VALÈNCIA. Amy Seimetz comenzó a forjar su carrera en medio del fructífero panorama de cine independiente de principios del nuevo milenio, en particular en el seno del movimiento mumblecore, en el que sus componentes colaboraban de forma activa en casi todos los departamentos: actuaban, escribían los guiones y buena parte de la troupe también dirigía. De esa hornada salieron nombres como los de Greta Gerwig, Andrew Bujalski, Ry Russo-Young o los hermanos Duplass, la recientemente fallecida Lynn Shelton o incluso Lena Dunham.
Todos eran amigos, pertenecían a la misma generación y tenían ganas de experimentar con las herramientas del lenguaje cinematográfico a través de películas que suponían una vuelta al naturalismo, a los diálogos sin artificios y a la improvisación en la línea de John Cassavetes. También disfrutaban jugando con los géneros, con la comedia y el terror, en especial Ti West y Adam Wingard, en cuyas películas Amy Seimetz participó, aunque su fama en el circuito de autor llegó gracias a Upstream Color (2013), de Shane Carruth, que se convirtió en una cinta de culto. Poco antes, en 2011 coincidiría en Silver Bullets, de Joe Swanberg, con las dos actrices que terminarían protagonizando su segunda película como directora She Dies Tomorrow, Kate Lyn Sheil y Jane Adams.
En ella, Seimetz se adentra en el horror psicológico y apocalíptico a través de una premisa tan sencilla como contundente: Amy (Lyn Sheil) está convencida de que morirá al día siguiente, no tiene pruebas, pero lo sabe. Acaba de pasar una experiencia traumática (no sabemos cuál, pero lo descubriremos) que la ha dejado en shock. Pasea por su nueva casa en estado de trance, escucha de forma repetitiva a Mozart y se deja llevar por el alcohol y la locura a través de una coreografía corporal convulsa entre el erotismo y la desesperación. Su mejor amiga, Jane (Jane Adams) irá a visitarla y después de trasmitirle su extraña sensación, al volver a su casa ella también tendrá la misma premonición: morirá al día siguiente. Irá al médico, a casa de su hermano, y a todos les ocurrirá lo mismo.
De esta forma se irá transmitiendo el virus de la muerte, pasándose de unos a otros como una enfermedad autoinmune. Y así empieza el fin del mundo, con todos los seres humanos sabiendo que van a morir.
Este punto de partida recuerda inevitablemente a It Follows, de David Robert Mitchell (efectivamente, Seimetz también trabajó con él, en su ópera prima, El mito de la adolescencia): un mal que va tomando el relevo, en ese caso a través de las relaciones sexuales y en She Dies Tomorrow a través de la palabra. Solo con escuchar: “Me voy a morir mañana”, ya estás sentenciado.
La fuerza de las ideas tiene un poder perturbador. Cuando se te meten en la cabeza, se quedan ahí para siempre y parecen poseerte como un espíritu maligno. Porque en realidad, She Dies Tomorrow es una variación muy sofisticada de las películas de posesiones demoníacas, pero en este caso en modo arty y conceptual. La alegoría pandémica, además, está incluida.
La directora escarba a través de este dispositivo en los miedo primitivos y atávicos, enfrentando a los personajes a una pesadilla que los absorbe y en la que los contornos entre la realidad y la fantasía (u otra dimensión), se difuminan. Amy (así se llama la protagonista y también la directora) se enfrentará a sus ansiedades más íntimas (la soledad, el alcoholismo, el fracaso sentimental), como también lo hará su amiga Jane, que vive prácticamente encerrada en su sótano mientras escruta muestras biológicas en un microscopio y tiene pánico a que entren en su casa. Ambas se encuentran aisladas en sus respectivas burbujas y el vacío cósmico se incrustará en ellas. La epifanía llegará en forma de luces parpadeantes psicodélicas, entre el rojo y el azul. Y a partir de ese momento, la nada.
She Dies Tomorrow pertenece a ese grupo de películas en las que lo fundamental es la sensación que desprenden. No se puede describir, al igual que las propias protagonistas intentan verbalizar lo que les ocurre y no pueden. Se trata de un horror atmosférico, que va poco a poco generando malestar gracias a la utilización de las imágenes y del sonido, de los gestos de los personajes, conduciendo al espectador a un estado de extrañeza hasta que, de alguna manera, también comienza a hacerse las mismas preguntas existenciales y a sentir pánico irreflexivo, oscuro y opresivo. Cosas de la sugestión, algo con lo que Amy Seimetz sabe jugar a la perfección.