Nunca segundas partes fueron buenas

Todo pintaba de color de rosas en la primera legislatura del Botànic, mejor dicho en el Consell botánico entre la pareja socialista y de Compromís, salvo por los pequeños escarceos que puntualmente mostraba la parte de hecho en esta relación: Podemos, personificada en los añorados Antonio Montiel o Fabiola Meco, por poner un ejemplo. Unos escarceos con los que la formación de extrema izquierda intentaba mostrar un desacuerdo en la relación y la forma de actuar del Consell y así poder dejar su huella podemita.

Pudimos asistir y comprobar como meros espectadores algún que otro susto en presupuestos y leyes, pero al final la sangre nunca llegó al río y no se produjo ningún divorcio en esta relación singular a tres bandas en la era del Botànic I.

Llegaron las elecciones autonómicas de 2019 y esta vez el Consell del Botànic pasó de ser una relación de pareja a una relación de trío, con lo que esto supone. Se equivocaron y dejaron a un lado el discurso de la racionalidad, el poner a las personas en el eje de sus políticas, el de la coherencia, la responsabilidad, pero sobre todo el de la autocrítica, para refugiarse en el autobombo y aplicar ese rodillo parlamentario que tanto mal hace, pero que tanto gusta utilizar cuando se ejerce el poder.

El nuevo curso político valenciano arranca en septiembre con una noticia que confirma, le pese a quien le pese, que nunca segundas partes fueron buenas, y menos en política -también lo digo por experiencia por lo que me toca-.

Tal vez el vicepresidente segundo ha querido emular al que fuera vicepresidente de España hasta hace pocos meses y curiosamente de su misma formación, vayan ustedes a saber. Pero lo que sí que es cierto es que el señor Dalmau se ha inmolado y la bomba que acaba de estallar en el Consell es de tal magnitud que si el President Puig no logra aplacar su onda expansiva puede amargar el ciclo del Botànic de una tercera legislatura, que se le escapa de las manos día a día.