Empezamos la semana con la sesión de investidura y los discursos eternos de unos y otros líderes que se daban la réplica y contrarréplica sin solución de continuidad y casi la acabaremos así. Paradójico que se vote al presidente el día del patrón de España
La política española anda revuelta desde hace mucho tiempo, demasiado quizá para lo que debería ser normal, es decir, que las elecciones y formaciones de gobierno apenas ocuparan tiempo y noticias y que lo nuclear fuera qué acciones realizan y qué decisiones toman en muchos temas cruciales para nuestra sociedad y para el funcionamiento de nuestras instituciones, nuestra economía, en definitiva, nuestro modo de vida.
Se habla mucho de politizar la justicia o judicializar la política y lo que más se da es la “salvamización” de la política, o sea, asumir los criterios de los programas de televisión dedicados al chisme y el cotilleo pero trasladado todo ello a la política. Hablamos de las parejas de los políticos, cierto que unas por ser personajes públicos y otras por ser políticas y compartir responsabilidad pública con su esposo, pero en definitiva, lo que más ocupa a los medios y a las conversaciones de los ciudadanos son temas que podemos catalogar de política en minúsculas, guerras internas, luchas de poder, pero no lo que debería ser cuestión de debate.
En los discursos de estos días en la sesión de investidura hemos podido escuchar a nuestros representantes diciendo que el cambio climático, la educación, el sistema de pensiones o nuestro modelo laboral son los asuntos que preocupan a la sociedad, pero la realidad es que a ellos no les preocupan realmente. Los mencionan de manera repetitiva, a modo de letanía, pero ni ellos creen en sentarse, abandonar ideologías comprobadas como fallidas y trabajar con sentido común y con ilusión para solventar o aliviar los problemas que sufren los ciudadanos de a pie.
Y es que la cuestión es esa, los políticos siguen gozando de un modus vivendi que les aleja y les dificulta entender los problemas diarios, no graves, pero sí molestos que cualquiera de nosotros sufre. Y ello es así porque su universo es una mezcla de la necesaria seguridad (a veces excesiva) que te hace disponer de chofer y escolta, nada de transporte público ni vehículo propio; por otro lado los magníficos edificios donde se desarrolla la vida institucional, lo cual tiene su sentido pero a muchos de ellos se les sube a la cabeza al verse rodeados de materiales nobles y mobiliario que jamás habrían imaginado; y por último, la constante atención mediática que los catapulta definitivamente a un falso estrellato televisivo sobre todo.
La cuestión de fondo es si en unas horas tendremos gobierno socialista en minoría, que para la situación que tenemos podría ser un mal menor; gobierno de colaboración, de solidaridad, de coalición o de lo que sea con varios miembros de Podemos en el consejo de ministros, algo que plantearía un escenario de inestabilidad e incertidumbre, y que tendría la emoción de ver si el PSOE más socialdemócrata llevaba el mando o la izquierda más antisistema abanderaba un gobierno que seguro nos daría algún que otro susto; o como tercera opción, volverían a convocar elecciones después de verano.
La política en España empieza a ser un vodevil que, si no tuviera la lógica y preocupante repercusión en el devenir de nuestra economía, nuestro empleo, nuestra educación o nuestras infraestructuras, sería una tragicomedia con tintes de surrealismo y podríamos reírnos viendo a políticos que pactan hasta con el diablo, hablando de unidad, de progreso, de democracia y de España y al minuto siguiente recuperar a Franco, la Guerra Civil, comprender el separatismo y transmitir la imagen de que viven en otro momento histórico. Quizá sea cierto que tenemos los políticos que nos merecemos, pero entre el bochorno estival y el bochorno de algunos líderes, sólo nos queda encomendarnos a nuestro santo patrón que justo celebramos este jueves 25, Santiago y cierra España.
En eso estamos, de investidura en investidura, una fallida, otra presumiblemente efectiva, con la amnistía por medio que algunos han querido orillar; es decir, sesión en el Parlamento en la que poco se ha hablado de lo que le interesa a los ciudadanos. Demasiado ruido, postureo y estrategia oportunista y de trampantojo. Y falta de respeto a las instituciones que ya empieza a ser un clásico.