Y al final pasó. El chamán alzó los brazos y aulló en señal de victoria. A pecho descubierto y con la cara pintada, vestido con pieles de animal y cuernos de búfalo, se paseó a su antojo entre el caos de la turba que buscaba a los hacedores de leyes de la primera democracia moderna del mundo, en realidad miembros de una secta que se codean con estrellas del celuloide en orgías pedófilas. Apenas a cuatro kilómetros de distancia, su líder, el hombre del peinado imposible y melanina de pote, observaba en su búnker cómo la muchedumbre desbordaba en su defensa el parlamento que una vez le nombró presidente. Quizás con el maletín nuclear a pocos metros.
Lo insólito de esta escena, más propia de una película de Mad Max que de lo esperado en un parlamento democrático, es que fue realidad televisada casi con total normalidad. El show volvió a desbordar a la sociedad que impulsó la democracia liberal y asaltó su Capitolio. Los simpatizantes de Donald Trump, derrotado por siete millones de votos por Joe Biden, quisieron conseguir lo que las urnas no les dieron. La broma, al final, se hizo sería. Como el Joker.
Los acontecimientos vividos la semana pasada en EEUU son algo más que un síntoma, son las olas de un mar de fondo intolerante que quiere hacerse tsunami. Es el grito del hombre blanco -sobre todo hombre- que se reivindica. Un tipo de varón -occidental, anglosajón, nacionalista, machista, más cristiano que Cristo- al que le gusta mirar el mundo como lo hizo en el siglo XIX y casi todo el XX, de arriba hacia abajo, como Dios manda. Es el redneck de Arkansas golpeado por el sistema pero también, más sigilosamente, podría ser un miembro del equipo de remo de Yale. El resentimiento supremacista -racial y religioso- de los grupos que abordaron el parlamento estadounidense no solo se nutre de teorías conspiracionistas, se cimenta en la presunta defensa de los valores occidentales. ¿Qué valores? Los suyos. Biblia y revolver. O revolver y fake news, tanto monta.
Todos los grupos de ultraderecha que participaron en el asalto al capitolio no creen en las vacunas, pero sí en el derecho a portar un arma. Creen que el 5G ha sido el principal artefacto de expansión del coronavirus. La Casa Blanca, hasta llegar Trump a ella, estaba poblada de pedófilos, como cree nuestro chamán del principio. Y, por supuesto, Obama era un radical musulmán socialista foráneo y, por tanto, ocupó ilegalmente el despacho oval.
Son las mismas voces que desde ultramar encuentran eco en nuestras productoras televisivas, en nuestro parlamento, en nuestros informativos. Las que hablan de gobierno ilegítimo al investido por el Congreso de los Diputados. El aullido del ‘chamán fake’ concentra toda esa ira contra el mal llamado buenismo y la diversidad que aquí se pasea por nuestras calles en autobuses transfóbicos. Son esos abogados cristianos -o presuntamente cristianos- denunciando a un ayuntamiento por colgar la bandera del arco iris en un balcón o a una drag queen por llevar un crucifijo en pleno carnaval. Son los del ‘virus chino’, los defensores de esa libertad que tanto vale para llevar pistola (y sí, ya hay en nuestro parlamento partidos que proponen esa ‘libertad’) como para pasarte por el forro cualquier recomendación sanitaria en plena pandemia. Son esas voces que consideran que Europa es cristiana por encima de todo y que ven yihadistas y violadores en los menores que llegan a nuestras costas huyendo de la miseria, el hambre y la guerra.
Ya están aquí. Aullando fuerte. Y es que nunca se fueron…