ENTREVISTA

Mariví Calvo: "El Premio Nacional de Diseño es el reconocimiento a muchos años de trabajo en silencio"

10/11/2020 - 

VALÈNCIA. Aunque los premios no hacen una fotografía exacta de un sector, sí que son un indicador que nos ayuda a analizar su estado de salud. Y en el caso del diseño va viento en popa. La pasada semana el Ministerio de Ciencia e Innovación desveló la nueva hornada de Premios Nacionales de Diseño y, de nuevo, València recogió más de un galardón. Pepe Gimeno y la empresa LZF Lamps se convirtieron así en embajadores del savoir-faire local aunque, si bien, ya lo eran antes. Y es que 25 años hace ya desde que Mariví Calvo y Sandro Tothil pusieran las primeras piedras de lo que hoy es LZF, la empresa de lámparas valenciana que ha dado la vuelta al mundo. Desde su sede en Chiva han iluminado espacios como las sedes californianas de Youtube y Microsoft o el Mercado Little Spain, una carrera cocinada a fuego lento en la que han jugado con sus propias reglas. Así, la firma de luminarias artesanales a partir de la madera suma el Premio Nacional de Diseño a otro, el Premio Nacional de Artesanía, que recibieron en 2011. "Los dos juntos tienen mucho sentido", explica Calvo.

Es precisamente la defensa de la artesanía una de sus claves, la de un proceso que pone en valor eso mismo: los procesos. No todo vale. También, destacaba el jurado, su estrategia basada en la sostenibilidad así como una sólida trayectoria en la que han tenido que sortear más de un obstáculo. "Cuando llegó el Led toda nuestra infraestructura se vino abajo y tuvimos que reorganizarla, rediseñando todos los productos. Ha habido batacazos de los que aprendes mucho", recuerda la creadora en conversación con Culturplaza. Si bien la madera es marca de la casa, también lo es su relación con creadores de distintas disciplinas, un diálogo que en su última colección les ha llevado a trabajar el vidrio de la mano del artesano Eduard Garuti. El futuro dibuja proyectos con tejidos con el objetivo de insonorizar y seguir defendiendo un modo de hacer que es la clave de su éxito. Hablamos con Mariví Calvo.

-El premio les llega tras 25 años de trayectoria, ¿cómo lo digieren?
-Ha sido una buenísima noticia, para empezar, especialmente ahora que estamos todos un poco amargados con esta situación. Ha sido espectacular. Es un reconocimiento a muchos años de trabajo en silencio, en los que solo es tu voz la que te anima. Es increíble. 

-Su proyecto tiene una gran vinculación con el ámbito cultural.
-Una empresa tiene que evolucionar, sino se pierde en el mercado. Sandro [Tothil] es músico; yo soy pintora. Es nuestra vida. Para nosotros era importante disfrutar de la empresa, con lo cual necesitábamos empaparnos de la cultura. También de los artesanos, que son los diseñadores de antes y que tienen muchas cosas que decir. Se están difuminando y están despareciendo de una manera que da temor. 

-Justo tras hacerse público el premio dijeron: "Hoy sentimos que diseño y artesanía van de la mano y eso es algo muy grande", ¿cómo de importante es esta unión?
-Se trata de nuestra cultura, de recuperar nuestros valores. Perderlos a lo loco y depender únicamente del precio de los productos es muy arriesgado. Empieza a ser todo muy parecido y nosotros queríamos hacer cosas que nos salieran del alma. Estás atenta a las tendencias, a todo, pero lo más importante es estar satisfecho con lo que hacemos. 

-¿Qué fotografía hace del valor que se da a la artesanía ahora?
-Hace no más de diez años decías artesanía y mucha gente pensaba en el folclore. Ahora es mucho más respetada. No es fácil por la cuestión del precio, un artesano no pide 5.000 piezas de China. Una a una se revisa, es una pieza única. Este es un valor que sí que se está imponiendo bastante, pero hasta que la sociedad no luche por tener en su casa objetos con los que se identifique, con sus valores culturales... 

No podemos dejar que estos artesanos se pierdan. Casi todos ellos son muy mayores, son personajes muy puntuales. Es duro. Estamos trabajando con un soplador de vidrio, Eduard Garuti, y nos dice que hay una tendencia a no ensuciarse las manos. Nos hemos acostumbrado al ordenador, pero ahí hay un mercado espléndido ahora mismo. Es una labor sacrificada, pero no paran de trabajar. 

-Uno de los valores que destacaba el jurado a la hora de conceder el Premio Nacional a LZF Lamps es la sostenibilidad, una palabra que está cada vez más sobre la mesa. 
-Es fundamental el respeto al medio ambiente y a nosotros mismos. Es una palabra que se dice muy fácilmente y es difícil de implementar porque las industrias accesorias no lo tienen muy asimilado, no hay productos con los que poder sustituir. Por ejemplo, el plástico nosotros lo sustituimos con fécula de maíz o patata y todos los embalajes son reciclables, de cartón. En todo el proceso se tiene muy en cuenta, incluso con la madera, que es un material biodegradable. Al principio teníamos mucha pérdida de material porque es muy frágil y al trabajar con luz cualquier grieta se magnifica. Este problema nos llevo a crear un sistema de protección que hemos patentado con el nombre Timberlite, para no tener este desperdicio. Es fundamental que nos tomemos muy en serio todo esto. 

-La empresa nace de una manera un tanto espontánea y, de hecho, vinculada a una exposición. 
-Fue de una manera muy causal. Participamos en un happening en el Teatro del Trapezi, organizado por MacDiego, al que se invitaron a 36 artistas, escultores o diseñadores gráficos. También participó un joven Pepe Gimeno. De esto surgió una especie de exposición con piezas pintadas a mano, intervenidas. Fue una fiesta maravillosa... tanto que se nos olvidó vender las lámparas [ríe] Así que, como era Navidad, una amiga nos dejó un bajo en la calle Caballeros y ahí sacamos las lámparas a la calle. Esto nos cruzó en el camino con unos chicos de Madrid que iban a la Feria del Regalo y nos ofrecieron compartir el stand. En un metro cuadrado pusimos un montón de lámparas y tuvimos la gran suerte de que un abogado nos encargó un proyecto para un hotel. A partir de ahí empezamos a trabajar. 

-25 años después vuestras piezas están en sedes como Coca-Cola en Atlanta, Youtube en California, en restaurantes...
-Y lo que más nos gusta también es colaborar con hospitales. Llevamos más de seis o siete años trabajando con hospitales en Estados Unidos, casi siempre en espacios dedicados a tratar a personas con cáncer, y es un placer. Hemos disfrutado mucho poniendo ese pequeño grano de arena para que las personas se sientan mejor. 

-La luz tiene un punto muy emocional.
-Sí. La madera, además, es un elemento ancestral, todo eso hace que acompañe muy bien. Por eso también estamos estudiando meter un sistema en los leds que permite, además de controlar la intensidad, controlar la calidez dependiendo de la hora del día. 

-¿Qué camino dibujáis para el futuro de LZF?
-Es difícil. Nosotros seguiremos haciendo piezas emocionales e intentaremos conservar a nuestros clientes. Toco madera porque nos está yendo bien con la nueva colección, en la que trabajamos con el vidrio. El futuro es incierto, cómo no, pero ya estamos hablando de oficinas más cálidas y humanas, hoteles amables y respetuosos, etc. Este cambio se empiezo a ver hace un par de años en Estados Unidos, unas oficinas concebidas como centros de reunión en las que hay despachos para poderte encontrar, pero en las que tú vas cambiando de sitio dependiendo del trabajo que haces. Estamos muy pendientes de Estados Unidos porque supone el 70% de nuestro mercado.

-Este año también ha sido galardonado Pepe Gimeno, además venimos de un 2019 que también trajo premios para creadores valencianos, ¿estamos en un buen momento?
-València está en un momento espléndido en cuanto a profesionales del diseño. Se nota, se palpa. Hay mucha gente, también incluyo a los jóvenes, que están haciendo trabajos impecables. Está Mut Design, José Manuel Ferrero, Miguel Herranz... y seguro que se me olvidan muchos.