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Sabíamos que esto iba a pasar

17/01/2021 - 

La filósofa Adela Cortina denunció públicamente hace un mes que el edadismo presente en la sociedad se ha acentuado con la pandemia. Pidió erradicar "la gerontofobia y el edadismo", que son cosas distintas. La gerontofobia –rechazo a las personas mayores, que a veces lleva al maltrato– es más grave pero está menos extendida, de momento. 

Edadismo rayano en la gerontofobia es responder ad hominem a las críticas de la generación anterior –"yo siempre escucho atentamente a nuestros mayores, pero ahora nos toca a nosotros" (Adriana Lastra)– en lugar de rebatirlas con argumentos. O que te moleste que hablen "nuestros mayores", como cuando hace años el hoy ministro de Derechos Sociales, Pablo Iglesias, agradeció "los servicios prestados" a Julio Anguita y lo mandó "a la mierda" porque ya no tenía edad para la política. "La vejez es, por naturaleza, bastante habladora", escribió Cicerón, y acostumbra a hablar sin ataduras.

Pero no solo molestan las palabras de los mayores, que en el mejor de los casos son ignoradas. Edadismo es no contar con ellos en la toma de decisiones, ese tratarlos como si fueran niños, esa condescendencia, aquel confinamiento extra para ellos y, por supuesto, ese no ingresarlos en la UCI cuando quedan pocas camas y ese dejarlos sin respirador cuando no hay suficientes. Edadismo es que el coronavirus no te parezca tan letal porque la mayoría de los muertos son ancianos.

Adela Cortina. Foto: ESTRELLA JOVER

Nadie está libre de padecer cierto grado de edadismo, como nadie está libre de caer en comportamientos xenófobos o aporófobos. El edadismo es primo de la aporofobia –la patología social catalogada precisamente por Adela Cortina– en la consideración de que esas personas no tienen nada que aportar a esta sociedad en la que tanto tienes –o puedes tener–, tanto vales. Si además de viejo eres pobre, lo único que se espera de ti es que te mueras.

A partir de ahí, el camino hacia la gerontofobia es una cuesta abajo sin obstáculos en la que, como denuncia Cortina, se llega a pensar que los mayores no tienen dignidad, que no pueden decidir por sí mismos y que mejor no preguntarles. Y si la sociedad es edadista, los gobiernos son reflejo de esa sociedad.

El gobierno edadista

Los gobiernos, el de Sánchez, el de Puig y el del resto de CCAA eligieron 'salvar' la Navidad asumiendo un elevado número de muertos, miles de muertos, de los que, si se mantiene la tendencia, el 85% tendrá más de 70 años, el 12,7% tendrá entre 50 y 69 años y solo el 2,3% tendrá menos de 50 años. Si fuera a la inversa estaríamos en estado de sitio con el Ejército desplegado en las calles y todo dios recogido en su casa. La edad es clave a la hora de tomar decisiones; no nos engañemos, no es lo mismo que los muertos sean viejos que niños. Es menos doloroso.

Foto: KIKE TABERNER

'Salvar' la Navidad era importante para evitar más cierres de empresas y pérdida de puestos de trabajo, especialmente en el sector de la hostelería y el comercio. Pero 'salvar' la Navidad era poner en mayor riesgo la salud de todos, especialmente de los ancianos, un riesgo que decidieron asumir. Fue decisión de los gobernantes, aunque ahora traten de culpar a una ciudadanía en la que sí, hay mucho irresponsable, pero en su conjunto es mucho más obediente de lo que insinúa Fernando Simón, como se vio durante el estado de alarma decretado en marzo y como puede comprobar cualquiera que se asome a la ventana en València a partir de las diez de la noche, hora del toque de queda.

"Ya podíamos proponer lo que fuera, que sabíamos que esto iba a pasar", ha dicho Simón para justificar la inacción del Gobierno, que alentó la celebración de la Navidad en grupos de diez personas. "Yo voy a celebrar la Navidad", proclamó el epidemiólogo de cabecera que, incomprensiblemente para quien esto escribe, sigue al frente del equipo oficial de expertos. Simón continúa compareciendo a diario, como si fuera el hombre del tiempo, para hablar de la curva y los muertos cual inevitables borrascas ante las que solo cabe pronosticar cuándo se verán desplazadas por el anticiclón de las Azores. Con sus chascarrillos y boutades para épater le bourgeois, sin ninguna empatía hacia los enfermos y los familiares de los fallecidos, Simón ya no tiene gracia, si es que alguna vez la tuvo.

"Yo voy a celebrar la Navidad", dicho por quién guía el comportamiento de millones de españoles para prevenir la covid, es una invitación a celebrar las fiestas. Antes de Navidad ya era una evidencia que la mayoría de los contagios se producen en el ámbito social y, sobre todo, en el familiar, pero consideraron suficiente que en cada una de las numerosas citas con familiares –Nochebuena, Navidad, San Esteban, Nochevieja, Año Nuevo y Reyes– no se juntasen más de diez personas, seis si hablamos de la Comunitat Valenciana. Se podía haber dictado el confinamiento domiciliario, o solo los días festivos, cada uno en su casa, pero se prefirió 'salvar' la Navidad sabiendo que "esto iba a pasar". Y pasó. Ahora, hasta los colegios, que eran considerados lugares seguros, se han convertido en lugares peligrosos tras la vuelta al cole de miles de niños contagiados durante reuniones familiares 'legales'.

Foto: KIKE TABERNER

Con la tercera ola tomando forma de tsunami, el Gobierno central no ha tomado ninguna medida –ha hecho más Filomena que Illa por pararla–, mientras el de Puig las tomó el día 7 de enero, cuando el mal ya estaba hecho.

Estremece ver a decenas de alcaldes, sin competencias para confinar, pidiendo a los vecinos que se autoconfinen en sus casas, y a presidentes autonómicos con competencias limitadas rogando al Gobierno de Sánchez que decrete el confinamiento domiciliario o, simplemente, un adelanto del toque de queda. Y sorprende la negativa administrativa y parsimoniosa del ministro Illa –"no cabe"–, quien el 27 de diciembre anunció "el principio del fin" de la pandemia, emulando a su jefe con aquel "hemos derrotado al virus". Sorprende porque se lo piden los alcaldes sobre el terreno y los gobiernos que gestionan los hospitales al borde del colapso, y se les niega desde un despacho de Madrid con la ventana nevada y muchos gráficos "que indican lo contrario". Como en Chernóbil.

"Sabíamos que esto iba a pasar", dijo Simón. "Tenemos el conocimiento, la experiencia y sabemos cómo doblegar la tercera curva", dice Illa mientras no hace nada. Lo que sabemos es que uno de cada cien contagiados fallece, así que los 40.000 positivos del viernes, de solo un día, serán 400 muertos, lo que solo es soportable porque el 85% tendrá más de 70 años. Puro edadismo.

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