Atiendo con atención el culebrón en que se está convirtiendo la historia de las subvenciones a fondo perdido del hermano del presidente de la Generalitat, Ximo Puig, al que van a acabar haciendo famoso por ese cártel de la ayuda pública junto a sus socios.
Desde su grupo de wasap nos han dejado un reguero de inmensas curiosidades y forma de trabajar a la caza de la subvención, según ha desvelado la prensa. Leerlo es de novela cutre, pero divertida, como eso del africano que cantaría en valenciano rap y recibirá una ayuda autonómica por su apoyo a la lengua. Todo transcurre en Les Ports, territorio lejano aunque con múltiples conexiones inter autonómicas. Así que, hay mucho que rascar.
El hecho será normal y hasta lícito si la documentación está en regla. Nadie lo duda, pero no es estético. Para nada. Más aún si dura en el tiempo tantos lustros y se trata de pactar precios para que salgan ganando siempre los mismos. Como nadie controla el destino del dinero público de las subvenciones, llevan décadas sin ser revisadas, hay tantas por lo que sea, no está centralizadas y casi nadie fiscaliza los expedientes, pues así vamos. Tenemos culebrón informativo para rato y desgaste político. Se lo han ganado.
Sigo al detalle al día porque tiene tantos cabos suelto que si pierdes el hilo te quedas tuerto. Cada día me sorprendo más lo que pueden llegar a maquinar algunos cuando se habla de dinero público y lo imprudentes que las personas podemos llegar a ser en nuestras conversaciones rutinarias. Es un asunto del psiquiatra Oliver Sacks. Le daría para un par de libros con todos los que ya conocemos y aún desconocemos.
Bajan turbias las aguas. Como bien sabe el President, por su condición de periodista, un tema así da para muchísimos capítulos y meses. Porque de una rama salen muchos esquejes y por el camino van apareciendo tantas gargantas agraviadas y ocultas que se animará la jauría.
Alguien debería de aclarar por higiene institucional lo que hay que explicar. El resto son huidas temporales que suelen generar úlceras estomacales.
Esto de las subvenciones públicas es un asunto en el que hace tiempo llevo anotando sobre sus dudas y privilegios. Por ejemplo, esta semana, mi compañero de Valencia Plaza, Álvaro G. Devís, ofrecía una magnífica exposición de otro hecho que debería dejarnos inquietos. Se refería a À Punt, nuestra celebre televisión autonómica que no ven siquiera nuestros diputados autonómicos y esa larga lista de asesores de la que se acompañan nuestros políticos de turno que al parecer saben bien poco del terreno en el que se mueven. Asesoran hasta de pueblos vacíos en los que nadie puede responder. Pero ahí continúan buscando fuentes.
Devís ponía muy bien el dardo en el hecho de que ese proyecto cultural denominado de forma tan cursi “Oh, la Cultura” iba a conseguir poner en marcha al sector de las artes escénicas, el audiovisual, el arte o la música en directo, gracias a un supuesto programa de inversión millonario. Nada más surrealista sin proyecto en sí. Pero bueno, la Administración los ponía supuestamente para que las salas de espectáculos cerradas por la pandemia albergaran todo tipo de actividades, y los artistas recogieran los beneficios y estuvieran activos. Pero no. Eso se ha derrumbado. No era real. Así que la gran idea ha sido contratar a una productora externa con 800.000 euros para que grabe esas mismas actuaciones para su posterior emisión por À Punt que no sale del 3% de audiencia.
Así que ya está arreglado. Como si no tuviéramos bastante, ahora desde los orgánicos públicos también financiamos una televisión y radio que si algo ha de ofrecer o cubrir es un servicio público que no cumple sin la comisión correspondiente. Luego, ni es servicio y menos público. Más bien compadreo. Al parecer no existen trabajadores en esa casa y en otras tantas instituciones para hacer la faena por lo que hay que contratar a un foráneo. Yo creía que cuando un organismo público se pone en marcha está repleto de profesionales de su sector, pero no que hacía falta contratar a otros para que lo arreglen.
O sea, además del prepuesto del Canal Autonómico, desde el Instituto Valenciano de la Música o desde Turismo, por poner dos ejemplos -a santo de qué una administración pública ha de subvencionar con millones a festivales de música privados clausurados por la pandemia que ya han ganado millones cuando el pequeño negocio, las Pymes o la hostelería se van a la ruina desnudos- también financiamos la cadena pública de la casa que apenas sirve de altavoz del mandamás de turno.
Lo significativo, como apuntaba mi compañero, es que la productora amiga va a grabar los programas pero también es la misma a la que otorgado la organización de los Premios de la Música de la Generalitat durante tres años y tiene programa en Á Punt. ¡Qué casualidad!
Hace tiempo/años que protesto por esto de las subvenciones públicas generosas y laxas que nadie justifica salvo con facturas que nadie comprueba. Existen casos de auténtico fraude que prefiero no contar ahora. Pero a nadie le preocupa. El dinero de nuestros impuestos sale y entra sin que nos demos cuenta. Y existente verdaderos profesionales de la subvención que cobran hasta los sellos del papeleo con una factura duplicada.
La última de las alegrías me la ha dado una vez más nuestra consellería de Cultura o sus responsables.
Cuentan desde nuestra Administración económica que eso de las subvenciones va a ir sufriendo un parón por la realidad política y económica que nos espera, y también que Bruselas ha dicho que el que quiera algo que se lo curre. Que ya está bien.
Pues no va la consellería de Cultura y anuncia que sacará a concurso público la creación de una oficina que ilustre a nuestros artistas para saber cómo rascar de los fondos europeos. ¿Es que no hay desfaenados/as en las administraciones públicas para recibir cursillos y cumplir esas funciones informativas? Pagaremos por incompetencia interina y política. Es lo que hay. Pocas luces.
Como reconocía una artista plástica de categoría y nada sospechosa, todo ha cambiado, pero continúan siendo los mismos haciendo lo mismo. Si lucidez añadida. Ya no sirve ese discurso de que los anteriores robaban porque estos de ahora reparten entre amigos. Toda una decepción.