VALÈNCIA. Llamadlo sutilismo, si os place. No hay palabra más adecuada para materializar, para visibilizar un fenómeno tan inasible y etéreo como esa destreza fina, imperceptible con que nos deforman la realidad y la historia en los recodos más inesperados y las ocasiones más triviales; con que nos cuentan, por ejemplo, en plena reflexión electoral, que la muralla de Berlín cayó gracias a la revuelta popular, a la desobediencia masiva y espontánea de las multitudes, pero nos ocultan, sin pudor alguno, el papel decisivo que desempeñó San Juan Pablo II en el proceso. El sutilismo es la conspiración del momento, el trile de guante blanco, la conjura solapada, la mesmerización de montones de necios cultivados en la humedad y la tiniebla de la pantalla y el aturdimiento. Con sutilismo quitan y ponen datos en los reportajes; incrustan y arrancan imágenes en los documentales; insertan, eliminan o disimulan hechos en el relato de los avatares colectivos. El sutilismo es la insistencia en las coletillas de moda, en los alamares ideológicos y en la recargada pasamanería verbal del todos y todas, del compañeros y compañeras y de lo mucho que defendió la democracia y la libertad aquella desatinada y salvaje copia de la revolución rusa que fue la segunda república española. El sutilismo está en las escenas más cortas, en las imágenes de transición, en la musiquilla divisoria, en el comentario intercalado, en los primeros compases de lo que sea, cuando se acuñan los conceptos que regirán luego. Hay un sutilismo de filigrana, un virtuosismo del nombre y la referencia, una maestría del anticiparse, tomar la iniciativa y sentar las bases, un dominio habilidoso de la situación que practican, con ahínco y vanidad, los conductores de los debates, los mayordomos de las tertulias y los maîtres de los magazines.
El sutilismo ha crecido sin que lo advirtiéramos; ha ido tomando cuerpo y extendiéndose por los ángulos y las grietas, adhiriendo sus malhadados pegotes al idioma para hundirlo en el cieno lingüístico de lo capcioso. No encontraréis, u os costará mucho hacerlo, un artículo, una intervención política, un texto universitario, una explicación de vendedor, una conversación de bar, una cháchara vecinal o un diálogo de circunstancias en que no haya hecho estragos el sutilismo. Es el arte nuevo del embuste y la tergiversación, que ha venido a convertir en fantasía lo que no debiera salir nunca de los límites de la sustantividad. Es la prestidigitación falaz y la lija de grano gordo. Es la omisión y la contorsión, la exageración y el calafateo, el oropel y la estopa, el añadido minúsculo y arbitrario pero efectivo, siempre al por menor, en pellizcos diminutos, microscópicos, encubiertos.
El sutilismo llegó aferrado a la hedionda pelambre de la miseria especulativa, de la conveniencia irreflexiva, de la banalización argumentativa y del agarrotamiento político, y enseguida empezó a socavar, como el arador de la sarna, la epidermis entera de la comunicación. Las informaciones, los anuncios, las consignas ideológicas, los razonamientos, los libros de texto, los prospectos electorales, los folletos de banco, los trípticos de inmobiliaria, los programas de fiestas y los powerpoints de las conferencias de pega vienen ya con el pellejo acribillado, esponjoso y sanguinolento que deja el arador del sutilismo. En todo hay calvas y ampollas, costras y perforaciones. El sutilismo ha ido agrietando mensajes, desportillando palabras, deshilachando giros y ajando locuciones desde mucho antes de que lo sospecháramos. No lo hemos visto venir, y nos ha dejado el ajuar hecho unos zorros. Y le ha cundido tanto porque solamente pide pequeñas concesiones, desistimientos de poca entidad, que hagamos la vista gorda pero poco, de manera que nos afana lo mejor del bagaje sin que lo notemos.
Aprende, lector, a distinguir sutilismos. Hazte perito en los artificios de la partícula, en las añagazas del aditamento y en los gatuperios de la posdata. Encanallando un vocablo ahora y otro después te infectarán la mollera. Te harán ver sectarismos donde no existen; y bondades, empatías y generosidades donde no las hubo nunca. Te darán gato por liebre con el sutilismo, que se ha desarrollado con terrible sigilo en las hendiduras de nuestro entorno. Es el último -ismo; el -ismo de cuando ya no parecía que fueran a surgir más; el -ismo intrigante y perverso, facilón y engañabobos; el -ismo espeluznante que nos dejará el intelecto abalado.