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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR  

Lo que me gusta y lo que no me gusta

24/11/2019 - 

VALÈNCIA. El otro día se cumplieron 20 años de la muerte de Enrique Urquijo. Como es habitual, las redes se llenaron de comentarios y recordatorios. Lo cual es perfectamente normal puesto que Los Secretos son un muy buen grupo que tiene canciones que llegaron al gran público. El caso es que husmeando por Facebook me encontré con el comentario de un amigo que lanzaba un S.O.S., preguntando si existía alguien más en la tierra al que no le gustaran Los Secretos o la música de Enrique Urquijo. Añade mi nombre a esa lista, contesté de inmediato. Y luego todo fueron emojis de carcajadas y cosas de esas. Ahora, siendo más riguroso, diré que no es que no me gusten Los Secretos o sus canciones. Si escuchara alguna que desconozco sin saber que son ellos, estoy seguro de que no me desagradarían. Por supuesto, hablo desde un punto de vista personal, no profesional, ya que este último me obligaría a hacer un análisis más profundo, en función de llegar a emitir el juicio más objetivo posible. No, yo ahora hablo como individuo, como persona con filias y fobias. No tengo nada en contra de la música de Los Secretos ni seré yo quien diga que es mala, sería injusto. Lo único que trato de decir es que su música no me interesa.

He tomado a Los Secretos como ejemplo por una cuestión e actualidad, no porque tenga nada en contra de ellos. Podría hablar perfectamente de esto usando otros ejemplos. Lo que me interesa destacar aquí es la noción de la individualidad frente a cualquier otra cosa. La reafirmación del yo, que, al menos en mi caso, se manifestó en mi infancia de una manera absoluta por medio de la música. No fue ni  a través la ropa, los deportes o los estudios. Yo empecé a ser yo mismo gracias a lo que escuchaba en mi tocadiscos. Lo que leía y lo que veía en televisión también contribuyó a que tuviera una identidad, pero la música fue decisiva para ello. Para mí, reafirmarme en mis gustos es casi tan importante como delimitarlos. A mí me gusta lo que me gusta, que son muchas cosas y muy distintas entre sí. Pero así y todo, encuentro que es de una importancia capital dejar claro lo que me gusta y lo que no. E insisto, cuando hablo  de lo que no me gusta no quiero decir que me parezca malo. Es, simplemente, que no forma parte de mi vida como individuo. Puede formar parte de mi cotidianeidad como profesional, pero no tiene sitio tras los muros que delimitan mi mundo privado. En eso soy como los Ramones, cuyas primeras canciones giraban siempre alrededor de la dicotomía me gusta/no me gusta a partir y del axioma quiero/no quiero. Yo no quiero pasear contigo / porque tú no quieres pasear conmigo.

No me gustan ni el rock radikal vasco, ni Van Morrison. No me gusta la música de Sigue Sigue Sputnick más allá de una canción. No me gusta Oasis ni me gusta el jungle y tampoco me gusta el acid jazz. No me gustan los artistas con ideas reaccionarias o totalitarias. No me gustan Jefferson Airplane ni Grateful Dead. No me gusta Raphael, no me gusta Kanye West y el hip hop, en general y salvos casos muy puntuales, no me dice nada; en cambio, el flamenco puro me dice demasiado así que tampoco me gusta. No me gusta Tin Machine. No me gustan Guns N’Roses porque no me gustan los cantantes que cantan chillando como si estuvieran dando un mítin, actos públicos que, a su vez, no me gusta nada nada nada. No me gustan ni La Unión ni Mecano ni Olé Olé. No me gustan muchísimas otras cosas, pero detengo aquí la enumeración porque acabo de hacer en la cuenta de que esto  es una catarsis. Un desahogo inevitable después de pasarme cientos de horas haciendo megustas y viendo posts ajenos sobre cosas que, en realidad, no me gustan nada.


Y dicho todo lo anterior, repito: no tengo nada en contra de ninguno de esos artistas o géneros ni pretendo juzgarlos. Es, simplemente, que no forman parte de mi propio mundo. Ahora podría empezar una lista con aquellas cosas que me gustan pero, ¿para qué? ¿Qué sentido tiene alardear de gustos si de lo que se trata es de cosas que me gusten a mí? No es una cuestión de decoro, es simplemente que se trata de algo tan  íntimo que no necesito contarlo en público. Es como cuando voy a la playa nudista. Ningún problema en enseñar el culo, pero eso no significa que me apetezca enseñarlo fuera de la playa nudista. Trabajo escribiendo sobre música, por lo que mis gustos son de dominio público desde antes de que existiera internet. Pero mi trabajo siempre expresa todo aquello que es fundamental para mí, nombres y títulos que, por otra parte, van aumentando y cambiando con el paso del tiempo. Empecé a escribir sobre música para hablar de los grupos que me gustaban, en una época en la que difundir ese tipo de información sí era absolutamente necesario. Pero incluso entonces, escribir sobre lo que no me gustaba ya suponía un esfuerzo. Ahora ya no porque ser profesional lleva esto implícito.


En las redes existe la corriente del nomegusta como variación de lo anteriormente expuesto. El odio a Freddy Mercury, a Vetusta Morla, que cada uno elija su horror favorito como seña de identidad. Cuando murió Daniel Johnston leí a una usuaria de Facebook escandalizada porque el bueno de Daniel sí se merecía todo tipo de loas y no el hortera de Camilo Sesto. El martirio que han de vivir los defensores de las grandes causas, de los guardianes de la calidad, es insoportable, bendito sea el fruto. Desde que tengo algo de madurez, prefiero emplear mi energía en difundir lo que me gusta en lugar de obsesionarme con lo que detesto. No sirve de nada y además, es absurdo, porque siempre hay alguien que es feliz con aquello que tú no soportas escuchar. Pero sobre todo, yo es que creo que cuando algo te gusta de verdad y lo disfrutas y lo vives, el resto importa bastante poco. Y eso incluye el hecho de que al final no sientas obligación alguna a que te guste todo.

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