VALÈNCIA. Cuando murió Franco, la editorial Planeta lanzó una serie de libros en su colección Espejo de España que trataban la figura del dictador desde diferentes puntos de vista. Uno era, por ejemplo, el de Vicente Gil, quien fue su médico durante años hasta que fue apartado para favorecer al yernísimo. Otro, que ha servido a múltiples historiadores, fue el de Franco Salgado-Araújo, su primo y uno de sus más cercanos colaboradores durante años. En todos los testimonios se podía encontrar algo relevante, sin embargo, había uno que sin duda alguna era el más singular. Nosotros, los Franco, de Pilar Franco, su hermana.
Las notas sobre su infancia y su intimidad familiar, por la forma chusca de edulcorarlas, constituían una comedia involuntaria de primer orden. Como cuando admite que le daba mucha pena su hermano por las sentencias que tenía que firmar o cuando considera que las escapadas de su otro hermano, Nicolás, con la nieta de Albéniz se debían a una "verdadera amistad sin que necesariamente hubieran de existir relaciones".
Todo está trufado de inocentes comentarios que, habida cuenta de la carnicería que provocó el hermanito, son para reírse, aunque sea de pena, como cuando cuenta que Franco de adolescente le escribía poesías a las amigas de su hermana, luego ellas las compartían y se reían todas de él, que se ponía furioso. Es más, a propósito de las decenas de miles de ejecuciones, ella considera que debería tenerse en cuenta la hipótesis de que él las redujo, que podrían haber sido más si él, caritativo y cristiano, no lo hubiera impedido.
Hay algunos cortes en YouTube sobre Pilar, pero una de sus apariciones más extensas fue en la película Raza, el espíritu de Franco, de Gonzalo Herralde, una cinta de 1977 al estilo del maestro Basilio Martín Patino. El autor, ayudado por Roman Gubern, preparó entrevistas a los allegados del caudillo para añadirlas a un nuevo montaje de la película. La idea era buscar las experiencias biográficas u obsesiones íntimas que Franco hubiese reflejado en el guión. Como cuenta Alfredo Mayo, el protagonista, que se dejó entrevistar, todos los días llegaba un motorista directo de El Pardo con indicaciones y correcciones sobre el guión, aunque posteriormente José Luis Sáenz de Heredia negara que esto fuera así.
Las partes de Pilar son impagables. Habla sin freno, como hizo siempre, y con menos censura que en el libro, que al fin y al cabo pasó por la mano de Antonio Fabregat, que era el que arreglaba y daba esplendor a cada entrega de sus memorias. En esta película reconoce abiertamente que a sus hermanos "les cascaba a todos cuando no hacían lo que yo quería". Igual al caudillo le resultó irrelevante, pero la relación entre ambos hoy se trataría de otra forma, eso se deduce al menos de cuando cuenta: "calenté una horquilla al rojo y se la puse en la piel. En lugar de pegarme, dijo: ¡como huele a carne quemada!".
Aparecen por su testimonio personajes como Juan March, que también tiene fundación pero nadie se la toca, cuando recuerda: "cuando el movimiento, dio dinero y dio cosas, se portó muy bien". Pilar Franco echa pestes de Gil Robles y sostiene la tesis de que hubo conspiraciones para dar el golpe previas a "la primavera del Frente Popular", pero que se les echó atrás la Guardia Civil. Luego, desde Canarias, según ella, pudo planearlo bien. Al final de la intervención, remata: "sigo siendo de extrema derecha, es la única salvación del país".
Mientras habla, escenas de la película dan colorido a todas sus anécdotas y efectivamente sí que se aprecia cierta correlación entre el guión y lo que cuenta. Llama la atención ver cómo algunos de los eslóganes de Raza son intercambiables con los de otros movimientos autoritarios actuales, como cuando hace un llamamiento a "cualquier pueblo que no se resigne a perecer". En otras fases, habría que irse a ver los manuales de motivación de Al Qaeda, a ver si se encuentran razonamientos como que "morir puede ser hermoso", porque "cumplir con el deber es mejor cuanto más sacrificios entrañe".
El director debía estar fichado o adivinarse sus intenciones, porque no encontró más testimonios que este y el citado de Alfredo Mayo. El actor protagonista de Raza también hizo la guerra en el bando nacional. En aviación, participó en los constantes bombardeos sobre Madrid. Sin embargo, no edulcora ni elude la gravedad de lo que hizo. Él recuerda: "no piensas, haces lo que tienes que hacer, tirar una bomba es apretar un botón... mi hermano estaba ahí abajo, no sé si le tocó alguna de las bombas que yo tiraba... en fin, inhumano". Él, en realidad, reconoce, no tenía espíritu militar. Era algo que, para su gusto, exigía demasiado sacrificio.
Luego expresa su deseo de que una guerra como esa hubiera sido mejor que la hubieran disputado los dos jefes de estado encerrados en una habitación, a sable o a pistola, y haber dejado al resto de la gente en paz: "Implicar a la gente cuando en la mayoría de los casos ni les va ni les viene me parece cruel". De la propia frase que tuvo que decir en la película, "dios quiera que cuando estalle todo esto estemos en distinto bando", opinaba: "Me parece una barbaridad, eso no se lo puedes decir a tu hermano".
Durante años, la única forma de ver fragmentos de Raza era en esta película troleada de Herralde. Él mismo la hizo como el remontaje de 1950 Espíritu de una Raza porque los negativos originales habían desaparecido. En 1993, la Filmoteca española descubrió una primera versión incompleta, y hasta 1996 no apareció la película entera en los archivos de la UFA. Nada de eso impidió que se emitiera en 1984, con cachondeo manifiesto en las revistas satíricas del momento, y muy recientemente en 2016 en Historia de nuestro cine, desatando la polémica en redes sociales. Herralde, después de esta película, firmó un documental que merece el calificativo de clásico, El asesino de Pedralbes, pero esta es otra historia.