VALÈNCIA. Hoy en día sería una ilegalidad que Samantha Fox posara en topless con tan solo dieciséis años. Desde el año 2003, con la promulgación de la Ley de Delitos Sexuales en Gran Bretaña, se prohíbe a cualquier menor de 18 años posar así en publicaciones tan populares como la página tres del diario The Sun o similares. La costumbre “lectora” de los británicos, implantada por el tabloide desde 1969, significaba para sus defensores un símbolo de permisividad social, en un país conocido por su rigidez y clasismo, mientras que para sus detractores era un evidente signo de cosificación de la mujer. Finalmente, con los años, lo segundo ha pesado más que lo primero, y la página tres ya no se publica desde 2018, tras reiteradas quejas por sexismo.
De familia obrera del este de Londres, Samantha Fox vivía en una zona arrasada por el paro y la recesión económica. Su madre, consciente del tremendo físico de la adolescente, fue quien la animó a presentarse a un concurso fotográfico de ‘Chica del año 1983’. ¿El objetivo? Ganar dinero, la historia más antigua del mundo. Tras protagonizar por primera vez aquella página del periódico, Samantha Fox fue expulsada del colegio católico al que asistía. Pero la operación no salió tan mal, dado que consiguió un contrato de un año y el dinero comenzó a entrar a espuertas en su casa. Todo un Máster sobre hipocresía.
Así pasó sus primeras cuatro temporadas de modelo profesional (desde los 16 a los 21): de rodillas, encima de una cama, mientras mostraba su voluptuosa delantera, sus estrechas caderas y su cara de niña. Su padre y tutor, con una mano recaudaba su caché mientras que con la otra se aficionaba a la cocaína y el alcohol, sin ser ella consciente de que el señor que manejaba su vida era un auténtico pieza. La adolescente creció y con 21 años comenzó a grabar discos espantosos cuyas sofisticadas letras decían cosas como “Tócame, quiero sentir tu cuerpo… ah, ah..”. Con aquellas melodías tarareadas en la lengua de Shakespeare, junto a su personalidad pizpireta en el escenario, logró vender más de 30 millones de discos alrededor del mundo y hacerse todavía más rica y famosa.
Ante tanto éxito, su padre, al borde del coma etílico y la sobredosis, no daba abasto. Un buen día, con 26 años, a Samantha se le ocurrió la “locura” de pedirle dinero para comprarse un radiocasete para su coche, un Nissan Micra (mientras su padre conducía un Mercedes). Al hombre le pareció tal agravio que le metió su hija una paliza como respuesta. La cantante espabiló entonces, demandó a su padre y ya no volvió a hablarse con él hasta su muerte. Descubrió que quien había sido su manager hasta entonces, además de cabeza de familia, llevaba años sin pagar impuestos y había dilapidado parte de su fortuna.
Censurada por la BBC por llevar vaqueros rotos
En diversas entrevistas Samantha Fox ha explicado por qué su videoclip ‘Touch Me’ fue censurado por la BBC. En aquel video la pin-up no mostraba ningún pecho, sino simplemente un roto en el pantalón vaquero a la altura del trasero (eso sí, con el plano bien ralentizado para que la vista de cualquier espectador despistado no se perdiera el detalle).
Semejante “aberración” (un vaquero rajado) fue suficiente como para que la BBC ignorase su éxito mundial y prohibiese la exhibición del hit. “En los 80 las mujeres lo teníamos difícil para mostrar nuestra sexualidad. Madonna y yo fuimos las primeras en reivindicar la libertad”, afirma una Samantha Fox que, paradójicamente, sin embargo no salió del armario hasta veinte años después. Tras fallecer la mujer que amaba (su segunda manager), en la actualidad mantiene una relación sentimental con una mujer de origen noruego, madre de dos hijos. La cantante necesitó dos décadas para autodescubrirse y presentarse de nuevo ante la opinión pública, esta vez sin filtros.
Presentadora de los Brit Awards de 1989
Ser presentadora en la entrega de premios de los British Awards en 1989, cuya gala se emitía en directo por la BBC, la cadena que había censurado su videoclip, era, para ella, algo tremendamente especial: superaba una barrera infranqueable para una chica de la working class.
Sin embargo, la gala fue un cúmulo de desastres. Sin experiencia alguna, ni ella ni su compañero de presentación (Mick, el batería de Fleetwood Mac), apenas ensayaron, les entregaron las tarjetas con el guión desordenadas, mientras que el autocue, que debía mostrarles el guión, se estropeaba y los fans del dúo Bros gritaban hasta tal punto que les impedía escuchar las indicaciones por pinganillo. Tampoco ayudó el hecho de que él midiera casi dos metros (y estuviera bastante fumado de marihuana) y ella metro y medio.
Tras semejante bochorno, la BBC no se atrevió a volver a emitir en directo la entrega de premios de la música británica. Durante los siguiente dieciocho años, la emisión se grabó previamente por seguridad. “La peor noche de mi vida”, confesó después una Samantha Fox que se quedó sin romper con la maldición que flotaba entre ella y la corporación pública. La chica de la clase trabajadora no consiguió nunca conquistar a la elitista BBC.