VALÈNCIA. En un video proyectado desde una lata y un móvil, dos amigas vuelan una cometa, corren por una playa y sonríen. El video es parte de un picnic en el cauce del río, es septiembre, hace calor pero se está guay. Ocho amigas invitan a merienda mientras cuentan que desde que nos confinaron tenían ganas de volar cometas. El encuentro acaba con gente corriendo con unas cometas construidas en el momento con aguja, celo, folio y un trocito de hilo.
Una chica sentada en una silla frente a la puerta de El Corte Inglés. La gente pasa por su lado y mira extrañada la escena. Una dependienta sale de los grandes almacenes y le pregunta si está bien, si tiene algún problema. Se escucha algún susurro preguntándose si está loca. Acaba interviniendo el vigilante de seguridad: no puede estar sentada en la vía pública.
Piezas de un puzzle tiradas por el suelo. Ocho chicas tratan de resolver un puzzle a dieciséis manos. El rompecabezas es una de las fotos expuestas en la Galería Punto en la muestra 2020 de Alberto Feijóo a finales de septiembre de 2020. Mientras las chicas hacen y deshacen, las piezas se van perdiendo por la sala.
"CON Las Mediocre queríamos establecer una relación artística basada en la amistad y los cuidados"
Estas son algunas de las acciones de Las Mediocre, un colectivo artístico en el que ocho son una. Un cuerpo artístico en el que se acoplan ocho personalidades e identidades. Un espacio de resiliencia frente a la imagen del éxito contemporánea, frente a las dinámicas individuales y competitivas del mundo capitalista que se extienden al mundo académico. Las Mediocre son Nuria, Ana, Elena O, Olga, Maria, Elena P, Lucia y Sara. Ocho amigas que se conocieron hace cinco años en segundo de Bellas Artes.
“Las Mediocre nació como un grupo de trabajo, como un lugar en el que obligarte a tener un espacio y un tiempo colectivo, compartir intereses o hacer cosas al margen de lo académico” dice Nuria mientras hablamos por videollamada,"queríamos establecer una relación artística basada en la amistad y los cuidados”.
Las Mediocre construyen su identidad colectiva desde la atención a las políticas de la cura, de la escucha y la atención, porque creen que antes que la confección de un objeto artístico está el cuidarse como colectivo. “Al final nuestro objeto artístico es la propia relación del grupo, porque somos tantas y cuesta tanto llevar el proceso en grupo que se queda ahí, el aprendizaje es ese: el intercambio de saberes y de afectos de todas. Gestionar ocho personas juntas es mucho trabajo” cuenta Ana.
Para Las Mediocre hay una necesidad intrínseca al ser grupo por la que, como escribía Elena Cordoni en su artículo Las mujeres cambian los tiempos, “afirmar la dignidad de todos los tiempos y revalorar la vida cotidiana, modificando actitudes, comportamientos y relaciones de poder”. La voz de Las Mediocre se estructura a partir de la intuición y el encuentro de las sensibilidades de cada una de las integrantes. Por ello, para el grupo, acciones como el acoger, el hospedar o el construir una cotidianidad que arrope es fundamental. Muchas de sus intervenciones o encuentros son meriendas, fiestas o espacios relacionales que les permiten estar cómodas y seguras. Espacios de confort político que alejen los egos destructivos, autoritarios e individuales y que pongan la vida en el centro de la conversación de los cuerpos.
Las acciones de este colectivo artístico suelen empezar desde los “rituales de la amistad”. “Tenemos una metodología artística que tiene que ver con las celebraciones. Buscamos esa emoción de cuándo vas a un cumpleaños y sabes que va a pasar algo” explica Sara mientras comenta como para ellas, una cena puede convertirse en un espacio de intervención artística. Así una fiesta de cumpleaños se convierte en una excusa para modificar la tarta, dar un concepto a la tracklist o pensar la disposición de los cuerpos en el espacio. La fiesta brinda una serie de elementos en los que intervenir artísticamente para acabar generando un espacio íntimo.
En la búsqueda de estos espacios íntimos suele aparecer el elemento de la comida. El comer acaba siendo un dispositivo “que desinstitucionaliza un poco e invita a que tú estés jugando y que no sea algo tan serio y oficial. Que sea algo entre amigos, más informal” añade Elena P sobre sus prácticas relacionales. “La comida también es un gesto de ofrecimiento y cariño, una manera de disponer el espacio desde el dar y a partir de ahí generar comodidad, y dar la bienvenida a las personas que están con nosotras” añade Olga.
A partir de estos procesos Las Mediocre acaban disolviendo los límites de una exposición o una ponencia. Como público a veces es difícil distinguir si se está delante de una merienda o de una conferencia. “Esto es lo que les pasó a los alumnos de Guillermo Ros cuando nos invitó a dar una charla en su clase de la facultad y convertimos lo que era una charla en un picnic. Cogimos césped artificial, llevamos tartas y hervidores de agua. Cambiamos la concepción espacial, tratamos de hacer que nuestros cuerpos no leyesen el lugar como una clase de escultura” recuerda Lucia.
"Mediante el humor sacamos a relucir temas que sin él pesarían demasiado. Por eso echamos de menos el humor en la teoría o en la institución"
En Latinoamérica se suele utilizar la palabra curador para la persona responsable del comisariado expositivo, un préstamo lingüístico del término curator en inglés. El curador es la figura responsable de una colección. En un principio utilizado para los conservadores de los museos, actualmente se utiliza para hablar también del comisariado independiente. Una palabra que ayuda a pensar el comisariado como la acción de acoger objetos sensibles a los que cuidar. Las Mediocre bailan en ese plano. Desde esa posición curaron su proyecto expositivo “Expopiloto”, el 8 de noviembre de 2019 en el sótano del Coworking Acontrapeu en Benimaclet. Una exposición en la que invitaron a amigas y compañeras de la facultad en la que los límites del propio grupo se diluían y convertían la muestra en un estar con amigas más que en una muestra pública de sus trabajos.
En “Expopiloto” además del texto de sala, cartelas y otros dispositivos habituales de las exposiciones, Las Mediocre añadieron una capa más: la exposición era una baraja. El gesto era una solución material para documentar la muestra, si te hacías con un juego de cartas te llevabas la exposición en tu bolsillo. Pero hay algo irónico en el hecho de convertir una exposición una baraja, subyace una ironía crítica al entendimiento del comisariado como posición autoritaria que reune y acumula cartas/artistas. Un juego de doble sentido e ironía facilitado por un gesto humorístico.
“Tenemos un humor muy inocente, ni siquiera es troll, tiene que ver con nuestros chistes internos, no nos mofamos de otras personas. No pretendemos tener un humor destructivo” dice María, a lo que Lucía añade: “el humor para nosotras es importante, sobre todo para tratar problemas, sin llegar a enmascararlos. Mediante el humor sacamos a relucir temas que sin él pesarían demasiado. Por eso echamos de menos el humor en la teoría o en la institución”. Elena O comenta que el humor también les ayuda a producir momentos y espacios más inclusivos, lugares donde poder decir y escuchar sin ningún tipo de presión. El humor ayuda a rebajar las expectativas de un mundo actual acelerado y sediento de éxito y que produce miedo al rechazo y al fracaso.
Puede que a veces, desde la grandilocuencia del sistema del arte, olvidemos el poder de algo tan sencillo como sentarse a charlar o una cena juntas. Tal vez la potencia de lo mínimo no estaba en una pieza monumental de acero corten sino en una caricia cuando es necesaria, en una mirada o en una merienda con tus amigas. En un mundo cargado de objetos, tal vez no haya proceso creativo más fuerte que el de crear espacios donde el valor esté en el intercambio de palabras, en la escucha y los cuidados. Por esta razón es importante pensar desde el momento actual la práctica colectiva de Las Mediocre y aprender de su manera de convivir.
Que además Las Mediocre se constituyan como grupo de manera consciente en su período universitario tampoco es casual. En un sistema universitario basado, cada vez más, en producir cuerpos que trabajen por y para el éxito y la rentabilidad del mercado, se empiezan a olvidar procesos que no producen rentabilidad. Quedan fuera de las facultades, en la actualidad, saberes que exigen otros tiempos, que no pueden ser metabolizados por la vorágine del momento actual, saberes del cuidado que precisan de otras temporalidades.
En una universidad en la que ningún profesor o profesora (de marketing y no) aconsejaría nombrar a tu empresa Mediocre, ocho amigas decidieron en segundo de carrera llamarse así. Eligieron un nombre irónico y crítico con las maneras de operar en el sistema académico que se encontraron. Críticas con las proyecciones del éxito decidieron proponerse desde una posición que incorporase el fracaso y que les liberase de las gold chains del deseo por el triunfo. Las Mediocre decidieron deshacerse de unas cadenas que nos hacen olvidar a los compañeros, a la atención a nuestros queridos y rivalizar con nuestras amistades.
La artista, que actualmente forma parte de una exposición colectiva en el IVAM, ha sido la ganadora del Beca Velázquez 2024/2025