales tienen sus sedes fiscales en la capital de España- compite deslealmente con el resto de las comunidades autónomas, vaciando de recursos sus arcas públicas.
Tendremos tiempo de analizar en profundidad esta cuestión. No obstante, lo que queda claro es que Ximo Puig ha decidido lanzar el guante en este debate y el Gobierno de España lo ha recogido. Una muestra más del liderazgo político que ejerce el jefe del Consell.
A todo esto, se le suma el hecho de que en la Comunitat se vive muy bien. No lo digo yo, que también. Así lo atestiguan los expatriados que han escogido a València y Alicante como las dos mejores ciudades del mundo para vivir. Al fabuloso clima que disfrutamos, se le une las políticas públicas que hacen nuestras ciudades habitables y humanas.
Sin lugar a duda la Comunitat Valenciana está ante su oportunidad. En mayúsculas. Estabilidad institucional, dinamismo económico y liderazgo político han creado las mimbres para una Comunitat que pide paso en esta España en permanente construcción.
Parece quedar lejos aquel injusto chascarrillo que solían espetarnos a los valencianos cuando traspasábamos el perímetro de nuestro territorio: “está claro, la corrupción y la paella, mejor en València”. Durante demasiados años la corrupta gestión del Partido Popular generó un enorme daño reputacional del que, poco a poco, hemos conseguido desembarazarnos.
Ahora, alejados los lodos de la corrupción, con un gobierno honrado y transformador, y un liderazgo de resonancia nacional ejercido por el president Puig, estamos preparados para hacer de la “vía valenciana” -teorizada por nuestro estimado Ernest Lluch-, el camino hacia la España que queremos ser.