La formación andaluza, siempre al margen delas modas, vuelve a València para presentar su última colección de canciones tras 6 años de silencio discográfico.
VALÈNCIA. Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. El microrrelato de Augusto Monterroso, que fue considerado el más breve de la literatura en español durante mucho tiempo -hasta que llegó ‘El Emigrante’, de Luis Felipe Lomelí- se utilizó durante mucho tiempo en México para referirse al PRI (Partido Revolucionario Institucional). De hecho, pobre Monterroso, el que probablemente sea su más importante legado en la cultura popular sobrevive gracias la inquina y la bilis con la que se alimenta una frase que muy pocas veces alaba la tenacidad del dinosaurio, precisamente. Sin embargo, hay casos como el de Pony Bravo en los que uno echa mano del autor guatemalteco para ilustrar una escena en la que el personaje prehistórico es reverenciado por su paciencia. Cuando despertó, Pony Bravo todavía estaba allí. Y menos mal.
Menos mal porque Pony Bravo es una de esas extrañas excepciones que perlan esa amalgama de grupos que forman esa especie nuevo indie nacida al abrigo de la burbuja de los festivales. Sin ir más lejos, la banda andaluza ya ha confirmado este año su presencia en eventos como el Bilbao BBK Live. Pony Bravo es una rara avis que hay que celebrar con la extrañeza y la euforia con la que se celebra la nieve en el Sáhara -como cantaba Anggun en los 90-. A pesar de que sus hechuras indies -que las tienen, pero las suyas son de las de verdad- les ubican en un plano distinto al de la mayoría de grupos que hoy gozan de esa etiqueta, la realidad es que no se les puede segregar de una escena que ha crecido exponencialmente gracias a tener un sinfín de (macro)escenarios en los que tocar.
En esta década que ya empieza a contar sus horas, Pony Bravo han tocado en prácticamente todos los festivales que, de memoria, uno pueda recordar. ¿Han estado en el Monkey Week? Por supuesto, es su hábitat natural, de hecho. ¿En el Primavera Sound? ¿En el FIB? Efectivamente, también. Pero… ¿Y en el Low? ¿También? Afirmativo. El grupo que lidera Daniel Alonso ha tocado hasta en el Arenal Sound. Fue en 2014, cuando compartieron protagonismo con Sidonie, Miss Caffeina, Izal o Bastille. Es difícil imaginar propuestas que compartan menos el ADN de Pony Bravo que la mayoría de las que componen el cartel del festival de Borriana. Si embargo, en algo más de 10 años de existencia han conseguido trascender de forma que su presencia en este tipo de festivales se observa con naturalidad.
Tras una temporada de barbecho discográfico, los sevillanos regresan con un nuevo disco, Gurú (Telegrama, 2019), que les lleva a València una vez más. Actuarán el 30 de marzo en Loco Club.
Gurú llega con 6 años de distancia con su predecesor, De Palmas y Cacería (El Rancho / BCore, 2013), pero no pierde el norte al respecto del camino que frecuentaban entonces. Existe un abismo entre los Pony Bravo de 2007 y los de 2019. O no tanto, en realidad. Desde luego, sí a nivel superficial: tal y como ha sucedido con un entorno sociopolítico que no deja de estimular la evolución de los andaluces. Quien en 2013 se escandalizaba con la canción y el vídeo de ‘El Político Neoliberal’, hoy ya entiende que las canciones de Pony Bravo son hijas de un tiempo y un espacio determinado: Sevilla, España, siglo XXI. Y si no lo ha entendido todavía, puede escuchar ‘Relax y Rolex’ y prestar atención a la letra: “admiro a Albert Rivera porque es un ganador, él me mantendrá en mi zona de confort”, canta Alonso en ‘Relax y Rolex’.
Es la evidencia que constata una circunstancia de la que todos ya deberíamos ser conscientes: con el paso de los años, lo único que persiste en Pony Bravo es la coherencia de avanzar sin ceder a la presión de una industria que trabaja, desde lo más profundo de sus cimientos, con la calma que da saber que después del 1 va el 2. De hecho, lo realmente paradójico es comprender que Pony Bravo forma parte de la industria sin formar parte de la industria. Daniel Alonso, Darío del Moral y Pablo Peña se pasean por todos los festivales del país, la representación más pura de una industria que crece en gran parte gracias a la cultura de garrafón, haciéndose pasar por indies* en una performance continua imposible de ignorar.
Es cierto que el razonamiento tiene una trampa, una puerta secreta desde la que salir y observar sus costuras desde fuera. En verdad, el perfil underground de un grupo que se mueve al margen del circuito discográfico, se autoedita y controla hasta la última partícula de sus discos -musical y visualmente- lo convierte en mucho más independiente que cualquier otra banda con la que comparte cartel. El hecho de haber conseguido mantener durante tantos años ese extraño equilibrio que le permite caminar por el filo les permite introducir elementos de pensamiento crítico en un circuito que, de forma esporádica, sólo lo acepta si se lo presentan muy bien envuelto. Y tampoco es el caso, puesto que la experimentación de Pony Bravo -que mezcla psicodelia, new wave, rock y flamenco, entre otras cosas- está lejos de compartir los senderos estéticos que manejan los demás; por más que su propuesta sea tremendamente atractiva y, de hecho, se presente desde la vertiente más divertida de la crítica.
Desde el primer disco con el que rompieron el corazón de mucha gente de forma retroactiva (Si Bajo de Espalda No Me Da Miedo (Y Otras Historias), 2007), los andaluces juegan con maestría la carta de la expectativa y, mientras se deshacen del exceso de equipaje, no dejan de recoger a personas por la carretera. Sin embargo, uno tiene la sensación de que, una vez más, lo más importante no es lo que se observa en la bandeja que le muestran. Resulta tentador pensar que el germen de Pony Bravo, que se ha infiltrado de forma definitiva en el sistema, nos excita desde la posición más inteligente que puede adoptar el diferente: no intentar pretender que no lo es. Gurú es el último ejemplo de una estrategia tejida desde la independencia, desde el ámbito underground del trilladísimo Do It Yourself. El último disco de Pony Bravo, que incluye un libreto colosal de 52 páginas -que, por cierto, han puesto al alcance de cualquiera que tenga conexión a Internet- es la prueba definitiva: puede que no sea el mejor método, ni el más popular, pero se puede cambiar el sistema desde dentro del sistema.