Desde el pasado sábado, en la radio, en la cola del colmado de mi barrio, del estanco, de la pescadería, de la carnicería, se escuchaba un exceso de optimismo, una alegría afortunada, pero también preocupante. Yo me la quito, yo me la pongo… la gente se va a confundir, esto va a ser un desmadre… comentarios en estos espacios donde todo dios llevaba puesta correctamente esta máscara que aguantamos desde hace 16 meses. Una amiga comenta que desde el sábado camina sin la mascarilla y, dice, que le parece otro paisaje, que los colores son diferentes, que la luz es más potente en Castelló.
Las mascarillas llegaron para quedarse, de momento. Persiste el respeto a la covid-19 y sus nuevas variantes. Los datos sanitarios de los últimos días se han disparado. Obviamente las consecuencias, deseemos, ya no son las mismas de las anteriores y graves olas de contagio. Sigue el riesgo, y debe seguir la prudencia, aunque es bellísimo sentir que podemos ver la luz entre tanta oscuridad. El aumento de contagios, dicen, se debe a una mayor movilidad y a la gente joven, a los ya míticos viajes de fin de curso a Mallorca.
La gente joven está viviendo un difícil ciclo generacional donde el presente no es bueno y no se vislumbra un futuro estimulante. Las personas expertas en sociología y psicología de este país y de otros europeos, advierten del desasosiego y depresiones entre la población joven. Según el último informe del Observatorio de Emancipación del Consejo estatal de la Juventud, señala que las y los jóvenes son el colectivo más afectado por la recesión económica y el menos beneficiado por la recuperación. La tasa de paro es muy preocupante, así como la precariedad laboral. Pero, lo peor es el horizonte negro para los sueños, para la ilusión de trazar una línea de vida y de proyectos.
Hay desasosiego y desazón entre la gente joven. Hay tristeza. Hay desafección hacia las instituciones públicas, la política, hacia cualquier mensaje de los avances de la normalidad. Hay cansancio, rabia y rechazo. Hay inseguridad para emprender algo nuevo, diferente, provocador. Y hay excesivas muestras de radicalismo y violencia en torno a la población joven. No podemos perder una generación tan valiosa. La prensa europea mostraba estos días a movimientos jóvenes vinculados a la ultraderecha, a la irrespetuosa y condenable manera de relacionarse con la sociedad. Aquí empieza a pasar lo mismo. Violencia, agresiones homófobas, racistas, machistas y sociales.
Se respira en el ambiente la inquietud que provocan las malas artes de partidos como el PP, Vox, y los partidos ultras europeos. El veneno de las mentiras y manipulación que están inoculando a la sociedad sin medir las consecuencias. En Madrid, València, Alacant, Castelló y en todos los territorios. La pasada semana ha sido desastrosa para la derecha. Han perdido los papeles en esa bipolaridad que arrastran y en la escasa dignidad que pudieran tener. La ciudadanía no merece semejante tensión programada, solo porque esta derecha y ultraderecha, la de siempre, no consiguen hacerse con la realidad real, con el poder del país. Se están equivocando, y lo saben, pero necesitan enredar y confundir. Y el discurso del odio es cruel y peligroso.
Frente a tanta ignominia, la gran luna llena de Sant Joan, que tanto se ha fotografiado, aún ilumina los deseos y conjuros que realizamos esa noche mágica. Encender velas de colores, quemar romero, tomillo y espliego en el fuego de la cocina, reposar en agua otras hierbas aromáticas y medicinales para lavarnos la cara al día siguiente, congelar pequeños recipientes con leche y papelitos en los que se escriben los deseos buenos y los malos, los nombres de personas que hieren, (y no descongelarlos hasta que se cumplan las peticiones), buscar hierba de Sant Joan bajo la luna para curar las verrugas…
En Morella ‘roban’ las macetas de los balcones, una antigua tradición que recuerda las flores que se sustraían y regalaban a las jóvenes. Cada año hay que retirar las plantas exteriores, porque cada año pueden acabar alineadas en la interminable cuesta de Sant Joan. Aquella casa morellana y cantonera poseía en Sant Joan todos los colores de la primavera, la albahaca contra los mosquitos, las flores de los pendientes de la reina, de las hortensias, geranios y margaritas. Era una casa habitada por las flores. La verbena era lo mejor que sucedía aquella noche, y bailar el faloret hasta que se consumía era lo más entrañable. Hay infinitos rituales mediterráneos que convierten esa noche en un tiempo especial. El solsticio de verano es siempre mágico. Avanzamos hacia el descanso y, quizás, hacia la felicidad.
De nuevo, el fuego y el agua han absorbido, una vez más, aquello que oscurece los días. Pero no hay suficientes hogueras para purificar la realidad que asfixia, para tanta estrategia repulsiva, tanta afrenta. El mar que abraza nuestros sueños en el solsticio de verano es el mismo mar que, también en noches de luna llena, alumbra a miles de personas que huyen del terror en busca de otras realidades, en busca de un futuro en Europa. Estos últimos días han vuelto a jugarse la vida y llenar el mar de personas aterrorizadas por su presente y su futuro. Y todo sucede bajo la misma luna del Mediterráneo en el que vivimos. El mar de la vida y de la muerte.
Se abre el verano de par en par. Nos liberamos de la rutina rígida, del frío y de las soledades invernales. La luz de la ciudad castellonense es preciosa estos días, potente, marcando el bello cielo azul. La brisa corre entre las venas de quienes creemos que el mundo y la vida siempre deben ser algo maravilloso. No permitamos que nadie destruya el universo de una sociedad comprometida y esperanzada.
Les dejo una hermosa poesía de Blas de Otero que en estos tiempos tan agredidos por la derecha y por otros movimientos fascistas, es muy necesaria. Porque nos queda la palabra.
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Blas de Otero. Pido la paz y la palabra