Si esperáis otro artículo sobre la ocupación ilegal de viviendas lamento defraudaros. No voy a hablar de okupas. O tal vez sí. Pero de una ocupación mucho más peligrosa: la de las ideas. Se trata de nociones sin ninguna validez empírica que colonizan nuestra mente, definen el marco conceptual de las sociedades y, lo que es peor, determinan nuestra visión del mundo y nuestra vida.
El premio Nobel de Economía, Paul Krugman, ya acuñó el término “ideas zombis” para referirse a aquellas doctrinas que “van dando tumbos, arrastrando los pies y devorando el cerebro de la gente, pese a haber sido refutadas por las pruebas”; ideas que “siguen fracasando en la práctica” pero que se han ido afianzando cada vez más en el imaginario colectivo.
A lo largo de la historia las sociedades se han regido por estas verdades incuestionables que, promovidas por los poderes fácticos, fosilizan el statu quo y ordenan la vida de sus ciudadanos.
La década de los 90 trajo consigo la privatización de los sectores estratégicos de la economía. El camino iniciado por Reagan y Thatcher derribó la barrera de contención europea. La lógica neoliberal predominante en Bruselas obligó a los estados a deshacerse de muchas de sus empresas públicas estratégicas. En el caso español, la llegada de Aznar a la Moncloa hizo el resto.
El dogma de la libertad de mercado ocupó el imaginario colectivo hasta crear un espacio propicio para la entrega sin contraprestaciones de los bienes de todos a unos pocos elegidos. El método de entrega nunca fue claro; la transparencia del proceso, mucho menos. Pensemos en Villalonga, cuyo único mérito conocido para obtener la presidencia de Telefónica fue ser compañero de pupitre del Presidente del Gobierno.
Pero, ¿a quién le importaba la letra pequeña ante el 'milagro económico' hecho hombre en la figura de Rodrigo Rato?. Años después la Justicia dio buena cuenta del prodigio aznariano con la icónica imagen de Rato siendo introducido en un vehículo por la Policía.
El inicio del nuevo milenio trajo aparejada la burbuja inmobiliaria. Los precios de las viviendas se dispararon mientras se instalaba la falsa creencia de que este incremento nos hacía más ricos. La lógica era sencilla: si mi casa vale más soy más rico. Solo se obvió un pequeño detalle: todos necesitamos un techo bajo el que vivir. Para una amplísima mayoría de los españoles, la vivienda era (y es) un bien de primera necesidad, no un activo de inversión. Las consecuencias son ampliamente conocidas: pinchazo de la burbuja, crisis y empobrecimiento generalizado de la población.
La austeridad fue la respuesta; recortes masivos de derechos, debilitamiento de los estados del bienestar y desnaturalización de los sistemas democráticos. La Troika imponía medidas draconianas a gobiernos democráticamente electos, cuando no los derribaba. Y, ante la opinión pública, esta era la única alternativa posible. No había otra receta para salir del atolladero.
Estos días cobran virulencia algunas ideas okupas. Subidas masivas de impuestos, ocupaciones ilegales de viviendas y necesidad de PCR masivos para toda la población.
"Las ideas okupas colonizan el imaginario colectivo, parasitan nuestro espíritu crítico y adormecen a las sociedades"
Por más que estas ideas gocen de horas de máxima audiencia en determinados medios de comunicación, cabe aclarar que no existe una subida indiscriminada de impuestos sino una mejora en la progresividad impositiva y en la fiscalidad verde. Tampoco existe un problema social de ocupación ilegal aunque sí en la efectividad del derecho a la vivienda. Y los PCR masivos no son la panacea de la seguridad en tiempos de la Covid. Hasta la llegada de la vacuna, las mascarillas y el distanciamiento social siguen siendo las mejores armas contra el enemigo invisible.
Las ideas okupas colonizan el imaginario colectivo, parasitan nuestro espíritu crítico y adormecen a las sociedades. Y lo peor es que no admiten ser cuestionadas. Se presentan como una realidad sin una alternativa posible. O eso quieren que creamos.
Combatir esta ocupación exige un verdadero esfuerzo de desperezamiento intelectual. Obliga a cuestionarlo todo, a informarse por diferentes vías, a deshacerse de las telarañas instaladas en nuestra capacidad crítica, a remar a contracorriente y a pensar por uno mismo.
El poeta portugués Miguel Torga, en su libro Canto libre del Orfeo rebelde, escribió estos clarificadores versos: “Ser una piedra en este desierto significa al menos una cosa: que la erosión ha sido impotente para reducir a arena todas las resistencias. Que aún quedan algunas obstinaciones demostrando que la lija niveladora sólo llega hasta donde la sumisión lo consiente.”
Resistamos contra la ideas okupas.