CASTELLÓ. La escritora y profesora universitaria de Escritura Creativa Rosario Raro defiende que el componente social sea el motor argumental de sus tres novelas, pues el surrealismo actual que generan las injusticias y la desigualdad debe plasmarse, dice, en una narrativa que describa lo incómodo y ponga el dedo en la llaga. Así lo asegura Raro (Segorbe, Castellón, 1971) en una entrevista con EFE con motivo de su participación, esta semana, en el curso de verano Mujeres en la literatura: grandes personajes femeninos y grandes escritoras en Benicàssim con una ponencia sobre la fuerza femenina como motor argumental en sus novelas Volver a Canfranc, La huella de una carta y Desaparecida en Siboney.
En ella, la escritora castellonense analizará los personajes femeninos de las tres obras que ha publicado con Planeta, traducidas a varios idiomas, mientras ultima su próximo lanzamiento, previsto para abril de 2022.
¿Cómo cree que ha evolucionado en los últimos años el personaje femenino en la literatura?
-Cada vez son mujeres de más acción. En narratología tiene una explicación: cuanto más activo es el personaje, más cosas suceden, más peripecias, más aventura… y en estos tiempos en los que todos estamos muy necesitados de evasión, de trasladarnos a otras épocas y a otros lugares, esto se agradece.
Los personajes femeninos cada vez tienen mayor protagonismo, ya no se definen por su relación con los otros personajes. No hablamos ya de mujeres que son la madre o la hermana del protagonista, tienen identidad por sí mismas. Ahora se trata desde una perspectiva mucho más general, no solo se enfocan en la vida amorosa.
Como doctora en Filología Hispánica, ¿considera que la literatura ha sido fiel a la realidad de las mujeres?
-La literatura refleja su tiempo. Quienes hacemos novela más o menos realista, tenemos que atenernos a una especie de crónica contemporánea. Pero creo que no es tanto que las autoras y sus personajes femeninos no hayan tenido la relevancia que correspondía, lo que les ha sido esquiva ha sido la posteridad. Hay muchos casos de mujeres escritoras que en su momento gozaron de cierta fama y popularidad, eran muy leídas. Pero después, el tiempo las ha borrado, como si su escritura fuese una escritura en el agua.
Una escritura que no ha permanecido porque hasta no hace mucho apenas aparecían en los manuales de literatura. Que hubiese una escritora en el currículum académico de la ESO, por ejemplo, era excepcional y siempre aparecían las mismas autoras: Sor Juan Inés de la Cruz, Teresa de Jesús, Gloria Fuertes, Ana María Matute… Las mujeres no aparecían de forma proporcional al número de autores. Lo mismo ha sucedido con los premios, como en el Nobel, se tardó mucho en dar el premio a una mujer.
No hay que hacer distinciones, no podemos leer con prejuicios. No pensemos que si una novela está escrita por una mujer tendrá un tono más intimista o psicológico. Yo leo muchísimo a mis compañeras y compañeros y no veo esas diferencias.
¿Cuáles son las autoras y personajes femeninos que más le han influido?
-Me gusta sobre todo la literatura tan detallista de Mercè Rodorera. Sus novelas parecen espacios habitables, como si estuviéramos allí. Me gusta también la creación de personajes entrañables como Aloma o la Colometa. Cuando era joven leía a Montserrat Roig.
Leo también mucha literatura francesa actual, me parecen muy interesantes las novelas de Delphine de Vigan, borran las fronteras entre la ficción y la realidad. Y me gusta sobre todo leer autoras de otras culturas, nos aportan perspectivas muy distintas. Nos ‘desautomatizan’ nuestra cosmovisión.
Como profesora de Escritura Creativa en la Universitat Jaume I (UJI), ¿cree que las universidades o los talleres de escritura son un lugar prolífico a la hora de formar escritores?
-Desde mi experiencia —hace 16 años que me encargo del curso de Escritura Creativa de la UJI y 25 años impartiendo talleres—, veo que son espacios donde se estimula la creatividad. Este oficio es muy solitario y es una gran suerte compartir lo que escribimos. Yo me he emocionado muchas veces al darme cuenta de que he sido la primera lectora de libros que sabía que iban a llegar lejos. Entre mis alumnos he tenido auténticos "best-sellers" y eso es muy satisfactorio. No considero que sea por influencia mía, es un trabajo de equipo, porque es muy importante que desde el principio contemos con opiniones de personas que leen mucho y que escriben.
Una de sus frases favoritas es: “Hacen falta veinte años para triunfar de un día para otro”, de Agatha Christie. ¿Qué hizo falta para que ‘Volver a Canfranc’ triunfara?
-Esta es una frase que previene frente al triunfo inmediato. Detrás de un triunfo siempre hay muchísimo trabajo, es el único secreto. En mi caso, antes de publicar "Canfranc" en 2015, había publicado libros de relatos y poesía. Pero cuando descubrí la historia de Canfranc, durante la Segunda Guerra Mundial, me apasionó, que es lo que hace falta.
Para escribir un relato necesitas un tema que te interese, pero para escribir una novela te tiene que llegar a obsesionar. Es lo que me pasó a mí con Canfranc, se convirtió en una obsesión, pero saludable. Cuando se publicó no era consciente de que fue justo cuando se cumplían 70 años del fin de la Segunda Guerra Mundial y hubo muy buenas sensaciones. Apareció en el momento justo y ahora ya va por la décimo sexta edición, ha sido un fenómeno, ni en mis mejores sueños. Pero para mí fue la culminación de muchísimos años de escritura silenciosa y semiclandestina.
Sus tres novelas giran en torno a abusos de poder, situaciones de injusticia social. En la actualidad, ¿cuáles son los problemas que a nivel social más le preocupan?
-La desigualdad, sobre todo. El componente social es el motor argumental de mis tres novelas. Mi intención es escribir algo que sirva para algo, no escribir por escribir. Ahora mismo hay muchísimas situaciones de injusticia social, en algunos casos estamos en el surrealismo, si tuviéramos que etiquetar la realidad actual dentro de un género literario. Este tipo de cuestiones son las que hay que poner de manifiesto. Describir lo incómodo, poner el dedo en la llaga, hablar de aquello que muchas personas, por intereses sobre todo económicos, preferirían que no escribiéramos.