Si uno se pone a pensar la cantidad de personajes secundarios que tenía un niño antiguamente en los tebeos publicados en España llega a la conclusión de que el universo de Cien años de soledad de García Márquez es simple y lineal. Una bagatela para epatar a los adultos de aquel entonces, víctimas del déficit de atención, que no podían dedicar el tiempo necesario a sumergirse en el maravilloso mundo de la ficción al sufrir tantos quehaceres.
Habría mucho de lo que hablar y bastantes autores si nos salimos del sota, caballo y rey de Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape y Superlópez. Hubo personajes para todos los gustos, para todas las situaciones y en todos los contextos posibles. Esta semana en la que la ONU ha instado a la Unión Europea a que "implique a los jóvenes" en la Agenda 2030 para lograr objetivos de desarrollo sostenible, el que viene a la mente es Tete Cohete. Encarnaba tantos valores que hoy serían obscenos...
Era Tete un chaval que, aparte de meter la pata y generar equívocos basados en la literalidad, la gran materia prima de las historietas de Bruguera, tenía como características principales que era capaz de convertir cualquier cosa en un medio de locomoción, seguramente tomado de la fiebre por trucar motos que había en aquel momento, y que por otro lado estaba siempre lanzando cohetes, como su propio nombre indica, y tirando petardos. A falta de ordenadores, tecnología e incluso de juguetes a finales de los 70 y principios de los 80, el personaje se desenvolvía en las actividades lúdicas cotidianas de los críos de entonces.
Como cuenta Fernando Javier de la Cruz Perez en Los cómics de Francisco Ibáñez, Tete Cohete fue lo que ahora se llamaría un spin off, un personaje que se independizó del universo de Mortadelo y Filemón. El origen estaba en otro personaje que ya había ensayado el autor en el álbum ¡A por el niño! de 1979, un chaval llamado Libertito Mecha. Ese álbum una de las mejores entregas de la época de los superagentes porque tenía a niños como protagonistas.
Molaba porque los retrataba como más listos que los adultos y, en algunos gags, hasta sabían artes marciales. Uno de ellos, Carburito, hijo de un diseñador de Fórmula 1, cogía cualquier cosa, se montaba en ella y la conducía a toda velocidad. El aludido Libertito Mecha era hijo de un fabricante de explosivos que, lógicamente, ponía petardos e iba reventando a los agentes de la TIA. Él tenía las facciones de Tete Cohete, aunque se puede decir que era un cruce entre Carburito y él.
En 1981, cuando se renovó la imagen de Pulgarcito, la editorial Bruguera pidió ideas a sus dibujantes para crear un chico que sirviera de icono representativo del tebeo. El elegido fue el de Jan, homónimo, pero la aportación de Ibáñez, nuestro Tete Cohete, fue también incluida en la revista.
La razón por la que apareció en las páginas de Mortadelo y Filemón, según Juan A. Ros fue porque Ibáñez quiso que de esa manera adquiriera más popularidad antes de dejarlo volar solo. En esta serie, publicada en 1981, Tete hacía aparición en los cuarteles de la agencia de "técnicos de investigación aeroterráquea" montando en una papelera con ruedas y llevándose a todos los demás por delante. "Todo lo que agarra lo convierte en un coche", anunciaba Mortadelo a su jefe. El arte del personaje en esta etapa era el tuneo, todo lo potenciaba, como el mechero de un coche que se convertía en un lanzallamas. Sus ideas eran las ensoñaciones de los críos de esa generación, todas las hipótesis que se les ocurrían en conversaciones iniciadas con un "¿Te imaginas que...?" que igual ya están en desuso.
No obstante, Ibáñez no pudo hacerse cargo del personaje para darle continuidad y sus historietas pasaron al equipo de dibujantes de Bruguera. Sus siguientes apariciones se asocian a Ramón María Casanyes, célebre negro de Ibáñez, sobre todo por su desquite con la publicación en el número 6 de la revista Titanic de enero de 1984 de una historia pseudo pornográfica de Mortadelo y Filemón. Una muestra de cómo acabó el hombre. La autoría de cada historieta, que no siempre iban firmadas, ha dado lugar a densos debates entre los connoiuseurs.
Se nota que a principios de los ochenta no había organismos europeos, instituciones del estado, observatorios de las comunidades autónomas, entidades de la diputación ni oficinas del ayuntamiento velando por la protección de la infancia y su desarrollo y crecimiento fuera de todo peligro. Porque estos tebeos, en la actualidad, hubieran tenido sus apercibimientos o toques de atención de haber sido tan populares. Cuando menos, alguien los habría indignado en las redes sociales quejándose por su violencia y el ejemplo que mostraba a los zagales.
Es lo que se deduce cuando se ve a Tete resolver una pesquisa con un amigo que no le quiere dar un polvorón lanzando un cohete directo a su boca, donde estalla, reventándole la piñata. Meterle un petardo en la boca a un amiguito del cole dudo que fuese una ficción aceptable para los guardianes de la moral contemporáneos. De hecho, podemos hablar de realismo soviético: en aquellos años, quemaduras y miembros amputados por petardos debió haber unos cuántos.
En otras ocasiones, había curiosos paralelismos científicos. Tete podía bombardear nubes con sus petardos para que lloviera en un pueblo castigado por la sequía. Algo que ya se llevaba experimentado desde los años 40 en Estados Unidos. También había paralelismos inevitables con la actualidad de la primera década de los 80. El Messi de entonces era Diego Armando Maradona y cuando Tete se equivocaba y fallaba con sus cohetes, impactándole al alcalde por ejemplo, se justificaba diciendo que una vez Maradona también falló un penalti.
En estas historietas en solitario aparecidas en las revistas Pulgarcito, donde también protagonizaba los pasatiempos, y en Zipi y Zape la presentación era imponente. Tal vez la mejor de la amplia nómina de personajes que aparecían en esas cabeceras. Era un cohete que ocupaba la página entera con el sutil añadido de un botijo colgando.
Con esa introducción tan "explosiva", se contaban fundamentalmente historietas relacionadas con su familia. Tete se las arreglaba para fastidiar a su pobre abuelo. También había una subtrama con el jefe de su padre que era análoga al desarrollo y fórmula de El botones Sacarino.
Hubo incluso denuncia social de forma muy elegante. Una vez, a Tete le iba a empurar la policía por tirar un cohete y molestar a los vecinos. De repente, pasaba una moto al lado metiendo el doble de ruido. Ante la escena, el guardia le tenía que dejar ir consciente de la hipocresía y el doble rasero. Una forma de educar más sutil que quizá ya no se estile en épocas en las que parece que se considera que los niños no tienen inteligencia propia o se confía menos en ella.