Las casas, los recuerdos y la vida se arrastran como hacen los caracoles con su concha espiral, con lentitud, pesadez, contrayéndose y alongándose. Las contracciones musculares transportan la cubierta, tan firme y tan frágil, dejando el rastro de su paso. La concha recorre el tiempo modificando su origen, adoptando la forma de infinitas cajas de cartón donde guardamos retazos de casi todo. Y , entre otros objetos, arrastras con delicadeza aquellas cajitas de madera que llegaron un día con una abuela que pensó en su utilidad para ir guardando los primeros dientes de leche de un niño, aquellos trozos de tela materna, de tacto suave, que aferraban las manos de un bebé, y sus muñecos peluches, los juguetes que fueron y ya no son, aquella muñeca Paulina que canturreaba y pedía besitos estirando en su espalda de una anilla con cordel antes de que la curiosidad infantil destripara el mecanismo o se la sometiera a constantes cortes de pelo. Aquellos indios y vaqueros que cohabitaban en un rancho Bonanza, elaborado por un paciente padre con pinzas de madera para la ropa tendida. Aquellas estampitas que se repartían para todo, nacimientos y bautizos, comuniones, bodas, entierros. Recordatorios de eventos especiales, del paso de alguien por nuestras vidas. Estampas de santos y santas, novenarios insufribles, Santa Teresita y sus tres puntos negros nasales que lograban el milagro de la aparición de su rostro en el techo y en las paredes. Calendarios con anotaciones, y postales que perdieron el colorde viajes soñados. Décadas de láminas fotografiadas de la Rogativa morellana de Vallivana, chapas doradas y plateadas que brillaron en un sombrero romero y que ahora aparecen solitarias en sobres e. Aquellas cajas metálicas donde dormitan cosas que transitaron de generación en generación, cosas que recuerdan el origen de todas las cosas. El tiempo, como cada contracción muscular de los caracoles, mueve la concha espiral, avanza o retrocede con la casa a cuestas. Y se van añadiendo y despegando cosas por el camino, marcando el paso de la vida, dejando el rastro de las personas que se fueron, quienes estuvieron, quienes fueron y ya no son.
EL periodismo ha vivido etapas con más oferta laboral y menos precariedad, con códigos deontológicos y comportamientos éticos. Eran tiempos donde la verdad era lo más valioso y la profesionalidad era una prioridad.
La enorme máquina de escribir de hierro viaja pesadamente en estos recorridos y cambios de casas. Es un objeto indispensable en cada mudanza. La Hispano Olivetti M40 que un padre comprara a una hija para preparar oposiciones y que, decían, era la mejor para aprender mecanografía y alcanzar velocidad de teclado. Junto a la Smith Corona Clipper de un abuelo contable y otras maquinas que han ido llegando como legado familiar. Máquinas mecánicas que habitan las palabras. A veces, estas máquinas cobran vida de nuevo. Aún huelen a tinta, a las cintas negras y a las bicolores, aún pueden escucharse los profundos ruidos del teclado y los golpes a la palanca del carro para pasar de línea. Y todavía se elevan hacia atrás para liberar espacio en la mesa y poder corregir lo escrito, recordando la tradicional imagen de la redacción de aquel periódico Mediterráneo de la Avenida del Mar y de la carretera de Almassora. Los recuerdos reviven las primeras máquinas eléctricas y la llegada de los primeros ordenadores a la redacción, con aquel ímpetu con el que tecleaban compañeras como Isabel Fernández, y los golpes al costado de la pantalla del ordenador que más de una y de uno repetían como si fuera aquella palanca de retorno del carro. La mayoría de la redacción decidió elevar el sonido de los teclados informáticos .
Hoy vivimos el vértigo de una comunicación tambaleante, de un periodismo incierto que navega entre crisis económicas, políticas y sociales.
Las cajas de una mudanza van mostrando restos y lotes de folios mecanografiados, como testigos de un tiempo donde ser periodista fue el oficio más hermoso del mundo, como el título del libro del maestro Josep Martí Gómez. Eran tiempos con más oferta laboral y menos precariedad, con códigos deontológicos y comportamientos éticos. Eran tiempos donde la verdad era lo más valioso y la profesionalidad era una prioridad empresarial. Hoy vivimos el vértigo de una comunicación tambaleante, de un periodismo incierto que navega entre crisis económicas, políticas y sociales. Un oficio vocacional que continua pero que también se está diluyendo ante los incesantes despidos, y porque hoy cuesta mucho vivir de esta profesión y llegar a final de mes. En estos días se ha celebrado, por otra parte, la jubilación anticipada de estimados colegas. Julio Sánchez, Amparo Villalonga y Vicent Martí. Aquellos periodistas que fueron cronistas de la realidad de esta tierra y que formaron parte de una redacción que latía con fuerza.
Esta semana puede pasar de todo. Hay malestar en el aire ciudadano y no contribuye la deteriorada imagen que transmite la política.
En estos penúltimos días de julio la realidad nos aplasta. Hoy se produce en el Congreso la primera sesión del debate de investidura del presidente del Gobierno en funciones Pedro Sánchez. A partir del mediodía el candidato expondrá su programa de gobierno. Después intervienen los portavoces de cada partido, con el ruido de fondo, con rotundas declaraciones, posicionamientos, postureos, con tanto movimiento de sillones. Y puede pasar de todo. La ciudadanía, seguro, deseará un desenlace para un país que lleva demasiado tiempo esperando respuestas. La política reside en un ambiente confuso y agotador. No se vislumbra la salida, quizás porque las luces de este siglo no parecen claras ni seguras. Otra estimada colega, Amparo Tórtola, lo escribía ayer en El País. “El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sancionaba en uno de sus estudios que la clase política española se consolidaba como el segundo problema de la ciudadanía patria, por detrás del paro y por delante de la corrupción”. El cansancio ciudadano es evidente ante tanta refriega y falta de talla política. Cómo bien describe Tórtola, “si alguien dice saber qué va a suceder en la investidura de Sánchez, miente o va de farol”. Hay malestar en el aire y la deteriorada imagen de la política no contribuye. Aquí, en este pequeño país mediterráneo, las historias políticas transcurren parejas a la realidad estatal. Cada cual busca posiciones y posicionamientos futuros, inmediatos, mesetarios. El mapa pinta borroso. Cada cual intenta reubicarse. Gestionar el desencanto y la desconfianza ciudadana es una compleja tarea que atañe a todas las administraciones.
L’Aplecdels Ports volverá a ser, de nuevo, el altavoz de las necesidades urgentes de una tierra que viene luchando durante décadas por superar las desigualdades frente a las zonas privilegiadas del territorio
Esta semana se celebra en Herbers el XLI Aplec dels Ports, la única cita que sobrevive desde hace décadas, cuando surgieron estos encuentros comarcales, reivindicativos y combativos. Con el lema, Al despoblament, ni aigua, L’Aplec volverá a atraer masivamente a la población joven de todas las comarcas. Además de los numerosos proyectos institucionales que se anuncian para dinamizar los pequeños municipios, el Fòrum de la Nova Ruralitat, integrado por más de cien profesionales del ámbito rural, presentaba hace unas semanas, ante la Mesa de Les Corts Valencianes, un manifiesto para combatir la despoblación del interior castellonense, evidenciando que la situación es consecuencia de años de mala política territorial. Este Aplec volverá a ser, de nuevo, el altavoz de las necesidades urgentes de una tierra que viene luchando durante décadas por superar las desigualdades frente a las zonas privilegiadas del territorio.
Otro colega, Paco Piera, que comparte poesía diariamente en las redes sociales, marcaba la vida misma al destacar estos días unos versos de la escritora cordobesa Ángeles Mora, Premio Nacional de Poesía 2016. No es fácil cambiar de casa, de costumbres, de lunes, de balcón. Pequeños ritos que nos fueron haciendo como somos. No es fácil deshacer las maletas un día en otra lluvia, cambiar sin más de luna, de niebla, de periódico, de voces, de ascensor. Y salir a una calle que nunca has presentido, con otros gorriones que ya no te preguntan, otros gatos que no saben tu nombre…