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Peio H. Riaño: “El Museo del Prado está alimentando la cultura de la violación”

Un ensayo que pretende denunciar cómo el Museo del Prado es todavía una institución en la que se silencia y excluye a la mujer

18/03/2020 - 

VALÈNCIA. Ha recibido numerosos ataques de cierto sector de la sociedad en Twitter en las últimas semanas. Era lo esperado, según afirma Peio H. Riaño, periodista de El País e historiador del arte que acaba de publicar Las invisibles en Capitán Swing, un ensayo que pretende denunciar cómo el Museo del Prado es todavía una institución en la que se silencia y excluye a la mujer. A las artistas pero también a las visitantes. Este libro recorre en una particular guía el legado patriarcal que, según su autor, todavía recorre sus pasillos. Desde luego, el libro se revela como una propuesta muy concreta para rellenar las ausencias, reparar las vejaciones, denunciar los eufemismos, eliminar los silencios y colocar brillo en la oscuridad. En ningún caso pretende censurar lo allí expuesto, más bien reflexiona a propósito de cómo mirar los cuadros de los museos en estos Tiempos Modernos.

-¿Cuál es el momento en el que tu cabeza hace click, visitas el Museo del Prado y lo ves de un modo distinto, porque tú ya habías visitado muchas veces ese museo?
- En la última década la transformación política ha sido progresiva. Hay un punto muy importante en nuestra evolución como ciudadanos que es el 15M en el que el papel de las mujeres ha sido fundamental. Las lecturas a las que yo llego de mujeres que llevan trabajando este tema son muy tardía. Ellas son Linda Nochlin y Griselda Pollock que escriben en los años 70 principalmente. Un día delante del cuadro de Fernando Pradilla -Juana la Loca- cuando veo que no me estoy preguntando por las cosas que no están en el cuadro y me doy cuenta que mi formación como historiador del arte ha sido únicamente estética. Este es un libro que surge de un montón de cegueras, la de la formación histórica como hombre y la de la mirada de ciudadano como hombre. El libro es una confirmación de todas las deformaciones que, como hombre, he ido adquiriendo. Y lo que pretende el libro es una conversión de nuestra mirada en el museo.

-Dices que el museo, en este caso el Museo del Prado, no puede quedarse al margen.
- Claro, porque es un hecho simbólico muy importante. Pero no sólo el simbólico, es que hay un relato historiográfico que ha sido raptado -y aquí sí puede utilizarse este término- y que no ha sido devuelto a sus propietarias. Durante dos siglos, la historia del arte se ha escrito por hombres y para hombres. Ellas no estaban incluidas en ese relato, ellos no querían que ellas estuvieran incluidas y así nos ha ido. Al apartar la mirada de esos condicionantes tan importante de la historia del arte, la mujer ha sido apartada. Y lo que ha emergido es el concepto de genio que es un atributo exclusivamente masculino porque solamente ellos fueron los privilegiados que tuvieron acceso a una formación, al desarrollo de un oficio; pudieron liberarse de las cargas domésticas. Y ellas, la única posibilidad que tenían era la de quedarse en casa. Por eso, el genio es una categoría anacrónica que hay que derrumbar ya y cuestionarla entera. Es una falacia machista.

-¿Tu objetivo con este libro entonces es constatarlo y denunciarlo?
- Bueno, yo soy un acto reflejo de esas lecturas y de todas esas historiadoras del arte que han trabajado sobre la perspectiva de género. Solo ofrezco un nuevo enfoque muy concreto sobre un museo. Es una guía para ver desde otro punto de vista, para contextualizar las obras de arte que están fuera de contexto dentro del museo. Pero esto es fruto de todas las mujeres que anticiparon este libro que no es el primero ni será el último. No es un evangelio feminista porque lo escribe un hombre. Como algunos han atendido al libro, de alguna manera, se confirma que el libro no tiene validez como evangelio, que no se le pude seguir porque lo único que demuestra es que los penes solo escuchan a los penes. Pero sí es cierto que me gustaría que se leyera para aportar el relato que, como ciudadano, necesita tener el Museo del Prado. No soy un aliado porque las mujeres no me necesitan. Soy un conversor. Pérez-Reverte me insultaba en el linchamiento aquel que montó en Twitter llamándome converso. Para él, machista como yo, ser un converso es un pecado porque él quiere seguir siendo machista; sin embargo, para mí, ser converso es una virtud porque quiero dejar de serlo. Cada día procuro alterar esa inercia cultural y natural -valga el oxímoron-. Esta es mi propuesta para que todos y todas cambiemos la presencia de la mujer en el museo ya que el museo parece que no está dispuesto a hacerlo.

-Tú decías “conversión de la mirada” y es muy interesante lo que dice Lara Moreno en el prólogo cuando afirma que este libro es “una nueva postura para la mirada”. ¿Qué postura es esa?
- Es la postura del fin de la exclusión de la mujer, de la igualdad y de la ciencia porque la historia del arte parece que la sociología no la ha tenido en cuenta para transmitir los conocimientos en el Museo del Prado. Por supuesto, no propongo una censura ni que se quemen los cuadros o se retire ninguno. Creo que todos son muy valiosos y ejemplares para entender lo que hemos hecho y lo que no podemos seguir haciendo. Por ejemplo, no hemos conseguido acabar con las violaciones. Como ser humano, el hombre es un elemento sin evolucionar porque sigue violando desde la antigüedad. Entonces, el aparato que reconstruye el pasado no puede seguir legitimando esa actitud, huyendo de términos que definen esa actitud. No podemos llamar a una violación “rapto” o que dos mujeres maltratadas por sus maridos han sido “mancilladas”, o que un grupo de faunos “sorprenden” a un grupo de mujeres... Pero, más allá de todo esto, hoy he encontrado una entrada en una de las fichas de la web que dice que Júpiter, en el cuadro de Danae de Tiziano, “posee” a Danae. ¿Cómo que posee? ¿Cómo podemos seguir validando estas palabras en pleno siglo XXI?

-Tuviste que decidir que el libro se terminaba tras haber hallado múltiples pruebas pero has ido encontrando más ejemplos, ¿no?
- Sí, cada día descubro algo. El otro día, por ejemplo, descubrí que las cartelas traducidas al inglés sí aceptan el término violación. Es que hay muchas denuncias dentro del libro sobre cómo se está legitimando dentro de los contenidos esa exclusión de las mujeres. En una de las fichas de los raptos de Rubens dice que, de los tres raptos que se exponen, dos de las mujeres protagonistas “no se resisten” a la violación. O sea, esto es una pura interpretación de alguien de nuestro siglo que tiene doscientos años. Porque no se puede permitir una apreciación personal y particular con ese punto de vista. Además, en un museo público, porque es delito, ya que está justificando las dos sentencias navarras de La Manada. Lo que se está justificando es la cultura de la violación. No digo que los cuadros fueran pintados para incitar a la violación, lo que digo es que en la reconstrucción del relato que hacen los historiadores del arte ellos son cómplices de la cultura de la violación. Los historiadores alimentan la cultura de la violación. El Museo del Prado está alimentando la cultura de la violación. Y esto es así, me da igual que la ultraderecha se abalance contra mí. Habría sido mucho peor si yo fuera una mujer porque los insultos y la presión habrían sido más devastadores de lo que ya han sido. Pero yo no soy el primero que lo dice. Marián Fernández-Cao en un informe entregado al Prado en 2014 ya apuntaba a la lectura excluyente que hace con las mujeres artistas y con las visitantes. Yo no soy el evangelizador de nada, soy un ciudadano indignado con el museo que le representa y al que adora y como historiador del arte, pues también. Necesito que los enfoques ya empiecen a cambiar y que se incluya algo más que la materia y empiece a mirarse a las mujeres y a lo que han tenido que pasar.

-El libro se divide en tres grandes ejes: las artistas, el arte y el museo. Yo creo que hay un cuarto que, de alguna manera, atraviesa a los demás y es el de las visitantes. Y ahí es muy interesante cómo en el prólogo se habla de unas visitantes que son niñas y Lara Moreno dice que ellas “todavía son capaces de ver a través de los bosques, o mejor, todavía son capaces de distinguir lo que miran”. ¿Crees que hay algo de esperanza en ellas? ¿Van a saber mirar los cuadros de otra manera?
- Las visitantes muy jóvenes han tenido un contacto con el arte que no es el de la belleza únicamente. El capítulo dedicado al cuadro de Boticelli, La historia de Nastagio degli Onesti, cuento cómo fue un cámara de televisión y durante media hora nadie habló del feminicidio que está ocurriendo delante de sus ojos. Ni siquiera Vázquez Montalbán que era su cuadro favorito. Fíjate lo que dice la ficha: cuando las mujeres ven lo que les puede ocurrir, es decir, ser asesinadas cada viernes, se enternecen y dicen que sí, que aceptan el matrimonio que antes habían rechazado. Porque claro, acaban de ver lo que les puede ocurrir, que les rajen la espalda y les arranquen el corazón.

'La bestia humana' de Antonio Fillol

-Tú dices que la moraleja de este cuadro es que las mujeres deben desterrar toda crueldad de sus corazones y aceptar a los hombres que las pretendan sin más.
- Bien, pero eso no se puede cambiar, eso es intocable, porque ese era el motivo del cuadro que fue regalado para un matrimonio de conveniencia. Lo importante es que eso se cuente exactamente con la mayor precisión. Y tú, como museo público estatal no puedes decir que unas mujeres frente a una amenaza se “enternecen”. No, el verbo es “estremecen” o “asustan”. Pero nunca una mujer se “enternece” ante la posibilidad de un feminicidio . Y este tipo de cuestiones son a las que está faltando el museo. Por supuesto que es una guerra lingüística por el control de la palabra y el relato que, en estos momentos, en el museo del Prado tienen los hombres escribiendo la historia de los hombres. Porque si alguna mujer estuviera revisando estos textos habrían saltado todas las alarmas. No es legítimo. No somos los visitantes de hace doscientos años y no queremos serlo.

-El libro tiene algo de descubrimiento y una de ellos ha sido para mí la pintora Rosa Bonheur cuya vida es fascinante. Según cuentas, ella “saca el ego del coto masculino para convertirlo en potestad y cuestión femeninas”. ¿Quién era Rosa, esa mujer soberana? Por cierto, hablas mucho de eso, de la soberanía femenina.
- Claro, es que para mí es la esencia. La soberanía que vosotras pretendéis y que nosotros os negamos. Como no va a ser un movimiento natural, por supuesto que hay que implantar un sistema de cuotas. Es que es un falso debate eso. Es muy importante la llegada de pintoras como Rosa a las salas porque tienen un elemento ejemplarizante y referencial. Hace tres semanas se ha publicado el currículum que tendrán que tener los alumnos de EBAU y en el material didáctico de Fundamentos del Arte II, en todos los siglos de la historia del arte que trata, solo habla de tres mujeres. Es que seguimos en las mismas, anulando a las mujeres que han participado en la construcción de nuestra sociedad. Necesitamos que las instituciones entiendan que la ley de igualdad no es opcional y que debe empezar a ejecutarse desde ya. En este sentido, Rosa fue una mujer que no necesitaba al hombre para nada ni esperaba nada de los hombres. Fue una privilegiada porque su entorno familiar que era socialista no aplicó ningún veto parental. Y ella se lo reconoce a su padre.

-Quería pararme en El sátiro, el cuadro de un pintor valenciano estupendo y poco conocido que es Antonio Fillol. Él se posiciona contra la violación y contra la opresión de la mujer en otro cuadro que es La bestia humana. Tú cuentas cómo en su entorno detestan su punto de vista pero adoran esa destreza técnica. Dices que “hace del lienzo un campo de batalla”. Los dos cuadros desmontan la teoría del consentimiento. Es decir, que también hubo aliados, hombres que sí vieron clara la situación.
- Bueno, es que Fillol leía a Pérez Galdós que sí estaba sensibilizado con el sometimiento al que se tenía a la mujer en esa sociedad. Fue un hombre al margen del discurso académico y separado a kilómetros de lo que proponía la academia. Es un ejemplo fundamental en nuestro país que ha sido apartado y ninguneado. También por la museografía porque no tiene representación en museos. En el Prado cuenta con La Bestia Humana que es un cuadro inmenso. Ese cuadro enfrentado al de Pradilla de Juana la Loca -solo llamarla así me enerva-, muestra enormes diferencias. Fillol está en las antípodas de este planteamiento al denunciar las condiciones y la crisis emocional de las mujeres prostituidas y la miserabilidad de los puteros. Ese cuadro no puede estar al margen de nuestra sociedad. Fillol se mantuvo en la crítica social y fue la propia crítica del momento la que le apartó por ser un “inmoral”. Le acusaron de inmoral por tratar de estos temas que sí estaban en la prensa pero no podían estar en un museo. Lo que no podían, claro, era cuestionar la belleza y la calidad de su pintura, muy a la altura de Sorolla, por cierto. Mira dónde está Sorolla y dónde está Fillol. Es un pintor que Valencia debería reivindicar con más fuerza porque es un orgullo.

-Finalmente, dices que revisar no es destruir ni degradar pero no sé si tienes conocimiento de cómo ha sentado tu libro al Museo del Prado.
- Pues ha sentado muy mal, claro.

-Lo imaginaba. Una se pregunta cuál puede ser el temor de un museo como el Prado a reconocer estas situaciones. ¿Es el miedo a perder el control del museo o qué exactamente?
- Bueno, aquí han pasado dos cosas: el director Miguel Falomir ha reconocido que el Prado ha sido machista. Utilizaba el pasado pero yo creo que lo sigue siendo. Pero él sí ha reconocido esa falla y es consciente de la responsabilidad que tiene. Creo que es el único dentro de la cúpula directiva que lo es y, a pesar de todo, me gustaría ver algún acto más como la rectificación que han hecho a la pintora Giulia Lama en cuya biografía ponía que era “fea de cara”. Creo que el museo debería constituir una comisión que revisara todos los textos que están publicados en la web. A mí el museo lo que me ha dicho es que no lo van a crear pero sí escucharán al ciudadano cuando denuncie algo; pero no actuarán de oficio, no serán el referente de la nueva sociedad. Son el referente de la sociedad pasada que rectificará si acaso. Yo creo que esa no es la actitud ni la responsabilidad. Porque, ¿cuántos mas casos necesita el museo para ponerse en serio con esto? ¿Hemos de llegar a un caso como el Diccionario biográfico español? ¿Tiene que llegar esto al Congreso de los Diputados para que obliguen al museo a que rectifique o puede el museo asumir la responsabilidad, rectificar y aceptar que hay términos que ya no son válidos para una institución que es protegida y pagada por una sociedad que no tiene nada que ver con la que describe el museo?.

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