En el fondo nos hemos convertido en cobayas humanas. Esto es como la metamorfosis de Kafka en pleno XXI. Un día despiertas convertido en un insecto para ver de otra forma el mundo y te encuentras con una realidad paralela. Nosotros leíamos a los superhéroes de Marvel. Pero entonces todos se habían convertido en personajes fuertes, irresistibles e independientes tras una mordedura, una reacción química o la inesperada picadura de un insecto. El relato era apasionante para mi generación: feliz y risueña. Estábamos identificados. Nos trasladaban a un mundo irreal, pero sobre todo fascinante que hoy echamos en falta. Nos ha quedado para la historia de la fantasía adolescente. Actualmente, todos somos parte de un experimento mundial con esto de las vacunas. Igual un día de entre todos nosotros sale un superhombre o supermujer que lidere la Humanidad frente a tanto/a/e mediocre.
Lo bromeaba con un amigo cuando me dieron la primera dosis de la vacuna. Le llamé para saber cómo estaba. Le comenté este absurdo literario para animarle en el centro donde estaba ingresado después de tanto potingue que llevaba ya en el cuerpo tras veinte días incomunicado y sin una botella de Rioja a mano. Bromeé al preguntarle si por alguna de aquellas ya se había transformado en un ser superior, en un superhéroe. No era el caso, me dijo. No estaba para bromas, aunque había generado anticuerpos. Había conocido el riesgo y el drama.
Pero lo serio después fue con otro caso cercano tras recibir también el primero de los pinchazos, querer celebrarlo a lo grande y al tiempo notar alteraciones. Que nadie se preocupe. Las circunstancias son las que son y no siempre resultan iguales. Ni graves, de momento. Aunque también puedan serlo.
Hace unos días narraba mi experiencia en la cola del chute en el vacunódromo. Conté la satisfacción de la gente, la tranquilidad que había encontrado y las ganas de vivir que había experimentado junto a mi generación. Pero no contaba con las adversidades o lo que también llamamos contraindicaciones o reacciones inesperadas.
Así que, mi amigo de juventud me llamó aquel día para que lo acompañara al dispensario. Le habían salido manchas en la piel y ciertos derrames subcutáneos. Le tranquilicé. Pensé que entre las ganas de fiesta y de volver a vivir después de tantos meses de espera algo le habría sentado mal: una ostra, un atún enlatado o hasta unas clochinas repletas de proteínas con la que habíamos celebrado el gran día de supuesto regreso a la “normalidad”. Pero aquello iba a más. Era absolutamente nuevo.
Pasó una semana del susto inicial, pero no mejoraba. Lo saqué de casa. Decidido frente a su soledad. Esto no es un relato sino un caso real. Hicimos cola un lunes a primera hora a las puertas de un centro de salud de primera instancia. Lo atendieron de urgencia cuando vieron su cuerpo. Manchas y rojeces por todos lados, él que llevaba un año sin salir y se cuida como Spiderman, la Masa o los Cuatro Fantásticos. Hasta que lo desnudaron. Le pidieron todo tipo de sugerencias. “Así abrimos expediente porque todo esto es tan nuevo que cualquier opinión nos viene bien para tener conocimiento”, le comentaron.
El hombre confesó todo. Total. Póngase una crema. Cuarenta y ocho horas después poco había evolucionado. Aún no lo ha hecho. Decidió acudir a un centro de salud. Pero no pudo entrar. Le reclamaron que lo pidiera telemáticamente para que un experto del ramo le atendiera. Nada funcionaba. Ahí continúa. Entre edemas y potingues. A la espera. Pero sin tener claro de qué se trata y cuál es su problema. Como si aún estuviéramos en tiempos de Larra. Pleno Romanticismo tardío y decadente.
Esto podría ser un cuento. Pero es una realidad. Al final llegamos a la conclusión de que somos auténticos conejitos de indias. Nos los reiteró la amable farmacéutica a la que acudimos con una abundante receta. Nadie sabe nada. “Ustedes son voluntarios sobre los que probar alternativas”, nos dijo.
No quiere esto ser una crítica al sistema. En absoluto. Es lo que nos ha tocado vivir. Y gracias hay que dar a los científicos y a los médicos, pero el mundo va más deprisa que un sistema que no atiende como debería por las circunstancias y desconoce aún gran parte de la verdad
Cuál es nuestro futuro sin información que sólo encontramos en prospectos anodinos, letra pequeña y tan mareantes que aburren la inteligencia. Reacciones, todas. Soluciones, alternativas o esperanzadoras palabras de buenas intenciones son lo que nos salva, de momento. Por eso llegué a la conclusión de que somos objetos de experimentación.
Total, que a mi amigo le pica el cuerpo, no puede darle el sol y la coloración de la piel de un día a otro le está dando mucho dolor de cabeza, preocupación y hasta insomnio. Yo le digo que es normal. Por eso le llevo cada día un par de riojas para celebrar que vive. Ya se sabe que a cierta edad no se celebran años sino días. Iremos a por la segunda.
Escribo esto por si le sirve a la Ciencia. Pero vacúnense. Algunos han de sufrir para salvar al resto. No somos inmortales. Ni superhéroes, quizás personajes de novelas góticas. De momento, supervivientes gracias a los golpes de cazalla y la metodología de la Ciencia que está por descubrir el remedio desde la prueba. Eso sí, políticamente nos salimos como país. Eso dicen. Como las cobayas mundiales en las que nos hemos convertido en apenas unos meses.
En mi caso, se lo advertí. Mala hierba nunca muere. Para algo somos superhéroes de ilusión, algo que nos permite, al menos, pillar el sueño desde la imaginación o soñar como humanos. Y despertar cada día sin saber cómo será el siguiente, pero vacunados con sus riesgos añadidos y desconocidos. Nos hemos de contentar con nuestra propia experiencia. Vivir al menos para poder contarlo y compartir ánimos. Hay demasiado loco ahí fuera que parece no saber con qué se la juega pero se queja de no poder ir de romería. Y menos, de verbena, tapas y cañas. Lo “políticamente correcto” para esta sociedad que ya ha olvidado a sus muertos y los ha convertido en mera estadística. Compatriotas, les llaman. Simplemente números de un sistema que está pensando en el márquetin y en 2050, pero no en mañana.
Muchos/as/es son así de patéticos.