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Mariano Urraco: "Más que por el futuro, esta crisis hará que nos preocupemos todavía más por el presente"

El sociólogo e investigador lleva a cabo un diagnóstico sobre el mundo que quedará después del coronavirus y hace hincapié en que las sociedades intentarán olvidar la crisis lo antes posible

21/04/2020 - 

VALÈNCIA. Mariano Urraco es doctor en Sociología, licenciado en Antropología Social y Cultural y profesor en la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA). Es coautor de las obras De esclavos y robots y esclavas y Mundos Z. Sociologías del género zombie. Ante la crisis que el mundo afronta, no cree que vaya a haber un cambio radical en nuestra forma de relacionarnos como sociedad. Piensa que las personas haremos todo lo posible por retomar nuestras vidas desde el punto exacto en que las dejamos. En todo caso, como explica, lo que sí tendrá lugar es una profundización en las dinámicas que ya están presentes, o lo que es lo mismo, un incremento en la popularidad de los nacionalpopulismos, del individualismo que nos define y del cortoplacismo que caracteriza nuestra forma de percibir la vida.

-¿Estamos viviendo una especie de distopía?
-Yo creo que el género distópico, muchas veces parte de una situación parecida a esta. En todo caso, esto sería el desencadenante de una distopía del futuro. Además, hay que distinguir entre distopía y género postapocalíptico. La distopía es cuando se genera una sociedad deliberadamente negativa. Eso sucede cuando se toman decisiones orientadas a aumentar el control sobre los ciudadanos. Y no tiene que ver con lo que está ocurriendo ahora con el estado de alarma establecido en un estado democrático. Muchas obras del género distópico empiezan así, pero solamente son distópicas después, cuando derivan en sociedades donde las libertades están recortadas al máximo.

-El género distópico está muy presente tanto en cine como en literatura, sobretodo en los años más recientes. Es el caso de producciones como la película Guerra Mundial Z, la surcoreana Virus o un documental sobre pandemias, que han llegado a estar entre lo más visto de Netflix. ¿Ha fomentado este género la adopción de ideas catastrofistas por parte de la sociedad?
-Sin duda alguna. Es verdad que ya había un auge previo en los últimos años de consumo de distopías. Black Mirror, El cuento de la criada, Los Juegos del Hambre, etcétera. Narran situaciones que pueden fomentar la psicosis. No podemos asumir de forma acrítica todas estas distopías. No debemos perder la cabeza, ni pensar que esto es el apocalipsis. Aunque sea muy tentador, es erróneo pensar que debemos comportarnos como Brad Pitt. Son situaciones muy distintas.

-Hemos visto cómo China llevaba a cabo unas medidas mucho más eficaces ante la crisis del coronavirus, y mucha gente a alabado su actuación. ¿Hasta qué punto es eso acertado si tenemos en cuenta que se trata de un país dictatorial? ¿Puede llegar a germinar sobre la sociedad la idea de que una dictadura es mejor?
-Ese es el gran peligro que corremos. Pensar que todo lo que ha hecho China está bien y que todo lo que ha hecho Europa está mal; y vincularlo rápidamente con el tipo de régimen que tienen. No se debe hacer esa correlación tan directa. No hace falta ser una dictadura para ser eficaz, ni tampoco una democracia para cometer errores uno tras otro. Estos diagnósticos generan el pensamiento simplista de que la dictadura funciona mejor. Evidentemente, ante situaciones concretas como esta, puede ser que las dictaduras den antes con la tecla, pero igualmente, hay países que no están tomando medidas eficaces por muy dictatoriales que sean. Es preocupante porque se está implantando la idea de que esta crisis es una muestra más de que la democracia no funciona. No es una cuestión de democracia, sino de cómo se gestiona cada una de las democracias, o en su defecto, cada uno de los regímenes dictatoriales.

-¿Van a cambiar en algo nuestras vidas, en cuanto a las relaciones sociales, después del coronavirus?
-Si por algo se caracteriza la sociedad postmoderna, entre muchos rasgos que pueden definirla, es por la tremenda capacidad de olvidar que tiene. Esto no nos debe sorprender, pues a nivel social hemos alcanzado un grado de confort tan grande que hace que nos neguemos a escuchar cualquier elemento que nos saque de esa comodidad. Esto pasa con el cambio climático, que queremos olvidarlo, y está ocurriendo también con el coronavirus. La sociedad siempre hace todo lo posible por no tener en cuenta aquello que pueda amenazar su forma de vida. Esto, a nivel individual, supone que cuando todo pase, inmediatamente después, retomaremos nuestras vidas desde el punto exacto en que la dejamos. Creo que la sociedad, vista como ente global, pasará por esta crisis sin que le suponga un cambio radical en su forma de relacionarse ni, desde luego, en la forma en que está organizada. No podemos huir, evidentemente, de las consecuencias económicas que nos dejará esta situación, pero no creo que el coronavirus sea la tumba del capitalismo, ni mucho menos. En todo caso, será el origen de una forma evolucionada de este sistema, pero básicamente igual o peor en sus funcionamientos. Asistiremos a una profundización de las dinámicas que ya están en marcha.Mariano Urraco

-Teniendo en cuenta que todavía no hemos salido, desde un punto de vista mental o psicológico, de la anterior crisis, ¿está preparada la sociedad para la crisis económica que se avecina después del coronavirus?
-Sobre la anterior crisis, las sociedades pensamos que fue un momento complicado, pero siempre partimos de la idea de que la situación normal o natural es la de bonanza. Con esa idea de que las crisis son cíclicas, la mentalidad que tiene la sociedad es de "si viene una crisis, ya pasará". Y cuando volvamos a estar otra vez bien, nos olvidaremos y volveremos a hacer lo mismo. La gente no va a preocuparse especialmente, no va a pensar que es una crisis definitiva. Siempre está esa mentalidad de que mañana será mejor y de que el progreso es lo natural en nuestra sociedad.

-Se está oyendo que esta crisis conllevará una oleada de divorcios. De hecho en China ya han aumentado. ¿Hasta qué punto el confinamiento puede transformar los roles familiares?
-También se está oyendo que habrá un babyboom (ríe). Hay que pensar que se vive de manera distinta en función de las condiciones de cada uno. No es lo mismo confinarse en una mansión, que hacerlo en un semisótano de cuarenta metros. Habría que analizar los procesos de vida familiar y cómo se están gestionando, en función de esas condiciones del confinamiento. Con cuarenta metros y dos hijos, la situación es más complicada, habría que contemplar las distintas variables y cruzarlas para ver si realmente cabe hablar de ello. No podemos verlo solo como una tasa bruta de divorcios o natalidad.

-¿Hasta qué punto esta crisis distingue de clases sociales?
-En cuanto al tratamiento sanitario, aunque estemos viendo que hasta los ricos están muriendo, es evidente que la situación no afecta igual a todos. Determinadas personas tienen acceso a recursos que para otros están fuera del alcance. En cuanto al tratamiento social, hay que tener en cuenta que no todo el mundo puede llevar a cabo el confinamiento en las mismas condiciones. No todos tienen acceso a plataformas de entretenimiento, por ejemplo, ni a recursos educativos. Algo que se va a observar mucho, en cuanto a términos educativos, es cómo va a afectar esto por nivel de clase. Los niños que pertenecen a familias de clase alta están teniendo un mejor seguimiento del curso que aquellos que simplemente no tienen acceso. Hay personas que no tienen un portátil o una tablet en su casa, y que no pueden hacer teletrabajo o teleformación. Luego, por otro lado, está el tema de la transgresión de las normas. Hay gente que puede pagar las multas por salir a la calle llegado el caso, mientras que otros están confinados en casa con el añadido de no salir por miedo a tener que pagar una multa a la que no pueden hacer frente. Es un componente a tener en cuenta de cara al futuro, amén de que se prolongue el confinamiento. El hecho de que las infracciones sancionen igual a todo el mundo puede estar fomentando de alguna manera la desigualdad de oportunidades.

-¿Es posible que esta crisis ayude a cohesionar a un país que siempre ha estado polarizado?
-No lo creo. A nivel político e ideológico, creo que ocurrirá más bien lo contrario. España tiene el problema de que la política lo invade todo. No hay acto social fuera de los partidos políticos, pues estos estos se infiltran en cualquier movimiento para usarlo en su beneficio. Esto lo podemos ver, sin ir más lejos, en los balcones: la gente aplaude por voluntad propia y sin ninguna orientación política, pero de repente vemos cómo distintos partidos intentan infiltrar sus ideas para que parezca que al final se les está aplaudiendo a ellos, o criticando a los otros. Se pasa de aplausos a caceroladas y, poco a poco, la ciudadanía, que había hecho algo de manera espontánea, empieza a retraerse porque acaba viendo que ese acto se vampiriza por parte de los partidos políticos. Me temo que esto servirá para volver a enfatizar todo aquello que nos divide. A nivel territorial, más o menos lo mismo. Los gobernantes de cada territorio intentan arrimar el ascua a su sardina, intentan aprovechar el rédito político, incluso de una situación tan dramática como la que estamos viviendo. Se tratará de buscar un enemigo para justificar la propia posición y los propios errores que se hayan cometido.

Le doy entonces la vuelta a la pregunta: ¿servirá esta crisis para que caigamos en la cuenta de la ineficiencia de los nacionalpopulismos?
-Igualmente, creo que no. Esa capacidad de olvido de la sociedad se junta con unas ganas enormes de olvidar. Más allá de todas esas personas que tengan una pérdida real, como por ejemplo de algún familiar; el resto, en cuanto pase esto, haremos lo posible por olvidado. Los medios de comunicación tendrán un papel fundamental a la hora de mantener viva la llama de preocupación, o bien de sepultar el asunto y pasar a otro tema. Existen maniobras de distracción muy bien elaboradas para que la ciudadanía desvíe su atención a otros temas. No creo que haya un cambio de gobierno, ni que haya dimisiones, ni que veamos manifestaciones de gente pidiendo dimisiones. Se nos va a convencer de que hay que seguir adelante y, en esto, los nacionalpopulistas harán lo posible por aprovechar la situación y reafirmar su posición con respecto al gobierno central.

-Esta capacidad de olvido de la que hablas, que parece que lo va a empapar todo, ¿también hará que sigamos mirando a otro lado con la crisis climática?
-Habrá que ver a qué punto llegamos. Deberíamos caer en la cuenta de que no podemos tomarnos la libertad de seguir cerrando los ojos en esto, pero quizás ocurra lo contrario. Si la mentalidad que impera es la de que todo va a acabarse en algún momento, la consecuencia puede que sea seguir queriendo vivir al día. Y ese vivir al día implica seguir agotando los recursos del planeta sin preocuparnos por el futuro. No se trata de una cuestión que vaya con los españoles, la sociedad, en general, es así. Vivimos demasiado imbuidos en ese espíritu del carpe diem, y entonces, más que empezar a preocuparnos por el futuro, creo que esto servirá para que nos preocupemos todavía más por el presente.

-A muchas personas se les hinchan las manos de aplaudir en sus balcones, pero luchan por conseguir el último rollo de papel higiénico o la última bandeja de pollo. ¿Estamos siendo hipócritas como sociedad?
-Aquí entra la cuestión de la confianza: en el momento en que se quiebra, es muy complicado recuperarla. Por una parte, la gente está muy entregada al reconocimiento y la manifestación pública de la sociedad, pero por otra, está muy preocupada por su propia supervivencia. Un gobierno que ha manifestado explícitamente cosas distintas a las que predicaba en un primer momento, genera una desconfianza enorme en la ciudadanía. Entonces, si te dicen que no te preocupes y que va a haber suministros, lo primera que piensas es que te están mintiendo y que hay que hacerse con todos los suministros que te puedan hacer falta. Y por otro lado, esto hace que surja la idea de que quien venga detrás se busque la vida. Es extrapolable a lo que hablábamos sobre las generaciones venideras y la crisis climática: "Bueno, les dejamos el planeta como sea y ellos ya lo resolverán". En buena medida tiene que ver con nuestra forma de ser como sociedad. Por el propio sistema capitalista, entendemos que el beneficio individual acaba remontando en el general. Es lo que hay. Pensamos que cuidando de nosotros mismos acabaremos cuidando de todos, lo cual va muy en la línea del eslogan "Quédate en casa".

-¿Entonces la visión cortoplacista que solemos tener sobre las cosas va aumentar en todos los sentidos?
-Creo que sí. Se reforzarán las tendencias que han ido dándose en los últimos años. De hecho, el cortoplacismo es el razonamiento que más se está usando en este momento concreto. Los políticos no piensan en las generaciones venideras, sino en las siguientes elecciones. Eso es reflejo, y también causa, del pensamiento de la sociedad, que se centra principalmente en el corto plazo. No creo que nos levantemos y de repente seamos solidarios con el prójimo, sino más bien que seremos más solidarios con nosotros mismos. A eso me refiero al decir que se reforzarán las tendencias que se han ido dando.

Mariano Urraco

-Ulrick Beck hablaba en La sociedad de riesgo de que, cada vez más, los riesgos tienden a escapar de la capacidad de actuación de las instituciones de control y protección existentes. En este sentido, ¿se ha cumplido esa consecuencia de la que Beck hablaba?
-Totalmente. A veces los gobiernos son muy demócratas hasta que aparecen situaciones críticas como esta, en cuyo caso tienden a intentar asumir el máximo poder posible. Lo vemos en polémicas como la de las ruedas de prensa y el filtro de preguntas, con cómo se intenta limitar la difusión de imágenes que puedan dejar en mal lugar al gobierno, etcétera. Se está haciendo bastante evidente aquello que decía Beck de que los gobiernos tienden a acumular el poder, intentando reducir al máximo las críticas. Esto ocurre pese a que la imagen que tengamos de la sociedad occidental esté caracterizada por integrar individuos libres, críticos, contestatarios, etcétera.

-Te voy a leer un par de afirmaciones que Beck hace en La sociedad de riesgo, y tú me dices si son aplicables a esta crisis. La primera: "El riesgo deja un vacío político e institucional. Los movimientos sociales son la nueva legitimación".
-Si llamamos movimiento social a aquellos actos que, como hablábamos, están vampirizados por los partidos, sí. Cuando Beck dice eso, piensa en movimientos cívicos, pero tenemos que entender que en España los movimientos cívicos están profundamente politizados.

-Y la segunda: "Las fuentes que daban significado colectivo a los ciudadanos están en proceso de desencantamiento".
-De desencantamiento y de reencantamiento continuo. Perdemos los grandes referentes como, por ejemplo, el concepto de patria, pero vamos buscando sustitutivos a esos referentes. Igual ahora ya no es España, pero sí la solidaridad vecinal; lo que no deja de ser la misma vinculación emocional profunda.

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