No vamos a salir mejores de esta pandemia. Imposible. Evidente. Aquellas bucólicas afirmaciones y deseos que nos marcamos durante el estado de alarma, han chocado de frente con la realidad que nos recibe este otoño tan incierto como esta última primavera. Se decía que saldríamos con valores férreos, que seríamos mejores personas y una mejor sociedad. Aquellas declaraciones -que se aplaudían- de personajes públicos que salían en las televisiones o escribían en redes sociales sobre que “hemos descubierto lo qué realmente importa en la vida. Ahora valoramos más lo inmaterial, lo sencillo y cercano”, han perdido completamente la vigencia y su valor. Ya no significan nada. Absolutamente nada. Caminamos hacia una confrontación acelerada. La colectividad se está convirtiendo en una jungla insoportable. Somos seres humanos naufragando. La ciudad se ha convertido en un espacio extraño, receloso de cada paso que damos.
"No vamos a salir mejores de esta crisis. Aquellas bucólicas afirmaciones y deseos que nos marcamos durante el estado de alarma, han chocado de frente con la realidad".
La severa advertencia del ministro de Universidades, Manuel Castells, de que este mundo se acaba, es certera. ”Yo creo que el mundo está en peligro, el mundo tal y como lo hemos conocido. No digo que se acabe, pero este mundo sí, este mundo se acaba, este mundo que hemos vivido se acaba. Y habrá otro mundo que está gestándose y renaciendo". Son sus recientes palabras y son rotundas, aunque los medios de comunicación rancios y derechistas de este país le estén calificando de loco y apocalíptico. Pues, ya somos centenares de locas y locos quienes palpamos, y sentimos, que ya no somos los mismos, ni el mismo sistema de antes de la pandemia.
Hay caos en nuestro entorno, no somos conscientes de los cambios que se están implementando. Hay confusión de normativas, actitudes políticas surrealistas, insolidarias, poco ejemplarizantes y una incertidumbre que nos roba el aliento. Nací en Carabanchel, viví en Vallecas y crecí en La Latina. Siempre dije y sentí aquello de Madriz me mata, en positivo, porque el Madrid que nos tocó vivir fue el del estallido de libertad tras la muerte del dictador. En aquellos momentos la ciudad era un frenesí de actividades culturales, sociales y políticas. Un momento urbano tan maravilloso como esquizofrénico para jóvenes que veníamos de la oscuridad y a quienes el primer gobierno democrático no dio respuestas, machacando y persiguiendo cualquier iniciativa comunitaria. Teníamos que comernos el tiempo perdido, generar el máximo talento y creatividad, y conquistar el mundo. Aquel Madrid era auténtico, buscando una identidad autonómica que no tenía sentido porque la ciudad era otra historia, era una mezcla infinita de culturas y acentos en busca de objetivos comunes.
"La derecha lleva años devorando la evolución y buen hacer del resto de territorios. Un centralismo meseteario que no puede seguir siendo y al que alguien debe poner freno".
Es el mismo Madrid que hoy se vive en Vallecas, Lavapiés, Moratalaz, Cuatro Caminos y otros barrios. Nacionalismo obrero y solidario. Una ciudad siempre en movimiento y, además, cabreada por ser la sede de las primeras instituciones públicas, la Zarzuela, el Congreso, la Moncloa. Es difícil vertebrar este territorio que no tenía orgullo alguno de ser el kilómetro cero. La convivencia sin prejuicio y la libertad siempre habían sido la mejor bandera. Pero la derecha de tantos años ha ido desfigurando Madrid. Ha ido vendiendo barrios y espacios públicos, ha arrancado árboles centenarios de la ribera del Manzanares con un urbanismo depredador, ha frustrado demasiados sueños ciudadanos, ha manipulado y mentido, ha sembrado la discordia frente al resto de autonomías. Han gobernado con la soberbia, la prepotencia y demasiados privilegios. Y, ahora, se exhiben con un delirante escenario que va a arrastrar al resto de las autonomías. Porque llevan años devorando la evolución y buen hacer del resto de territorios. Un centralismo meseteario que no puede seguir siendo y al que alguien debe poner freno.
Es triste lo que está pasando en Madrid. Y no es culpa de la ciudadanía madrileña a la que tanto estamos atacando desde otros territorios. Es la consecuencia de los juegos de tronos de esta derecha tan irresponsable como inútil. Una presidenta autonómica asesorada por los mayores manipuladores del reino, Miguel Ángel Rodríguez o José María Aznar. Son las cartas de esta baraja de la mentira que promueve, con una estrategia marcial, la extrema derecha, el fascismo. Como en otros países europeos y otros continentes.
Es triste e indignante lo que está pasando en Madrid, en otras autonomías y otros países, en el mundo global. La prevención se ha dado de baja y transitamos, irremediablemente, hacia un nuevo concepto de sociedad donde las desigualdades, el populismo, despotismo y el predominio de las teorías negacionistas y de la conspiración están avanzado hacia un peligroso futuro.
Desde Castelló vivimos la pandemia con mucha preocupación, como en otras ciudades y pueblos. Vamos sumando casos positivos y brotes sociales y laborales. Cada día hay que cruzar los dedos. Las autoridades locales llaman constantemente a la responsabilidad personal y colectiva, subsanando carencias y resolviendo situaciones de la población más vulnerable. Pero cada día se cruzan los dedos. Cada día crece una incertidumbre que, a pesar de ser ley de vida, está provocando miedo y desasosiego. Aquí también está pasando lo mismo. La creciente violencia verbal en redes sociales, la confrontación, la desesperación de muchos, la manipulación informativa y la irresponsabilidad de una derecha -gobierne o no gobierne-, que se está frotando las manos ante la calamidad, está generando la tormenta perfecta para el odio y la venganza. Es el peor virus.
"La creciente violencia verbal en redes sociales, la confrontación, la desesperación de muchos, la manipulación informativa y la irresponsabilidad de la derecha está generando la tormenta perfecta para el odio y la venganza. Es el peor virus".
En este contexto, El País publicaba ayer un excelente artículo de la escritora Siri Hustvedt, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2019 y una de las fundadoras de la plataforma Escritores contra Trump. Pone de relieve que las ideologías fascistas “florecen aprovechando la angustia, la incertidumbre y una firme identidad nacional y nativista, a menudo envuelta en significados casi religiosos u ortodoxos. España, Italia y Alemania desarrollaron distintas versiones del fascismo europeo en diferentes circunstancias culturales… Ahora están volviendo a aparecer en todo el mundo nuevos tipos de movimientos autoritarios, antidemocráticos y con tintes fascistas”.
Hustvedt recorre la geografía social y humana estadounidense desde la realidad, detallando Las Pandoras de la pandemia, esas cajas metafóricas que abre la ciencia y también los expertos en la manipulación. Como bien define la escritora, "los déspotas buscan un enemigo mitológico a quien culpar del virus. Sin embargo, si algo hemos aprendido de la pandemia es que la acción colectiva es lo único que puede cambiar las cosas". Porque las teorías conspirativas y delirantes, así como una pésima gestión de la pandemia, son letales.
“Creía que la peste cambiaría y no cambiaría la ciudad, que sin duda, el más firme deseo de nuestros ciudadanos era y sería siempre el de hacer como si no hubiera cambiado nada, y que, por lo tanto, nada cambiaría en un sentido, pero, en otro, no todo se puede olvidar, ni aún teniendo la voluntad necesaria, y la peste dejaría huellas, por lo menos en los corazones”. Albert Camus, La Peste (1947).