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'Mr. Inbetween', historias de mafiosos australianos con regusto de Pulp Fiction

Creó su personaje en los 90, cuando tenía 15 años. Luego estuvo 13 en el paro y una década trabajando de taxista, víctima de la depresión y negándole la idea a productoras que querían hacer su serie con otro actor, hasta que logró interpretarlo él. Scott Ryan creó un sicario tiene que cometer sus crímenes y ejercer de padre divorciado. Mr Inbetween es una serie australiana, sucesión de situaciones imposibles propias de gangsters, contadas de forma cruda y directa, que parecen sacadas de un cómic gracias a un formato de pura diversión.

4/09/2021 - 

VALÈNCIA. Sin entrar en análisis de los que ya se han hecho docenas de miles, la gracia de Pulp Fiction era que, como su propio nombre indicaba, contaba historias de explotación del género mafioso. Eso eran los argumentos de las historias que se cruzaban, aunque Tarantino le incluyera un toque personal profundizando en la personalidad de los protagonistas, elevándolos por encima del cliché, los colocaba en situaciones propias de novelas de kiosco. El éxito de la fórmula no hace falta explicarlo treinta años después, de hecho, habrá que ver en un par de años la matraca que se nos viene con su 30 aniversario. 

La serie australiana, Mr Inbetween, de la que acaba de concluir su tercera temporada, tenía esa fórmula tarantinesca, tal cual, en su primera entrega. No se entendía muy bien la trama mafiosa, solo se adivinaban detalles, porque el objetivo estaba en la personalidad del protagonista. Un sicario, un asesino a sueldo, un miembro de una organización que se dedica a asesinar, extorsionar y dar palizas, pero también un padre soltero que busca el amor después de un divorcio. 

El planteamiento podría haber dado lugar a un formato de equívocos. Supongamos, él tiene que conciliar la vida familiar con las más espantosas acciones. Podría haber ido por ahí, y en parte ese dualismo a veces está presente, pero esa genial primera temporada se inclinaba más a lo pulp. Las historias, cada capítulo, parecían sacadas de un cómic. Eran explotación del género. Placer por el placer. Y luego, entretanto, una profundidad en el perfil psicológico de los personajes. Los problemas de pareja del protagonista, la emoción ante el parto de otro sicario, la familia política de otro de ellos adicto a la pornografía de lluvia dorada... Situaciones cotidianas y ordinarias en el contexto de la profesión criminal. 

En la primera temporada teníamos diversión salvaje y sus seis capítulos son una de los mejores productos seriéfilos de los últimos años. Una presentación moderna, con el formato de película larga, pero dividida en episodios cortos. En ella, con humor, pero no exenta de drama, el personaje de alguna manera u otra se las arreglaba siempre para escapar de las graves situaciones a las que se enfrentaba. La segunda temporada profundizaba más en su dimensión humana y en los rasgos de personalidad ya en una situación límite derivada de su trabajo, lo que le lleva a enfrentarse con su hija, que empieza a darse cuenta de lo que hay. En la tercera y última temporada, todo estalla. 

El autor y protagonista, Scott Ryan ha explicado que la serie tiene un espíritu australiano, muchas situaciones extraídas de la vida real, pero sobre todo infinidad de detalles son "robados del trabajo de otras personas en televisión y en el cine". Es lo mínimo que se le puede pedir a una serie sobre mafiosos, que todo sea robado. 

Nash Edgerton, el director, ha hablado durante estos años de su objetivo de mostrar cómo es la vida de los criminales incidiendo en su esfera personal, su vida ordinaria con mujeres, hijos y aficiones domésticas como las de cualquier otro. La referencia obligatoria con un planteamiento de estas características son Los Soprano. En la gran obra de David Chase todo estaba en la psicología de los personajes y sus relaciones familiares, pero aquí el componente lúdico está mucho más presente y no es tan sutil y tendente a lo simbólico. En Los Soprano había toda una reflexión sobre la condición humana, las metas de esta serie no son tan onerosas. 

El personaje protagonista, Ray Shoesmith, estaba diseñado desde los 90, cuando tenía 15 años, pero nunca pudo llevarse a cabo por testarudez. Las productoras querían a un actor más conocido que a Ryan, pero ambos estaban convencidos de que él tenía que encarnar su propia creación.  Hay una historia épica detrás de estas negativas y este empeño. Ryan había estado 13 años en el paro y diez trabajando como taxista. Sufría depresión y todo el mundo en su entorno le repetía que nunca llegaría a nada. 

Solo había interpretado a su personaje en un cortometraje, The magician, en formato falso documental, y juntos la convirtieron en un largo, pero de muy bajo presupuesto y amateur. Es gracioso cómo ha contado en entrevistas cuál ha sido su método para clavar a un personaje tan impactante. "Ninguno". Su preparación ha sido mínima. De hecho, ha llegado a declarar que no sabe lo que está haciendo realmente. Pero Edgerton tenía claro que la idea tenía que quedar entre ellos sin injerencias de gente "guapa". La prueba de que todo quedó en casa es que la hija del protagonista, una niña asiática, es en la vida real la hijastra del director, Chika Yasumura. 

Sin embargo, la serie llegó al público en el acto. Es un caso en el que obviamente se ha valorado la autenticidad por encima de los formalismos que para muchos espectadores son fundamentales para poder aprobar a una serie. La veracidad llega hasta el punto de que el protagonista tiene mucho de su creador. Si el mafioso es lacónico y seco, introvertido pero sensible, pese a tener que cumplir con su obligación seriamente, el actor es tres cuartos de lo mismo. Cuando recibió el premio Logie de la industria de la televisión australiana estaba en su casa, tumbado solo, descansando para acudir a la mañana siguiente a otro día de rodaje. Recibió la noticia al encender la tele y se limitó a decir "holly shit" (¡hostia!) y siguió a lo suyo imperturbable.