VALÈNCIA. "Las ficciones no engañan; suscriben un pacto de ficción en el que el receptor finge que se cree lo que le están contando y el autor hace como que cree que la historia que cuenta ha pasado de verdad, pero ninguno de los dos cae en la trampa del engaño. La ficción conlleva un fingimiento lúdico que está creado para el placer. Sin embargo, la mentira tiene algo de doloso, de culpable, una intención de hacer daño". Así explica Raúl Rodríguez, profesor de la Universidad de Alicante (UA), la diferencia entre la ficción y la mentira, una distinción que ha incluido en su libro Magias de ficción (spoiler Warning!), ganador de la XX edición del Premio Ensayo Miguel de Unamuno, concedido por el Ayuntamiento de Bilbao. El hilo conductor que da sentido a la obra es "el placer que provocan ciertas ficciones -novelas, cuentos, series de televisión, películas...-, porque este género dispara nuestras emociones de una manera imposible de explicar. Es un capital emocional al que no podemos renunciar", opina.
Ante los sentimientos que generan las historias ficticias en los consumidores, el profesor del Departamento de Comunicación y Psicología Social plantea una serie de preguntas que ponen de manifiesto el poder de este género no real: "Tenemos que reflexionar sobre cómo es posible que sintamos tristeza, alegría, excitación o terror en situaciones o con personas ficticias. Es decir, ¿cómo unas palabras escritas por un autor o unas imágenes filmadas por un cineasta pueden provocarnos emociones que experimentaríamos ante cualquier situación real. Es la idea de ponernos en peligro de muerte sin morirnos, de vivir romances sin compromiso o de aterrorizarnos y, al mismo tiempo, disfrutar de ese terror", ejemplifica.
En el sentido que expone Rodríguez, la ficción consiste en una de simulación de los sentimientos propios por un período de tiempo, ya que al finalizar esa historia no existe el compromiso de que el espectador los sienta en su propia piel: "Se trata de un fingimiento pactado y lúdico que tiene como finalidad el placer, aunque ese placer cause dolor, porque hay historias muy tristes pero que no te afectan a ti ni a tu familia", esclarece.
En el ensayo ganador, su autor ha recurrido a distintas manifestaciones de ficción, como novelas, películas y series de televisión, valiéndose de clásicos universales como "obras de Flaubert; personajes de En busca del tiempo perdido, de Proust; Casablanca o Blade Runner. He incluido también muchas referencias a series, aunque puede que no tengan el nivel cultureta que han alcanzado las novelas y el cine, porque todavía arrastran el estigma de que siguen siendo televisión. Pongo muchos ejemplos sacados de Black Mirror, House of Cards o El hombre en el castillo, esta última de Amazon Prime", enumera. Y anota que se trata de "una especie de apología de la ficción, de ficciones que me han gustado".
Debido a las constantes referencias que maneja a lo largo del libro, Rodríguez advierte en el título sobre los spoilers que salpican el ensayo y que pueden no ser una sorpresa agradable para alguna lectora o lector. "Resulta inevitable adelantar un poco del desenlace o de ciertos aspectos de la trama cuando se habla sobre ficción. Pero si una narración vale la pena no puede arruinarse porque cuente el final. Es decir, ¿alguien dejará de ver Breaking Bad o Casablanca porque le desvele el final? No solo es el destino, sino el camino que lleva hasta el lugar. No pretendo destripar nada, sino estimular dando claves de lectura de libros, películas y series", revela su intención.
El ensayo, que todavía no tiene una fecha definida de publicación (probablemente, después de verano de 2020), parece derivarse o tener relación con su obra anterior, "un libro en el que trataba el tema de la posverdad y las fake news en los medios, pero en esta ocasión reflexiono sobre la ficción, que es otro tipo de mentira, aunque con esta nos dejamos engañar temporal y voluntariamente para disfrutarla", insiste en establecer la diferencia. E introduce que "la posverdad no solo hace daño a la verdad social, sino también a las ficciones, porque casi le comen su terreno".
De esta posverdad se deriva una de las amenazas de la ficción que el profesor desarrolla en el ensayo: la conspiranoia, "un término ya acuñado que mezcla conspiración y paranoia. Los argumentos de las noticias falsas que venden los medios podrían ser una trama de una película de 007 o de un libro de Ken Follet. Las ficciones de verdad casi palidecen ante las chorradas que muchos de los medios de comunicación están difundiendo para desacreditar a alguien o a alguna idea política o para venderte otra", razona.
Además de la conspiranoia, Rodríguez se vale de la selficción, una adaptación propia del término autoficción que también está ganando terreno al género. "La autoficción me parece contradictoria, porque si una obra va sobre ti mismo se llama autobiografía y si es ficción, no puede ir exactamente sobre ti", apuntilla. Y menciona que le gusta el término "porque es como un selfie literario; juego con la palabra selfie en este contexto de autoficción porque refleja el hecho de hablar sobre uno mismo, posturear, poner caras y tomarse una foto". Con estas dos amenazas (la conspiranoia y la selficción), el miembro de la UA califica su libro como "ecología de la ficción, como género que tiene que ser protegido de estas especies invasoras".