La nueva normalidad es la vieja anormalidad. Se cumple un año del decreto de confinamiento y los políticos se adelantan a la conmemoración dedicando sus esfuerzos a lo que de verdad (les) importa, que en realidad nunca les ha dejado de importar. Los muertos al hoyo y los políticos al lío. Se ha hablado mucho durante la pandemia de la dicotomía entre salud y economía cuando en realidad siempre había un tercer ingrediente en la toma de decisiones, la política, el coste político que con el tiempo se ha revelado como rédito político.
Este tercer factor fue muy evidente en la gobernanza de Pedro Sánchez, con trampolín sanitario para Illa incluido, y en Isabel Díaz Ayuso, pero el resto de gobernantes no son ajenos a esas estrategias y las imitan. Misma puesta en escena, mucha propaganda, poca transparencia, demasiada improvisación y cierto caos organizativo, como se ha visto con la vacunación.
Los errores no pasan factura política, se tapan con montañas de comunicados, con un relato alternativo. Si los medios publicamos que se ha relegado en la vacunación a las personas con patologías de riego grave –riesgo alto de morir si se contagian–, se contrarresta la noticia con un aluvión de comunicados sobre las cientos de miles de dosis que se están poniendo y lo "pronto" que vamos a estar vacunados todos, lo que tiene dos efectos secundarios no deseables: por un lado, la gente se relaja como si ya hubiéramos derrotado al virus, y por otro, personas mayores y sus familias –octogenarios, dependientes de grado III, enfermos con patologías graves– colapsan 'la centralita' de los centros de salud para preguntar al saturado personal que atiende al teléfono y al mostrador –admirable su paciencia– por qué a ellos todavía no les han llamado "si ya están vacunado a todo el mundo".
Debe de ser complicado construir una realidad con tanto periodista tratando de contar la verdad, pero lo van consiguiendo. No se está vacunando a todo el mundo, se está vacunando a muy poca gente porque a España llegan las vacunas que llegan y la Comunitat Valenciana recibe menos por habitante que las demás. Solo el 2,8% de los valencianos ha recibido la pauta completa y todavía hay 3.800 mayores en residencias (grupo I, que empezó a vacunarse el 27 de diciembre) que no tienen puestas las dos dosis. Esa es la realidad. Lo demás es publicidad o relaciones públicas, como dijo alguien que no era Orwell.
Los errores en la pandemia no pasan factura política. Lo que pasa factura es no salir en la tele. Ya se sabe, "que hablen de mí, aunque sea mal". El temido coste político de tomar decisiones arriesgadas se ha convertido en rédito si las sabes vender bien. Por eso Ayuso va en contradirección, porque ha comprobado que el número de muertos no influye en el voto; en el voto influye, en tiempos de pandemia, llevar el mando de la gestión liderando la lucha contra el enemigo mortal. Así se ha demostrado en Cataluña, donde ha ganado las elecciones el ministro de Sanidad y ha quedado segundo ERC, el partido que gestionó la pandemia desde la Generalitat –president y consellera de Salut–, igual que salieron reforzados Feijóo y Urkullu. Lo mismo que ocurriría en la Comunitat Valenciana si Puig convocara elecciones para quitarse de encima definitivamente a Oltra. O en la Región de Murcia si López Miras pudiera presentarse a otras elecciones tras el fiasco de pacto –¿por la salud?– entre Arrimadas y Ábalos.
Lejos de estar desequilibrada, como algunos medios quieren hacer ver con el escrutinio de cada una de sus frases –ese machismo también lo sufre Irene Montero–, Ayuso tiene una estrategia, y es que ha calculado que le sale más a cuenta 'salvar la economía' a costa de unos cuantos muertos más que nunca sabremos cuántos son ni, por tanto, se le podrán atribuir directamente. Y como los muertos no pasan factura, ganará las elecciones con sus 14.300 decesos igual que las ganó Illa con 80.000 y de la misma forma que las ganaría hoy Sánchez, responsable máximo de la gestión sanitaria y económica de la crisis.
La dicotomía entre salud y economía no es falsa, como muchos pretenden, es tan real que, junto al cálculo político, ha condicionado las decisiones del Gobierno central en la primera ola y de los gobiernos autonómicos a partir de la segunda. Puig, prudente, priorizó la salud; Ayuso, temeraria, optó por la economía y "por la libertad", según su falso discurso. Ella cuenta con la ventaja de que la cifra de muertos es ya una mera estadística, pero él dormirá con la conciencia más tranquila.
Tampoco le pasará factura política a Puig que, habiendo priorizado la salud a la economía, cuando la dicotomía fue entre salud y vacaciones de Fallas y la Magdalena se optara por salvar las vacaciones. Me temo que lo pagaremos caro, pero las culpas ya han sido repartidas. Corresponsabilidad lo llaman.