Sin necesidad de adentrarnos en la ciencia ficción, así está hoy en día la Inteligencia Artificial en el campo del diseño
VALÈNCIA. Al igual que con tantas otras disciplinas, la tecnología ha ido marcando el ritmo del diseño, fuese con la llegada de la primera imprenta, la linotipia o los ordenadores. La tecnología ha estado siempre al servicio del diseñador aunque llegado el momento siempre debió plantear sutilmente la duda de si era el invento el que diseñaba por el profesional.
Y es que en cierta forma toda innovación ha condicionado la manera de diseñar, pero la irrupción de la inteligencia artificial en el campo del diseño empieza a diluir de verdad, explorando los procesos creativos del humano, los límites de quién está realmente creando.
Hasta ahora teníamos muy claro que la creatividad era propiedad en exclusiva de los humanos, y el llamado “diseño por ordenador” no era más que un “diseño asistido por ordenador” (CAD), con una persona tomando todas las decisiones para producir un resultado y haciéndose valer de máquinas, gadgets o software para mejorar su técnica. Pero a partir permitir que estas máquinas aprendan, y nosotros enseñarles, nos topamos con la duda de si la inteligencia artificial puede crear por sí misma y por tanto atribuirse el acto de diseñar.
Cuando hablamos de inteligencia artificial o de máquinas no nos referimos a ciencia ficción ni a robots de película, sino a servicios que usamos a diario y que consideramos tan normales como buscar en Google, ver recomendaciones de Netflix, consultar la ruta más óptima al trabajo o preguntar algo a Siri. Los resultados que nos muestran estos servicios son algoritmos de inteligencia artificial, de los que también echamos mano al retocar fotos de forma automática o, siendo más conscientes de ello, al utilizar un asistente por voz o consultar a un chatbot.
Igual que de la atención al cliente ya se puede encargar un chatbot o un coche puede hacernos de chófer de forma autónoma de casa al trabajo, los sistemas basados en inteligencia artificial ya están desempeñando de forma autónoma tareas que hasta ahora ejercíamos los humanos, muchas veces de forma más sutil de lo que creemos. Pero que no cunda el pánico, ya que aquí lo responsable no es frenar lo inevitable sino saber cómo controlar la situación para que todos nos beneficiemos de ello, así que hay países que ya tienen un plan estratégico respecto a la inteligencia artificial, que lo ven como una apuesta estratégica (por cierto, igual que lo es el diseño y así lo constataron Les Corts unánimemente la semana pasada) que tendrá un impacto de gran calibre en distintos sectores y, en definitiva, en la vida cotidiana de las personas y en los negocios.
Los primeros sectores en los que ha ido penetrando esta revolución han sido los que implican acciones muy mecánicas y, sobretodo, basadas en datos. La automatización llevamos décadas viéndola evolucionar gracias a la robótica más elemental, pero la novedad es que donde hay grandes volúmenes de datos almacenados es donde un sistema entrenado puede desarrollar su inteligencia artificial convirtiéndose, de momento, en una gran asistente, desde como decíamos la conducción hasta el sector sanitario o la educación.
El análisis de datos es la base de esta gran disrupción. Las inteligencias artificiales se entrenan así, obteniendo conocimientos que les permiten imitar comportamientos en base a respuestas más o menos automatizadas. En los últimos años se habla mucho del desarrollo de los sistemas de diseño por parte de diseñadores para que otros diseñadores puedan coordinar y estructurar de forma relativamente fácil soluciones para clientes, y si a esta ecuación añadimos un software especializado o una red neuronal que pueda automatizar sus propios resultados, tendremos a una máquina rediseñando el proceso y produciendo de forma autónoma un formato final, sea una silla o un cartel.
Las webs que facilitan plantillas para que cualquiera pueda diseñar siempre han estado ahí, por ejemplo. No, por sí solas no son inteligencia artificial ni se le parecen, pero el sitio Wix se ha desmarcado desarrollando su propia Artificial Design Intelligence, un asistente que toma las riendas creando una web a partir de la información de tus redes sociales y de información facilitada por el usuario, y la propia Adobe (la compañía de software que reina en el mundo del diseño gráfico) tiene una plataforma de inteligencia artificial llamada Adobe Sensei que, en fase de aprendizaje, buscará poder hacer recomendaciones al usuario para sus diseños finales. Para diseñar con plantillas alguien tiene que haberlas diseñado antes, configurar opciones y considerar variables, igual que para usar una tipografía determinada un tipógrafo especializado debe haberla diseñado antes. De momento.
Parecía que el terreno de la creatividad sería complicado para estos sistemas por muy entrenados que estuviesen, por eso están sorprendiendo algunos experimentos que el pasado año han conseguido componer música o pintar retratos por sí solos (reconociendo patrones previos).
Además de esa incursión en web y diseño UX/UI, hablábamos antes de sillas o de carteles producidos por una inteligencia artificial. Apenas hace unas semanas, los diseñadores alemanes Philipp Schmitt y Steffen Weiss publicaban los resultados de entrenar su propia red neuronal a partir de más de 500 sillas clásicas del diseño industrial del siglo XX. De esta colaboración entre humanos y máquinas (humano entrena, máquina propone y humano reinterpreta en un formato de boceto y maqueta entendible para otros humanos) salieron unos prototipos de silla a medio camino entre un Frankenstein y una obra conceptual, totalmente inservibles y abstractas, pero revolucionarias en cuanto a un primer proceso en el que se involucra un sistema artificial para ayudar al humano a obtener ideas.
Son resultados meramente estéticos e inservibles como decíamos, ya que el diseño sin función no es nada. Pero hay también ingenieros entrenando softwares para calcular pesos y estructuras, así que no falta mucho para combinar estos algoritmos y ver a ordenadores diseñando sillas funcionales con mayor o menor ayuda.
En cuanto a diseño gráfico, la edición de 2017 del Festival de Diseño Gráfico de Escocia sorprendía y desconcertaba a partes iguales al lanzar un generador de carteles para promocionar el propio evento. A partir de un breve formulario visual en el que responder una serie de decisiones de composición o color, la propia web maqueaba un cartel a partir de la identidad del festival. La toma de decisiones quedaba en el campo del usuario, pero el resultado final era cosa de la máquina.
La diferencia, por el momento, está en la idea de crear contra el concepto de generar. Es como esos sitios que ofrecen logos a 10 euros, una devaluación fruto de que no hay calidad en el proceso y el resultado es un genérico apto para todos y para nadie, y donde la estética final prima sobre cualquier funcionalidad. Y a este campo de la desprofesionalización puede entrar en cualquier momento una inteligencia artificial entrenada con miles de recursos gráficos para componer un logo en una fracción de segundo, una solución estética, pero ya es más de lo que se habrá hecho nunca.
Por ahora la inteligencia artificial está al servicio del diseño. Genera y compone, como el robot que ensambla piezas, y es algo a aprovechar. Se llama AI-driven design o algorithm-driven design, y ya existe.
Insisto en que no hay que verlo como una amenaza, sino como un cambio de paradigma que podemos aprovechar rediseñando nuestros propios procesos de trabajo, involucrando a estas inteligencias artificiales para hacernos propuestas e inspirarnos. O tal vez el diseño se haga invisible, al menos más sutil, como lo han hecho muchas interfaces visuales gracias a los asistentes por voz donde no necesitamos pantallas para interactuar y dar órdenes, y la función del diseñador se vaya alejando (a largo plazo, de momento) del lado técnico convirtiéndose en director de orquesta y planificador de estrategias de diseño a seguir por máquinas.
Puestos a vaticinar una distopía, y con todo lo visto hasta aquí, tengamos en cuenta que todo lo que los diseñadores subimos a internet, proyectos, portafolios o ideas, está al alcance de todos (humanos o no) desde Pinterest a Behance, Twitter o Facebook, y las máquinas podrían estar aprendiendo de los mejores diseñadores de la historia en estos momentos, cultivándose la mejor cultura visual que nadie habría tenido jamás, recopilando datos y técnicas. Imaginemos a este algoritmo de aprendizaje especializado en diseño, recopilando desde hace años imágenes de dominio público o de autores de prestigio, llegando a tomar conciencia de lo que ha recogido y rompiendo la barrera de la toma de decisiones, que en diseño es el criterio.
Para diseñar hay que tomar decisiones. Y según nuestro criterio y cultura visual, estas decisiones derivarán en mejores o peores soluciones de diseño. ¿Será una máquina capaz de producir resultados indistinguibles de los creados por humanos? Hoy ya puede aprender e imitar la creatividad de un diseñador, pero no neguemos que podrá decidir. La pregunta es cuándo.
La colaboración creativa entre humanos y robots es una realidad. Y entre las tres leyes de la robótica redactadas por Isaac Asimov no ponía nada de “un robot no diseñará”, así que es fácil de prever que en menos de lo que pensamos no habrá límites en la inteligencia artificial.