VALÈNCIA. A los catorce años, tras cuatro semanas de noviazgo, una chica rompió conmigo. Me puse muy triste y no lo entendí. Me pareció que era egoísta, que me había utilizado, que seguro que había encontrado otro, que no tenía sentido aquello. Dos años después, a los dieciséis, yo rompí con una chica. En ese momento comprendí que mi primera novia ni era egoísta ni me había utilizado ni necesariamente había encontrado a otro. Simplemente se había dado cuenta de que yo no era lo que buscaba, como yo acababa de darme cuenta con otra chica. Hasta que no estuve en su lugar no entendí nada…
Hay una frase de meme –el nuevo trasunto del azucarillo- que dice: Intenta que tus palabras sean dulces y suaves porque igual tienes que tragártelas. O en su versión más elocuente: que tus palabras no sean mierda por si te las tienes que comer. Creo que poca gente estará en desacuerdo con esta frase, y sin embargo veo a mi alrededor demasiado fanático defendiendo sus argumentos con virulencia y desprecio hacia los que no piensan igual. Lo peor de todo esto es que cuanta más mierda ha salido de la boca menos está uno dispuesto a tragársela, más incapacidad para matizar o reconocer la equivocación. Ya que hemos elegido bando con tanta fuerza, mejor morir que rendirse…
Y así nos va. Solo miren a los políticos, insultándose en campaña y luego incapaces de negociar por el peso de todo lo dicho y prometido. O a la oposición defendiendo con virulencia lo que cuando gobiernen negarán con igual virulencia.
A lo largo de la vida vamos cambiando en nuestras ideas y convicciones. La mirada muta porque lo hace el lugar desde el que miramos. Cada día me parezco más a mi madre es una frase que todos hemos escuchado. Es obvio que la vida va cambiando nuestra forma de pensar. El niño pierde ingenuidad. El adulto pierde energía e idealismo. El divorciado no lo ve igual que el felizmente casado. El rico no lo ve igual que el pobre. El torero no lo ve igual que el vegetariano…
Lo malo de tener convicciones demasiado firmes y de insultar con demasiado odio al otro es que es inevitable que las convicciones cambien y muchas veces acabamos con el tiempo convertidos en el otro. Porque resulta que crecemos, nos divorciamos, nos volvemos a casar, hacemos un chiste sobre cáncer, tenemos cáncer, funciona el negocio, decimos putos inmigrantes y luego nuestra hija se va a Alemania a buscarse la vida y eso la convierte en una…, sale mal el negocio y nos arruinamos, una mala experiencia con un fontanero, me caigo y seis meses en silla de ruedas, la feminista del quinto es gilipollas, me encanta el nombre de Avelina porque fue mi primer amor, qué simpático es el frutero paquistaní, la gilipollas del quinto se llama Avelina, un reportaje dice que el cambio climático es inminente, a los cinco años el primo de Rajoy dice que el cambio climático es mentira y me cae bien Rajoy porque yo también tartamudeaba en el cole, descubro que la vecina del quinto tartamudea, ya no me cae bien Rajoy, me enamoro de una feminista que sí mola, mi amigo Richi es de Vox y es buen tío, en el bar soy el que más sabe de cine, al año Richi mata a su mujer, mierda, cambio de bar y todos saben más de cine que yo, Richi llevaba coleta…
En fin, un poco de tranquilidad. Defendamos nuestra Verdad Verdadera del día con un poco más de tranquilidad, que la vida es muy larga y nos esperan muchos cambios, golpes y matices. Y no, no odiemos tanto a nuestro opuesto, que igual está agazapado tras el espejo del baño…