VALÈNCIA. Todos tenemos un amigo prescriptor de contenidos culturales capaz de contagiar su entusiasmo irrefrenable de un modo que haría las delicias del director de marketing de cualquier empresa. Gentes de pródigo verbo y abundantes recursos expresivos, en cuyo criterio confiamos por puro empirismo y ansiando experimentar una décima parte de lo que ellos sienten. Procuradores de buenas historias que nos tienen ganados desde el principio por su capacidad evocativa, por su control de los tiempos narrativos, por sus metáforas imposibles, por su expresividad a flor de piel.
Imaginen que su amigo tiene, además, la capacidad de sublimar esa pulsión creativa en textos literarios y que no se aguanta las ganas de hablarle de un cuadro que ha visto y que le ha provocado el último stendhalazo. Su amigo —que se llama, pongamos por caso, Rafael Alberti, Luis Cernuda o Sylvia Plath— toma papel y lápiz y pone negro sobre blanco todo cuanto quiere contarle de esa pintura magnífica: evoca la escena, nos empapa del contexto del autor, describe los personajes, comparte sus emociones; y todo ello de una manera tan vívida que nos permite rememorar una obra que ya conocíamos o que nos enriquece con un nuevo descubrimiento.
Las palabras generan imágenes y las imágenes pueden expresarse con palabras. "La pintura es poesía muda y la poesía es pintura que habla", dirá Simónides de Ceos. Ut pictura poesis —como la pintura es la poesía— resumirá Horacio, hablando de la unidad de las artes. Nuestro amigo, en su texto, ha utilizado la figura retórica de la écfrasis: una bisagra entre el arte y la literatura que no hace sino evidenciar la relación amorosa que existe entre ambas desde tiempo inmemorial.
La écfrasis consiste en la representación verbal de una obra de arte visual; es decir, un texto literario —en forma de poema, relato, composición teatral…— que está basado en una pintura, una escultura o en el conjunto de la obra o en el estilo de un artista. Si bien no se trata de un género mayoritario en la literatura universal —y en la actualidad hablamos sin excesivos problemas de las barreras cada vez más difusas entre disciplinas— la historia nos ha provisto de notables ejemplos de descripciones, narraciones o evocaciones ecfrásticas realizadas por autores de todas las épocas.
Desde las descripciones de Filóstrato el Viejo, en el siglo III —su libro Imágenes—, pasando por los poemas de Lope de Vega —Al triunfo de Judith—, John Keats —Oda a una urna griega—, Rubén Darío —sus textos sobre Santiago Rusiñol—, Rafael Alberti —su poemario A la pintura—, Octavio Paz, Wyslawa Szymborska, Anne Carson, Sylvia Plath y un larguísimo etcétera, son numerosos los textos literarios basados en una obra artística preexistente, real y concreta —écfrasis referencial—, o que hablan de una obra de arte que sólo existe en el lenguaje, como el escudo de Aquiles descrito por Homero en La Ilíada —écfrasis nocional— o que remite no a un objeto concreto sino al estilo o al conjunto de la obra de un artista —écfrasis referencial genérica—. A este respecto, recomendamos bucear en los numerosos ejemplos presentes en el blog del poeta Santiago Elso Torralba Ut pictura poesis.
Pero no sólo de poesía vive la écfrasis; así, podemos rastrear referencias, metáforas y descripciones de obras de arte también en piezas teatrales como Noche de guerra en el Museo del Prado, de Alberti —en donde los personajes de los cuadros participan activamente de la operación de salvamento del patrimonio nacional llevada a cabo por la Segunda República durante la guerra civil española—; en novelas como La taberna, de Émile Zola —en donde se narra la visita de los obreros asistentes a una boda al museo del Louvre y sus ácidos comentarios sobre las obras y la solemnidad imperante—, Rayuela, de Julio Cortázar, —“[La Maga] se dibujaba frente a él como un Henry Moore en la oscuridad, una giganta vista desde el suelo, primero las rodillas a punto de romper la masa negra de la falda, después un torso que subía hacia el cielo raso (…)”— o El gabinete de un aficionado, de Georges Perec —una gran écfrasis en sí misma que habla de una pintura que representa a un coleccionista rodeado de sus mejores obras, de cada una de las obras representadas dentro de dicha escena, de las obras subastadas por éste, de unas peculiarísimas exequias fúnebres… en un retruécano extraordinario de juegos de espejos—; o en otros textos de difícil definición como las cortazarianas Instrucciones para entender tres pinturas famosas.
Textos que, haciendo el camino inverso de lo que haría una ilustración, describen con palabras aquello que observamos en una imagen al tiempo que expresan aquello sobre lo que sólo podemos especular; que señalan aquello que nos remueve o que asociamos libremente con otras obras, con otros referentes, con nuestra vida cotidiana; que reflexionan acerca del mundo en el que vivimos y de la naturaleza humana cumpliendo efectivamente con su capacidad de prender la mecha de la duda: culminando ese diálogo con las grandes obras que nos interpelan, que nos acusan, que nos reconcilian.