Estamos viendo las horas bajas de Putin, que no puede confiarse porque torres más altas han caído
Hace ya más de tres quinquenios, que en una magnífica película llamada Der Untergang, conocida en España como El hundimiento, el actor Bruno Ganz, hacia seguramente el papel de su vida, no exento de polémicas pues presentaba un lado excesivamente humano, de carne y hueso, del dictador Adolf Hitler, donde se narraba sus últimos días en el Führerbunker de Berlín. Y viene a colación el título del artículo por la situación del presidente ruso, aunque sea de forma un poco exagerada.
Porque Vladimir Putin, aquel teniente coronel de la KGB (Policía política comunista de la URSS) que en su destino de Dresde (Alemania del Este) hizo frente a los manifestantes que querían asaltar sus dependencias en plena efervescencia de la caída del muro de Berlín, y que ha ganado sucesivas elecciones, como también hizo Hitler, esta viviendo una época en la que su vecindario próximo está un poco revuelto, dando impresión de que todo lo que ha conseguido en recuperar influencia, y autoestima nacional, puede echarse a perder.
Y es lógico después de que Putin, lleva 20 años en el poder, con el desgaste que ello conlleva, y que acaba de cumplir 68 años, al frente de esa nueva Rusia renacida de las cenizas de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, aunque como diría Giulio Andreotti, “El poder desgasta al que no lo tiene”. Pero a quien parece no afectarle para nada, el cansancio en el gobierno, es a Xi Jinping que cabalga una China con una economía que galopa a toda velocidad, que dejó atrás hace tiempo la tradicional dirección colectiva del partido comunista chino (que le daba continuidad a las estrategias del gigante asiático), para arrogarse tanto poder como en su momento el propio Mao Tse Tung.
También tengamos en cuenta que fue al inicio de este verano, cuando el presidente ruso alcanzó un momento cumbre, al aprobarse el referéndum de reforma constitucional, que le permitirá gobernar (si es reelegido) hasta 2036. Pero desde ese momento, además del Covid-19, todo han sido contrariedades venidas desde el exterior, por parte de algunas antiguas repúblicas soviéticas, que en numero de 15 conformaban la URSS. Porque ademas de las crisis habidas ya, en 2008, con Ucrania y Georgia (con esta última incluso guerra), y la del 2014 otra vez con Ucrania, con la anexión de Crimea y la rebeldía del Donbas; ahora llega Bielorrusia, que con motivo de sus elecciones el 9 de agosto pasado, y que Alexander Lukashenko tras 26 años en el poder, ha vuelto a declararse victorioso, provocando masivas manifestaciones de la oposición, cuya líder es Svetlana Tijanovskaya. Desde entonces hay huelgas, levantamientos, detenciones, y arrestos masivos, como la manifestación de 100.000 personas el 4 de octubre en Minsk, su capital, y eso le tiene que preocupar a Putin, pues es el último Estado tapón o colchón en su occidente para limitar sus fronteras con la OTAN que ya lo hacen en las fronteras de los Estados Bálticos donde hay tropas desplegadas de la Alianza Atlántica (entre las que se encuentra unidades acorazadas de España).
Pero también, desde el 27 de septiembre, Putin tiene problemas en sus fronteras sur occidentales, en el Cáucaso, pues un viejo conflicto, el de Armenia y Azerbaiyan, de los denominados congelados, ha ardido pues el país azerí se ha hartado de esperar la solución diplomática del Grupo Minsk, que en 20 años no ha hecho nada, y ha movido ficha para intentar romper el status quo de los independentistas del Alto Karabag. Además se produce un encontronazo con otra potencia regional, que cada dia aspira a más, como es la Turquía neo-otomana de Recep Tayyip Erdoğan, involucrada en el conflicto, en apoyo del gobierno de Baku, mientras que sus tradicionales aliados armenios (que últimamente les han salido contestones, acercándose hacia occidente) pierden dia a dia posiciones en el frente.
Pero aún hay más, en Asia Central, el bajo vientre ruso, el dia 4 de octubre y tras las elecciones parlamentarias, la revuelta estalló en Kirguistán por denuncias de fraude, y donde el candidato pro-ruso Sooronbay Jeenbekov se proclamaba vencedor. También el hecho de existir la barrera electoral kirguís de un 7%, ha provocado que solo hayan accedido al Parlamento cuatro de los dieciséis partidos que se presentaban, y ésto también ha generado un gran malestar. La situación ha sido caótica, los manifestantes han asaltado instalaciones del gobierno, liberando a políticos presos, como el ex presidente Almazbek Atambayev y Sadyr Japarov (el actual primer ministro y presidente interino), provocando la perplejidad de las cancillerías internacionales, más aún, cuando China está advirtiendo que ninguna potencia extranjera intervenga. Recordemos que no es la primera revuelta en ese pais de Asía central, han existido otras dos revoluciones, la de los Tulipanes de 2005, y la segunda revolución de Kirguistán de 2010.
Y por qué los kirguís parecen tan subversivos, que han derrocado en estas tres revueltas a sus gobernantes, y que incluso se han producido pogromos contra la minoría uzbeka. Pues como siempre diferentes factores, desde una gran corrupción y fraudes electorales continuos, generando una democracia vigilada como la de Kemal Ataturk o mejor a imagen y semejanza de la de Putin, hasta también, y sobre todo una situación económica muy, muy mala, de pobreza, para el Banco Asiático de Desarrollo, el 22,4% de los kirguís está por debajo del umbral de pobreza, dentro de una mayoría del 90 % de musulmanes, 7 % de cristianos y un 3 % entre judíos, budistas y otras pequeñas minorías.
Como pueden observar la situación del vecindario ruso, de su “patio trasero” como decía Thomas Grove en el Wall Street Journal este 8 de Octubre pasado, es muy complicada, tanto desde una perspectiva estratégica, Rusia tiene bases militares en Armenia, Bielorrusia y Kirguistán, que pertenecen a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, la contra parte de la OTAN; pero también desde la perspectiva económica, la situación es mala para los intereses rusos, pues estos tres países (ademas de Kazajistán) forman parte con Rusia de la Unión Económica Euroasiática. Por lo que, hay que estar a la espera de una nueva contra estrategia rusa en esos países (quien sabe si aplicando la Doctrina Gerasimov) para recuperar el terreno perdido, porque no me imagino a Putin, (todavía no por lo menos), interpretando un papel decadente como el que vimos interpretar a Bruno Ganz en el Hundimiento.
El documentalista Vitaly Mansky, nacido en la ucraniana Lviv, se introdujo en 2000 en el gabinete de Vladímir Putin y le siguió a todas partes con su cámara. Ahora, esos vídeos, reunidos para un documental más de veinte años después, encajan perfectamente con la situación actual. No solo por la cantidad de colaboradores que empezaron con él para abandonarle (Chubais ha sido el úlitmo), dejar el país o morir en extrañas circunstancias, sin por su configuración de una fuerza take-it-all que aspiraba a no tener oposición