En Navidad, la BBC emitió una comedia de media hora sobre lo vivido en 2020 por una familia media. Los problemas para cancelar caros billetes de avión para las vacaciones, los rigores del confinamiento... Una hija que ha gastado miles de libras en la universidad y recibe solo cursos online, el padre pierde su trabajo, la abuela no se lava las manos y, cuando salen a aplaudir, detestan a la vecina que sale a tocar el cello para erigirse en la protagonista del barrio. Una prueba más del corrosivo humor británico y su agradable ausencia de límites
VALÈNCIA. Comentábamos hace unos días la capacidad que tienen los británicos para reírse de tabús dentro de la comedia actual, como puedan ser las enfermedades mentales, con la serie Flowers, que iba sobre la depresión. Escasos días antes, el 30 de diciembre, lo habían hecho también con las noticias más tristes. La BBC emitió esa noche un especial de comedia sobre el coronavirus titulado Pandemonium. Una historia muy ligera sobre los intentos de una familia disfuncional para irse de vacaciones en el fatídico 2020.
El punto de partida son los intentos de Rachel (interpretada por Katherine Parkinson, Jen en The IT Crowd) por revitalizar su matrimonio. Su marido ha sido despedido, está depre y su vida sexual va cuesta abajo. Su intención es irse de vacaciones todos juntos a California. Ahí comienza la historia. Cuando, a través de los vídeos caseros de la familia, vemos cómo en enero le da a comprar a los billetes para ir a Estados Unidos sin marcar la casilla de posibilidad de cambiarlos por 20 euros más.
Como gag, con tres cuartas partes de la humanidad suspendiendo sus planes, no había que esforzarse mucho. Solo el hecho de ver a una persona comprando inocentemente unos billetes que debían costarle más de seiscientos euros cada uno ya hace esbozar una sonrisa de crueldad. Este instante, junto a otros del confinamiento que vino después, se van narrando de forma desordenada mediante analepsis para explicar la situación de esa familia. El porqué están de vacaciones durante la Navidad en Kent, localidad playera en el sur de Inglaterra, en lugar de en Disneyland o el Parque Nacional de Yosemite como habían planeado.
Mientras hablan de su viaje por Estados Unidos, una voz inocente pregunta: "¿No os preocupa el virus de China?". "Eso es clickbait?", contesta otro. El humor en estos tramos se reduce al formato embarcarse en el Titanic. Está aderezado con chistes atemporales, como el personaje de la abuela cuando les pregunta "pero cómo voy a hacer rafting tres días si no aguanto tres minutos en el WC", u otro que contesta "solo un entusiasta" cuando le dicen que es adicto al porno. No obstante, el punto está en la hilaridad que produce verles hacer algo tan sencillo como hacer planes. El remate durante ese encuentro familiar es cuando dicen: "Boris ha dicho que este va a ser el año de Gran Bretaña".
Efectivamente, lo es. Tienen que irse de vacaciones a Inglaterra. Está nublado, la playa está vacía. Todo es deprimente excepto los stories de Instagram que hace la hija, que va pintando toda esa situación lamentable como un viaje maravilloso a través de la conocida red social para hacer publicidad de sí misma. La caricatura de los instagramers es bestial, pero podría ser todavía más cruel. Raro es a estas alturas de la vida no conocer a varias personas que viven para su story en lugar de reflejar en su story que se lo están pasando bien.
"Aquí no hace falta crema solar", "bañarse es bueno para la depresión", van diciendo para convencerse. Cuando se meten en el agua helada, gélida, se ponen a gritar "¡quiero vivir!" para exaltar la situación y hacerla más liberadora de lo que es después del confinamiento. Aunque los mejores chistes se refieren a este periodo. Verles aplaudir a la sanidad pública con cara de solemnidad es, solo la imagen, un gag per se. Luego, cuando la vecina de enfrente saca el cello a la acera para añadirle dramatismo al momento, dicen: "¿Por qué no puede aplaudir como los demás? Siempre está esperando cualquier oportunidad para sacar su maldito cello". Es ahí donde te das cuentas de que esa obsesión que da tanta grima de meterle cellos a ocasiones especiales y otras no tanto, o directamente ridículas, no se da solo en este país.
La trama durante el encierro se ve aderezada con la situación de la hija, que ha pagado miles de libras por la universidad y solo recibe cursos online. Compran papel de baño por Amazon. La abuela, que se salta todas las reglas, no se lava las manos porque dice que no están sucias y no respeta la distancia social colándoseles en casa al grito de "lo políticamente correcto me vuelve loca" o negándose a aplaudir al NHS porque "¿cómo les voy a dar palmas si me han aplazado la operación de cadera?". Es, sencillamente, todo lo que hemos vivido pasado por el tamiz de una familia disfuncional, dicen en los papeles, pero que si algo parece es muy normal.
Originalmente, este mediometraje iba a ser el piloto de una serie en la que el hijo graba a sus padres. En Pandemonium se conserva parte de esa idea, pero el proyecto de típica sitcom con ingleses enloquecidos se ha adaptado a la crisis del coronavirus. Antes estaba pensada para ser un falso documental. Los chistes sobre consoladores con los que los padres quieren rescatar su vida sexual pertenecerían más a la primera versión.
Al final, ha quedado una pequeña historia sobre las frustraciones que han vivido tantas familias. Las bodas que no se han celebrado, las parejas que se han roto, la gente que ha perdido su trabajo, sus cursos de universidad, los viajes soñados y hasta ahí. En lo que no se han atrevido a meter el dedo es en quienes han perdido a sus seres queridos, pero todo se andará. Si esta emisión obtenía buenas críticas y respuesta del público, está pensado que se ruede una serie completa durante este año, siempre que la situación lo permita. Porque para rodar estos escasos treinta minutos todo el equipo tenía que llevar una pulsera o roja, los que podían acercarse a los actores, o amarilla, para quienes tenían que estar el mínimo tiempo posible cerca de los que llevasen la roja. Una persona se encargaba solamente de vigilar constantemente que en el set todos los trabajadores cumplieran las normas. Por una vez, la distancia entre los artistas y lo que cuentan ha sido igual a cero.