VIDAS LOW COST / OPINIÓN

Por qué nadie enfrenta a Vox al debate real de las cosas

12/01/2019 - 

La opinión pública se construye a partir de lo que se habla. Si no se habla, difícilmente hay opinión pública. Cuando una catástrofe natural sucede, se habla de ella porque, quizá, nuestra insignificancia en el Universo se sobrelleva mejor al ser compartida. Es el ejemplo extremo de los fenómenos meteorológicos, pero con los más mundanos también vendemos low cost el coste de la atención: si hace frío o calor se habla mucho de ello porque, con tal de no hablar de nada, los informativos se atienen al mapa y colocan unos gráficos muy monos que alivian la pesada rutina productiva de la información. Luego llega la mención publicitaria inserta, que solo es uno más de los tumores evidentes del desprestigio. Así es la rentabilidad del minuto. La ligeresa de los mensajes. La rendición personal. Hoy.

Sin embargo, cuando las catástrofes naturales o los fenómenos meteorológico no dan manga suficiente, hablar o no de según qué temas ya queda al pairo del editor de turno. En una emisora de radio pachulí, en un diario digital de izquierdas, en los cuatro telediarios que nos quedan y hasta en los grupos de ultras en WhatsApp, alguien jerarquiza por algún motivo. Alguien decide de qué se habla y, en España, uno puede intuir que el talento está muy reservado para estos fines. Especialmente en los medios, pero también en las pusilánimes organizaciones políticas. Más allá de los intereses, el ánimo por tener cierta altura en la alimentación de la opinión pública va camino de convertirse -como casi cualquier otro bien bajo el sistma– en un oscuro objeto al alcance de unos pocos.

Por ejemplo, ¿les apetece que hablemos de las exigencias de Vox para su luz verde a la futura presidencia de la Junta de Andalucía? Me refiero a las exigencias en materia económica, de empresa y laboral, sobre la reindustrialización a través de la eficiencia tecnológica o el diseño, de la inversión en innovación en ciencia y humanidades, de la creatividad para captar nuevos fondos europeos y mejorar infraestructuras, sobre la reformulación e impulso de su actividad agraria, o del grave conflicto de la pesca en el marco de las cuotas y la competencia global, de formación profesional no universitaria, de las listas de espera en la Sanidad, la ratio en las aulas de la enseñanza pública o concertada, el anquilosamiento de la Administración andaluza o, miren: de lo que buenamente uno suponga que debe exigir como bases irrenunciables para iniciar un gobierno?

Nadie habló de todas esas medidas que no se incluían en el documento de Vox presentado como suma de líneas infranqueables. En Andalucía hay ocho millones nueve mil personas que no han votado a Vox. Me atrevo a pensar que, incluso, entre sus 400.000 votos, no todos sus apoyos tenían tan claro que las prioridades para la mejora de su rutilante vida se centraba en los "inaceptables" (PP) 19 puntos exigidos para la conformación del Gobierno. Sin embargo, la rutina productiva del oficio periodístico parece que ha dado para poco más que potar las propuestas con cara de borrego. Es decir, poco menos que leer el decálogo, mirarse al espejo y decir: pues qué mal estamos, ¿no? Poco mal estamos, pero solo de momento.

Los medios de masas –la tele y WhatsApp, digo– son correas de distribución. De esta manera, en la actualidad, uno deja un tornillo en mitad de la cadena de montaje y el panquemao acaba sabiendo a ferricha. En medio no sucede nada y Vox interpreta esto mucho mejor que otros cuya empanada sobre la influencia en la opinión pública ya da comp ara un diván del tamaño del Palau de les Arts. Internet provoca que la transmisión de conocimientos sea un trámite automatizado. Y dado que el receptor no es tonto, ya no exige contraste. Acude a otro nicho. Pero solo nicho. Para qué contrariarse. En los márgenes de esos caladeros tan sectarios hay todavía oxígeno como para que alguien más que Vox tergiverse a su favor el carenado del flujo de noticias. 

Entre las propuestas de Vox y la esperable digestión de los medios no ha ha sucedido nada. Como llegó, salió. Discurso homologado y nadie capaz de reconducir la conversación hacia un supuesto: ¿y, además de una regresión en los derechos adquiridos por distintos grupos en evidente estado de desprotección, cuál es la propuesta? Hay una voluntad limitada por enfrentar a Vox al debate real de las cosas. Hay quienes dicen que eso es blanquearlos y con esta coletilla se olvidan de que las correas de transmisión siguen funcionando a un ritmo despiadado. Hay una laxitud olímpica por dejar que, con ideas que no dudaría en firmar el temible Steve Bannon, la opinión pública confunda las prioridades de Vox con sus problemas reales. 

La sensibilidad del andaluz ha pasado en apenas unas semanas de generar un marco legal y de seguridad propicio (aunque incipiente) para ahorrarnos las absurdas muertes por violencia d género, a proteger la tauromaquia y la caza. ¡La caza! ¿En cuántas provincias andaluzas está prohibida la caza? ¿Qué partido rival a Vox llevaba la derogación de la caza en su programa? Y, sobre todo, ¿exactamente en qué influye la caza en la reversión de la pobreza infantil andaluza, en una desigualdad vergonzante con el resto de España? Quién iba a pensar que gays, lesbianas, transexuales y otras gentes del vicio estaban cometiendo un agravio en los derechos de los andaluces tan decisivo como para convertirse –por extinción– en una exigencia "innegociable" (Vox) para la consolidación de un gobierno autonómico. Para con las personas amenazadas, agraviadas, minorizadas, agredidas y arrinconadas, la sensibilidad limitada de quien siente que se diluyen sus posiciones hegemónicas (por cierto, protegidas con el dinero de todos -1, 2, 3- e incuestionables por el uso privativo de los símbolos). Qué sensibilidad demuestran en proteger, por contra, el Flamenco, que, vaya por dios, es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco (mensaje de Vox a la Unesco por su insignificante existencia). Qué sensibilidad para con la Semana Santa, pero qué poca para con aquellos que confían en las instituciones como oportunidad para una convivencia sana y menos desigual. 

Los medios han decidido no enfrentar a Vox con la realidad. Una realidad que es un asunto muy distinto a los 19 puntos que Vox puso sobre la mesa para dar su conformidad al primer gobierno no socialista de Andalucía en 36 años; 19 puntos que parecían ser la solución maestra a lo que supone que un partido gobierne con –casi– absoluta mayoría durante 36 años. Es preocupante que los medios no enfrente a Vox con la realidad andaluza, pero más lo es que no lo hagan sus adversarios políticos. Si después del relativo desgaste de no haber incluido sus puntos ideológicos en el acuerdo (en cuestión de 24 horas), es difícil comprender cómo sus adversarios no encuentran margen para bajar al barro. 

Vox seguirá ganando margen –especialmente si el PP no se convence de que seguirle el juego es trasvasarle votos– si no tiene rivales. Los medios no pinta que vayan a cumplir una labor que ni por asomo tiene que ver con el activismo, sino con el oficio de exigirse algo más que ser correa de transmisión y periodismo de reacciones. Pero la clave está en la política, porque aunque se intuye la pájara, es quien le discute la representación quien ha de batirse el cobre. Y si cree que lo hace, más vale que se convenza pronto de que no sabe hacerlo. Es posible que le resulte indeseable, que no encaje bien reabrir la violencia de género como debate cuando no lo es (Pacto de Estado en Materia de Violencia de Género de Congreso y Senado; Nueva Ley contra la violencia de género en Andalucía. Ambas, votadas a favor por PP y Ciudadanos. Tienen meses). Sin embargo, alguien debe enfrentar a Vox al debate real de las cosas. A los problemas reales. Hasta entonces, la opinión pública no va a poder evitar dudar de si queda alguien con capacidad de gobernar por méritos propios. Y, ante la duda..., en mayo veremos que sucede ante la duda.

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